
La Revolución de Octubre 1917 ha abierto un horizonte emancipador que no se ha agotado, a pesar de las traiciones, las decepciones y, finalmente, la brutal restauración capitalista. Se puede aplicar a la Revolución Rusa lo que escribía Kant en 1798 (en “Las disputa de las facultades”) acerca de la Revolución Francesa:
Pues un fenómeno tal en la historia de los hombres ya no se olvida, pues ha revelado una disposición y una facultad para lo mejor en la naturaleza humana […]. Pero aun cuando no se hubiera alcanzado ahora la finalidad que se procuraba lograr en este acontecimiento, aun si la revolución o la reforma de la Constitución de un pueblo haya fracasado […] aquella profecía filosófica no pierde nada de su fuerza. Pues aquel acontecimiento es demasiado grande, está demasiado entretejido con el interés de la humanidad y, de acuerdo con su influencia, demasiado difundido por el mundo, en todas sus partes, como para que no emerja en el recuerdo de los pueblos, en cualquier ocasión con circunstancias propicias, y como para que no deba ser despertado con vistas a la repetición de intentos de este tipo (Kant, 1983: 361).
Los proyectos alternativos del siglo XXI no empiezan desde cero: pueden apoyarse en las grandes conquistas del Octubre Rojo. La Revolución Rusa nos enseña que, para cambiar la sociedad, es necesario romper con el capitalismo, establecer la propiedad colectiva de los grandes medios de producción y organizar la planificación de la actividad económica. Esto no quiere decir que no hayan existido límites, problemas y contradicciones, aun en los primeros tiempos heroicos del poder soviético. En su opúsculo La Revolución Rusa (1918), redactado en una prisión alemana, Rosa Luxemburg se solidarizaba con los bolcheviques “que han salvado el honor del socialismo internacional”, pero criticaba varias de sus decisiones y orientaciones practicas. Algunas de estas criticas –acerca de la cuestión nacional y de la distribucion de la tierra a los campesinos – son bastante discutibles, pero otras, en particular sobre la democracia y la libertad de expresión, son profundamente acertadas. Con profética intuición, Rosa Luxemburg previo que la supresión de la democracia y de las libertades en los soviets llevarían a la burocratización y la dictadura. El triunfo de la burocracia estalinista à partir del 1924 es la trágica confirmación de esta advertencia.
Los revolucionarios y comunistas del siglo XXI no pueden, entretanto, limitarse a retomar los grandes principios del Octubre del 1917 en una versión más democrática y libertaria. Problemas nuevos han surgido, no previstos ni por Lenin ni por Trotsky; ni siquiera por Rosa Luxemburg, a pesar de su sensibilidad naturalista. Entre estos problemas, imprevistos y imprevisibles en 1917-1923, la cuestión ecológica es quizás el más importante para una reformulación, en nuestra época, del programa revolucionario. Necesitamos de un proyecto comunista alternativo al capitalismo; pero este proyecto tiene que incluir, de forma central, la relación de las sociedades humanas con el medio ambiente, con la naturaleza. El marxismo revolucionario es un pensamiento y una praxis en proceso permanente de transformación, reformulación, desarrollo. Limitarse a repetir, de forma dogmática y mecánica, los escritos de Marx o Trotsky, o tratar de copiar las experiencias revolucionarias del pasado, es un callejón sin salida. El mismo Marx nos da una lección, al transformar profundamente sus concepciones acerca del Estado o del proceso histórico, en función de nuevas experiencias, como la Comuna de París del 1871.
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