«Acerca de la Teoría Crítica y el Legado del Marxismo del Siglo XX»: Göran Therborn
Los estudiantes de la historia parlamentaria están familiarizados con la idea de ‘La Leal Oposición A Su Majestad’. El Marxismo, como fenómeno histórico social, ha sido la Oposición a Su Moderna Majestad la modernidad. Siempre crítico de y luchando contra sus regímenes predominantes, pero nunca cuestionando la legítima majestad de la modernidad y, cuando menester, explícitamente defendiéndola. Como muchas oposiciones, el Marxismo tuvo sus pasadas por el poder, pero sus instantes de gobierno han sido breves en su atractivo y creatividad, más bien propensos a producir duda y desilusión, y sólo mediante el ejercicio del pragmatismo del poder han logrado persistir.
El Marxismo es sin embargo la mayor manifestación de la dialéctica de la modernidad, en un sentido sociológico así como teórico. Como fuerza social, el Marxismo fue un descendiente legítimo del capitalismo moderno y la cultura de la Ilustración. Para bien o para mal, correcta o erróneamente, los partidos, movimientos y corrientes intelectuales Marxistas llegaron a ser, por casi cien años desde el siglo diecinueve tardío al veinte tardío, la forma más importante de abrazar la naturaleza contradictoria de la modernidad. Afirmó simultáneamente los rasgos positivos, progresistas del capitalismo, la industrialización, urbanización, alfabetización masiva, el mirar hacia el futuro en lugar del pasado y el mantener el ojo puesto en la tierra del presente, y, de otro lado, denunciar la explotación, la alienación humana, la mercantilización y la instrumentalización de lo social, la falsa ideología, y el imperialismo inherentes al proceso modernizador.
El Liberalismo y racionalismo de la Ilustración, incluyendo, más recientemente, la social democracia post-Marxista y el conservadurismo post-tradicional, han representado la afirmación de la modernidad, y no han levantado objeciones a la ciencia, la acumulación, el crecimiento y el desarrollo. El conservadurismo tradicional, religioso o secular, se volvió contra la negatividad de la modernidad. La tradición intelectual nietzschiana, desde Nietzsche mismo hasta Michel Foucault, ha sido francotiradora contra la modernidad, la democracia Cristiana o – en mucho menor medida- Islámica, el fascismo y populismo Tercermundista. Los Marxistas estuvieron, en su conjunto, solos en alabar a la modernidad -y su quebrar la caparazón de la‘idiotez rural’ y airear los humos del ‘opio del pueblo’- y al mismo tiempo atacarla. El Marxismo defendió la modernidad con la vista puesta en otra, más completamente desarrollada, modernidad.
El Marxismo fue la teoría de esta dialéctica de la modernidad, al mismo tiempo que su práctica. Su teoría se centró en el ascenso del capitalismo, como etapa progresiva del desarrollo histórico, y en sus ‘contradicciones’, en su explotación de clases, sus tendencias a la crisis, y su generación de conflicto de clases. Luego que sus lineamientos principales habían sido dibujados a trazos audaces, en El Manifiesto Comunista, el método dialéctico también prestó atención a las dimensiones de género y nacional de la emancipación moderna. “El primer antagonismo de clases”, escribió Friedrich Engels en su libro El Origen de la Familia, Propiedad privada y el Estado, es aquella entre el hombre y la mujer “la primera sujeción de clases” aquella de la mujer al hombre. Uno de los libros más ampliamente difundidos del movimiento obrero Marxista temprano fue La Mujer Y el Socialismo (1883), de Augusto Bebel.
El Concepto De Modernidad en Marx
Como apasionados analistas políticos, Marx y Engels siguieron de cerca las políticas nacionales de su tiempo, a pesar que la mayor parte de sus escritos acerca del mismo fueron respuestas a circunstancias particulares. Desde fines de la década de 1860 en adelante, sin embargo, si se concentraron en un problema con implicaciones de largo alcance: como la opresión de una nación sobre otra afectaba el conflicto de clases en cada una de ellas. El caso concreto fue Inglaterra, el país capitalista más avanzado, donde, Marx y Engels concluyeron, la revolución social era imposible sin el precedente de una revolución nacional en Irlanda. Los Marxistas de los imperios multinacionales Austro-Húngaro y Ruso pronto tuvieron que prestar una atención teórica más sistemática al concepto de nación y su relación con clase. El principal trabajo teórico que iba a emerger de este esfuerzo fue La Cuestión de las Nacionalidades y la Social Democracia, de Otto Bauer (1907). Pero la visión estratégica y la práctica política que conectaron al Marxismo y el conflicto capital-trabajo con las luchas anticoloniales y otras luchas por la autodeterminación nacional fueron desarrolladas plenamente por Vladimir Lenin, en una serie de artículos escritos justo antes de la Primera Guerra Mundial, y luego consolidados en su estudio de tiempos de la guerra Imperialismo (1917).
Pero ver a Marx y Engels como dialécticos de la modernidad es una lectura de fines del siglo veinte, una expresión de un período en el cual la teoría social crítica esta asentando su relativa autonomía de la economía y en el cual, sobre todo, el valor mismo de la modernidad está siendo cuestionado desde una perspectiva de post- más que pre-modernidad. Sin embargo, debe ser enfatizado que, aunque dichas lecturas, abordadas en forma pionera por Berman, son recientes, no están sobrepuestas arbitrariamente. Aunque nunca teorizada ni admitida el canon Marxista clásico, una concepción de modernidad prevalecía en el pensamiento de Marx. En las primeras ocho páginas de la edición “Werke” del Manifiesto Comunista, nos enteramos acerca de la ‘industria moderna’ (tres veces), ‘moderna sociedad burguesa’ (dos veces), la ‘moderna burguesía’ (dos veces), ‘trabajadores modernos’ (dos veces), y sobre el ‘moderno poder de estado’, las ‘modernas fuerzas productivas’, y de las ‘modernas relaciones de producción’. Y el ‘propósito último’ de Marx en El Capital, como lo pone en su prefacio a la primera edición, fue ‘descubrir la ley de movimiento de la sociedad moderna».
Mantener sujetos ambos cuernos de la modernidad, el emancipador y el explotador ha sido una tarea intrínsecamente delicada, más fácilmente asumida por intelectuales que por políticos prácticos. La tradición marxista ha tendido por lo tanto a derivar de una caracterización a otra en su práctica de las dialécticas de la modernidad. En la Segunda Internacional (1889-1914) y en la tradición social-demócrata posterior, el aspecto negativo tendió crecientemente a ser opacado por una concepción evolucionista de poderes contrapuestos crecientes, de sindicatos obreros y partidos de clase obrera. El Cominterm o Tercera Internacional (1919-43) y la subsecuente tradición comunista, por contraste, se enfocó en lo negativo y su peripecia, denunciando los crecientes males del capitalismo y manteniendo la esperanza de un súbito revés revolucionario.
Profesor de sociología, (Gothenburg, Suecia). Sus últimos estudios son: European Modernity
and Beyond. The Trajectory of European Societies l945-2000 (Sage, l995); and Edited (with
Lise-Lotte Wallenius), Globalizations and Modernities: Experiences and Perspectives of Europe
and Latin America (Swedish Council for Planning and Coordination of Research, 1999).