Despolitización como forclusión
Una de las mejores artimañas del capital es aquella por la que se hace pasar por ciencia dura, exacta, matemática. De pronto, el número sustituye el argumento y se ofrece como indicio inobjetable de la realidad. Ahora se apuesta a lo evidente y ya no a lo convincente. Ya no se intenta convencer al pueblo sino, simplemente, mostrarle todo lo que de cualquier modo no puede comprender.
Indicadores, cuentas y cálculos usurpan la función del programa político y se tornan el más eficaz instrumento demagógico de los tecnócratas neoliberales, aunque también de algunos líderes populistas de izquierda. Unos y otros presentan cifras porque saben bien que se desconfía de sus palabras. Al conocer también el desprestigio de la política, se presentan como simples funcionarios e intentan despolitizar todo lo que dicen y hacen, imprimiendo a todo un estilo científico, pretendidamente neutral y objetivo, con un toque jurídico legaloide y burocrático institucional: un estilo de “saber” automático donde no hay lugar para el sujeto, su posicionamiento político y la irrupción de su “verdad”.21
Tal vez el fracaso de algunos regímenes posneoliberales, como el del Partido de los Trabajadores en Brasil, se explica en parte por su exclusión de la subjetividad política sobre la que todo se había construido. Quizá tengamos aquí un aspecto crucial de la “ilusión institucionalista” que Atilio Borón conecta con la “desarticulación del movimiento popular” en el actual retroceso brasileño.22 El arma de la despolitización, como último recurso ante la actitud social paranoica de incredulidad o Unglauben hacia la política, favorece la hegemonía del neoliberalismo al respaldar su enloquecida forclusión del pueblo políticamente posicionado.23 Al menos esta exclusión absoluta del sujeto ha sido evitada por los regímenes, como el de la Alianza País en Ecuador y el del Movimiento al Socialismo en Bolivia, que no han cedido a la presión de los datos, resistiéndose a favorecer la gestión de los medios a costa de la reivindicación incansable de los principios. Últimamente ha quedado claro en Latinoamérica que no hay modo apolítico de gobernar, que la política no puede sustituirse por la función pública ni relegarse a los periodos electorales, y que la ampliación de las clases medias, como bien reconoció García Linera, debe acompañarse por una incesante “politización social”.24
Colonización como determinación
El combate político jamás puede cesar porque las clases nunca dejan de luchar. No hay fin de la historia y de sus luchas. Ni siquiera estamos en paz con lo que ocurrió ayer. Hay siempre cuentas por saldar con el pasado. En el contexto latinoamericano, por ejemplo, está ese colonialismo que impone su determinación estructural socioeconómica sobre nosotros, como bien mostraron los teóricos de la dependencia.
Da igual que aceptemos la teoría de Gunder Frank sobre la “estructura colonial” en la que aún se inserta el “satélite” de Latinoamérica,25 o que optemos por la tesis de Marini de “continuidad” sin “homogeneidad” entre el colonialismo y la actual “subordinación” latinoamericana,26 o que insistamos con Dos Santos en el cambio de “formas” entre la dependencia colonial y la actual.27 El caso es que hoy, igual que ayer, como bien plantea Dos Santos mismo, el colonialismo sigue “dando los parámetros” a la posición estructural de un territorio latinoamericano cuyo carácter dependiente no fue superado por ninguna independencia nacional.28
Quizá no haya manera de liberarnos de nuestra dependencia estructural sin revolucionar la estructura global que perpetúa esta dependencia. La inexistencia de otra estructura debería disuadirnos de un proyecto de independencia en una sola región que parece tan irrealizable como el de socialismo en un solo país. En términos lacanianos, la falta de “metalenguaje” tendría que obligarnos a lidiar con el único lenguaje. Habría que afrontarlo y hacerlo nuestro a fin de revolucionarlo. Se trata, en otras palabras, de “comernos” al Otro, como lo prescribía Oswald de Andrade, quien –por cierto– supo bien devorar a Marx y Freud.30 Sólo a través de esta “reapropiación radical” puede llegar a darse el “comienzo absoluto” latinoamericano anhelado ahora por Jorge Alemán.31 El pensamiento único no puede abandonarse, pero sí retomarse de tal modo que se hable con la verdad que irremediablemente lo subvierte.32 ¿No es acaso lo que han hecho los pensadores nuestros, desde el Che hasta el Subcomandante, que han perturbado tan peligrosamente los equilibrios ideológicos del orden mundial?
Recolonización como repetición
Además de la estructura, está el espectro colonial que no deja de proyectar su abrumadora sombra melancólica sobre nosotros, que nos hace tropezar una y otra vez, y al que también debemos combatir sin cesar. La primera forma de combate sostenido, central en estrategias como la katarista y la bolivariana, es el ejercicio constante de la memoria. No es que sólo recordar a Túpac Katari o a Simón Bolívar sea mantenerlos vivos, sino que la rememoración de aquello contra lo que lucharon ya es en sí una gran victoria sobre aquello contra lo que debe seguirse luchando para que ya no ocurra.
La colonización debe recordarse a cada instante para no repetirse a cada instante. Como ha mostrado Freud, repetir es una forma inconsciente de recordar lo que no tenemos el valor de recordar conscientemente.33 Olvidar la colonización, dejar de escribirla en cada palabra, dejar de enunciarla y denunciarla a cada paso es mantenerla en lo real, permitirle insistir en cada uno de nuestros actos fallidos, haciendo que no deje de no escribirse en cada una de nuestras derrotas como latinoamericanos.
Los proyectos populistas de la izquierda latinoamericana sirven también para mantener viva la memoria de la colonización. Quizás el recuerdo provoque cierta angustia, pero esto es mejor que la opción del olvido, la de regímenes como los de Peña Nieto y Macri, los cuales, al comprometer la soberanía de sus países, ejecutan los gestos de las fuerzas coloniales que no se atreven a recordar y que no dejan de amenazarnos. El colonialismo está siempre ahí, acechando en el capitalismo ahora neoliberal; y sólo si lo afrontamos podremos impedir que siga suprimiendo muestra diferencia.
Liberalización como destrucción
Detrás de sus máscaras posmodernas exóticas y folclóricas, el capitalismo no deja de ser el triunfo de la desigualdad sobre la diferencia. Los valores de uso cualitativamente diferentes continúan quedando subordinados a valores de cambio cuantitativamente desiguales. Todo sigue reduciéndose a la cualidad económica del mercado capitalista y a sus variaciones de cantidad. Se acentúa la cuantificación de todo lo humano. Llegamos aquí al sentido más fundamental de lo que Marcuse llamaba el “hombre unidimensional”.34 Tenemos una sola dimensión cualitativa con variaciones cuantitativas como las que rigen la evaluación educativa en México. Si el sentido inagotable de la educación puede agotarse en su cuantificación, es porque el funcionamiento cuantitativo del dinero, como ya había observado Marx, termina englobando el funcionamiento de todo lo existente.35 Por lo mismo, todo puede comprarse con dinero. Este poder que permite significar, cuantificar todo hace del dinero, para Lacan, el más perfecto y poderoso de los significantes, pero también, por ello, el más “destructivo”.36
Cuando liberamos el dinero, liberamos también su destructividad. La destrucción es el correlato fatal de cualquier liberalización. El neoliberalismo libera el poder mortífero del vampiro del capital, su poder para transformar el trabajo vivo en dinero muerto, las personas en cosas inertes, los seres vivos en materia inanimada, lo vital orgánico en lo mineral inorgánico.
El poder mortífero del capital resulta psicoanalíticamente pensable sólo a través de una categoría tan paradójica y quizás al final tan impensable como la de pulsión de muerte. Aunque atendamos a Reich y Fenichel cuando nos alertan sobre el peligro de admitir este impulso de retorno a lo inanimado, requerimos su concepción, como notaron Vygotsky y Luria, para dar sentido a fenómenos destructivos absurdos e insensatos, entre ellos muchos atribuibles al capital, que sugieren la existencia de una tendencia necrológica irreductible a cualquier instinto biológico.37 Tal es el caso de la hecatombe planetaria provocada por el capitalismo, opuesta a cualquier estrategia biopolítica y que hace pensar más bien en una orientación histórica necropolítica. Recordemos en el mismo sentido los cánceres que proliferan en el continente y que resultan del envenenamiento de la vida por la subsunción capitalista de los procesos de trabajo y consumo. Consideremos también el nombre de Ayotzinapa y todo lo que nos evoca: todo el dispendio sádico de aniquilación y de crueldad que no ha beneficiado a nadie, que ha sido en perjuicio de todos y que se ha dado en Latinomérica desde los tiempos de la acumulación originaria hasta los del crimen organizado, pasando por las guerras imperialistas y las dictaduras de finales del siglo XX. Quizás esta violencia gratuita, redundante y desmedida pueda explicarse, en última instancia, sólo por el ciego afán de incremento del capital con su lógica inherente a lo inanimado perseverante en su ser.
Fracturas del sujeto en Latinoamérica
No es que el capital, como esencia de lo inanimado y de su fuerza de atracción, esté en quienes lo sirven. Tampoco es que en el fuero interno de cada latinoamericano se libre una lucha encarnizada entre el capital y el trabajo, entre la muerte y la vida, entre la colonia y la independencia, entre el individuo y la comunidad o entre el espacio público y el privado. Como sabemos por Marx y Lacan, las fracturas del sujeto no están en su interior sino en el exterior, en el campo mismo de cualquier lucha de clases.
El mundo, el sujeto existe de manera fracturada. Sus fracturas, contra lo que pensaban Reich y Voloshinov, no representan interna, psicológica e ideológicamente las luchas externas de clases sino que son estas luchas externas y sus diversas configuraciones y reconfiguraciones ideológicas históricamente determinadas, entre ellas aquella en que vemos oponerse el neoliberalismo y el populismo de izquierda en el actual espacio de Latinoamérica. Esta oposición puede fracturarnos a nosotros, latinoamericanos, porque es vivida y actuada por cada cada uno en el escenario exterior donde se oponen las fuerzas que encarnamos.
Afuera, en el escenario histórico, ocurren las nueve fracturas del sujeto de las que nos hemos ocupado: entre el pueblo y su sensibilidad enajenada, entre el mismo sujeto y su proceso de sugestión mediática, entre el ser y su desposesión en el tener, entre la comunidad y su disolución individualizadora, entre la totalidad social o popular y su pulverización en unidades contabilizables, entre la politización y la forclusión del sujeto, entre la emancipación y la determinación colonial, entre la rememoración y la repetición del colonialismo, entre la preservación y la destrucción de lo que somos. Las clases luchan en estas fracturas subjetivas y en la manera en que replantean cada vez de manera distinta el actual conflicto entre la izquierda y la derecha en Latinoamérica. Este conflicto es también una experiencia subjetiva de nuestra lucha de clases.
1 Henri de Man, Au-delà du marxisme (1926), París, Seuil, 1974. Max Eastman, Marx and Lenin: the science of revolution (1927), Nueva York, Boni. Attila József, Hegel, Marx, Freud (1934), Action Poétique 49, 1972, 68-75. Alfonso Teja Zabre, Teoría de la revolución (1936), México, Botas.
2 Siegfried Bernfeld, “Socialismo y psicoanálisis” (1926), en H.-P. Gente (editor), Marxismo, psicoanálisis y Sexpol (páginas 15-37), Buenos Aires, Granica, 1972. Jean Audard, “Du caractère matérialiste de la psychanalyse” (1933), en Littoral 27/28 (1989), 199-208.
3 Wilhelm Reich, La psicología de masas del fascismo (1933), México, Roca, 1973. Valentin Voloshinov, Freudismo: un bosquejo crítico (1927), Buenos Aires, Paidós, 1999.
4 David Pavón-Cuéllar, Elementos políticos de marxismo lacaniano, México, Paradiso, 2014.
5 Para el concepto de “extimidad”: Pavón-Cuéllar, “Extimacy”, en Encyclopedia of critical psychology, Nueva York, Springer, páginas 661-664.
6 Vladimir Ilich Lenin, Materialismo y empiriocriticismo (1908), Moscú, Progreso, 1982.
7 Jacques Lacan, Le séminaire, livre II, Le moi (1954-1955), París, Seuil, 2001, páginas 61-77.
8 Anton Pannekoek, Lenin filósofo (1938), Buenos Aires, Pasado y Presente, 1973.
9 Lev Vygotsky, Pensamiento y lenguaje (1934), Madrid, Paidós, 1995, páginas 88-105.
10 Reich, La psicología de masas…, obra citada, página 29. Voloshinov, Freudismo…, obra citada, página 73.
11 Emir Sader, Refundar el Estado. Posneoliberalismo en América Latina, Buenos Aires, Clacso, 2008, páginas 36-37, 72.
12 Marx y Engels, La ideología alemana (1846), Madrid, Akal, 2014, página 39.
13 Lacan, “Réponse au commentaire de Jean Hyppolite” (1956), en Écrits I, París, Seuil, 1999, página 390.
14 Lacan, Le séminaire, Livre XVII, L’envers de la psychanalyse (1970), París, Seuil, 1991, página 178.
15 Marx, Manuscritos: economía y filosofía (1844), Madrid, Alianza, 1997. Freud, “Conclusiones, ideas, problemas” (1938), en Obras completas XXIII (páginas 301-302), Buenos Aires, Amorrortu, 1998.
16 René Crevel, Le clavecin de Diderot (1932), París, Pauvert, 1966, página 84.
17 Marx, Manuscritos: economía y filosofía, obra citada, páginas 146-147.
18 Freud, “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), en Obras completas XVIII (páginas 63-136), Buenos Aires, Amorrortu, 1998, página 122.
19 Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel. Tomo 3 (1930-1932), México, Era, 1986, páginas 153-154.
20 Michel Foucault, Il faut défendre la société: cours au Collège de France (1975-1976), París, Gallimard, Seuil. Sécurité, territoire, population: cours au Collège de France (1977-1978), París, Gallimard, 2004.
21 Lacan, Le séminaire, Livre XVII, L’envers de la psychanalyse (1970), obra citada, páginas 12-74.
22 Atilio Borón, “Asalto al poder en Brasil”, en La Jornada, 14 de mayo de 2016, en http://www.jornada.unam.mx/2016/05/14/opinion/018a1mun
23 Lacan, Le séminaire, Livre III, les psychoses (1955), París, Seuil, 1981.
24 Álvaro García Linera, “No hay revolución verdadera sin profunda revolución cultural”, en El Viejo Topo, 1 de junio de 2016, en http://www.elviejotopo.com/topoexpress/no-hay-revolucion-verdadera-sin-profunda-revolucion-cultural/
25 Andre Gunder Frank, “El desarrollo del subdesarrollo”, en Pensamiento crítico 7 (1967), página 163.
26 Ruy Mauro Marini, “Dialéctica de la dependencia” (1973), en América Latina, dependencia y globalización, Bogotá, Siglo del Hombre, 2008, páginas 111 y 134.
27 Theotonio dos Santos, Imperialismo y dependencia (1978), México, Era, 1982, página 352.
28 Ibídem, página 304.
29 Lacan, Écrits II (1966), París, Seuil, 1999, páginas 293-300.
30 Oswald de Andrade, “Manifiesto Antropófago” (1928), en J. Schwartz (compilador), Las vanguardias latinoamericanas, México, FCE, página 117.
31 Jorge Alemán, Conjeturas sobre una izquierda lacaniana, Buenos Aires, Grama, 2013, página 254.
32 Lacan, Le séminaire, Livre XVI, D’un autre à l’autre, París, Seuil, 2006.
33 Freud, “Recordar, repetir y reelaborar”, en Obras completas XII, Buenos Aires, Amorrortu, 1998, página 151.
34 Herbert Marcuse, El hombre unidimensional (1964), Barcelona, Planeta, 2010.
35 Marx, El capital I (1967), México, FCE, 2008, pp. 52-53.
36 Lacan, Écrits I (1966), París, Seuil (poche), 1999, página 37.
37 Vygotsky y Luria, “Introduction to the Russian translation of Freud’s Beyond the pleasure principle” (1925), en The Vygotsky Reader, Oxford, Blackwell, 1994, páginas 10-18.