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«Política de la vida cotidiana en el siglo XXI. La economía moral del deudor: E.P. Thompson, revisitado en un mundo online»: Liam Stanley, Joe Deville, Johnna Montgomerie

E P ThompsonForma emergente de la “política de la vida cotidiana”, los Foros de Deuda online proporcionan un espacio para que los deudores compartan trucos y consejos, ofrezcan apoyo moral y emocional e, indirectamente, siembren las semillas de la acción colectiva.

El giro hacia la austeridad que siguió a las crisis de 2008 y posteriores es visto por muchos como el cambio económica, cultural y políticamente más importante registrado en la Gran Bretaña contemporánea. Se tiene la sensación, muy difundida, de que se requiere un desapalancamiento simultáneo de los hogares y del Estado para rebajar la deuda contraída en el derroche privado y público alimentado por el crédito antes de 2008. Sin embargo, quienes dependen crecientemente del crédito para gestionar su vida cotidiana y mejorar sus opciones vitales son los estratos sociales más pobres. Endeudados y con un sentido de culpa colectiva tan arraigado en las narrativas populares de la crisis financiera –ese temerario préstamo hipotecario subprime que habría disparado la crisis en 2008 y que obligaría ahora a los gobiernos de toda Europa a vivir ajustados a sus mermados medios a la vista de unos déficits presupuestarios insostenibles e inmorales—, los deudores de toda laya están cada vez más estigmatizados.

La moralidad de la deuda, o, más específicamente, el sentido de obligación moral de tener que pagar las propias deudas, remite a los orígenes sociales del contrato crediticio: la palabra “crédito” significa “confianza”, y “contrato” significa “traído en común”. La deuda es una promesa de pago fundada en la confianza entre el prestamista y el prestatario. Es generalmente admitido que aceptar algo, prometer devolverlo y luego no hacerlo es malo moralmente. La moralidad de la deuda permea todos los aspectos de la vida social; el deudor está obligado con el acreedor, y es juzgado por sus pares conforme a su capacidad para servir su deuda. A diferencia del contrato laboral de “esfuerzo-recompensa”, la deuda entraña conceptos de culpa y restitución, lo que lleva a la “captura” y a la “extracción” social, económica y política. [1] Hay sobradas pruebas antropológicas de que las prácticas culturales de la deuda son variadas y tornadizas, no universales [2]. Después de la crisis financiera estamos viendo claramente cómo las obligaciones deudoras están lejos de ser uniformemente exigidas. “Occupy” y otros movimientos sociales han buscado politizar la deuda recurriendo a distintos métodos y técnicas poco convencionales, como la huelga de deuda. Syriza acaba de ganar las elecciones en Grecia con la promesa de poner fin a la austeridad. Sin embargo, para muchos británicos el objetivo, harto más modesto, pasa por “salir” de las deudas a que están vinculadas sus viviendas y que lastran su vida cotidiana. Una estimación muy conservadora del monto de la deuda del consumidor en 2014 arroja la cifra de  165 mil millones de £.

Tal es el contexto en que han aparecido nuevos espacios online para deudores. Un buen número de foros de Internet –señaladamente Money Saving Expert y Consumer Action Group, genuinas extensiones de comunidades online— ofrecen espacios importantes para la participación y el intercambio de experiencias de los deudores. Y esos espacios son realmente substanciales. Consumer Action Group, por ejemplo, tiene 32 subforos bajo el rótulo “Problemas de deuda, incluidas hipotecas de vivienda”. Esos espacios de discusión incluyen: “La industria de la recolección de deuda”, “Organismos encargados de hacer cumplir la ley”, “Readquisición de vivienda”, “Gestión de la deuda y autoayuda del deudor” o “Asuntos generales relativos a la deuda”. Y además, cerca de 10 sub-sub-foros exclusivamente dedicados al pago cotidiano del préstamo. También Mumsnet tiene sus propias series de líneas de deuda dedicadas a “quienes sienten que se están ahogando y quieren salir a flote”. Cada foro y cada subforo tiene su propio elenco de personajes, de miembros dominantes, su etiqueta, sus normas y sus propósitos. Todos tienen en cierto modo la característica común de ofrecer espacio a los deudores para que compartan trucos y consejos, proporcionando apoyo moral y emocional e, indirectamente, sembrando las semillas de la acción colectiva.

Esos foros online ofrecen algo diferente del apoyo convencional al deudor. Y puesto que a veces apuntan a las “vías no autorizadas” por las que los deudores pueden lidiar con los acreedores, esos espacios tienen un claro filo político, a pesar de que haya pocos ejemplos de acción claramente emprendida con motivos políticos. La categoría de “política de la vida cotidiana” capta del mejor modo esa dimensión. En este sentido, hay similitudes y contrastes con el famoso análisis que E.P. Thompson hiciera de la economía moral de la muchedumbre inglesa en el siglo XVIII, en el que demostró que las revueltas de hambre estaban impulsadas por una sensación colectiva de injusticia. Aunque los foros online de deudores andan aún muy lejos de convertir a las autoridades en “prisioneras del pueblo” –como lo formuló Thompson en su estudio de las revueltas de hambre—, sí pueden, en cambio, iluminar la naturaleza de las relaciones acreedor-deudor en el siglo XXI y, en última instancia, arrojar luz sobre la naturaleza misma de la política de la vida cotidiana.

E.P. Thompson y la “política de la vida cotidiana”

El seminal artículo de E.P. Thompson “La economía moral de la muchedumbre inglesa en el siglo XVIII” formaba parte de su obra, más amplia, de estudio de la historia de las clases trabajadoras inglesas. [3] Thompson era crítico con quienes buscaban explicar las revueltas de hambre en el siglo XVIII inglés como mero resultado de las privaciones y del hambre. Al reducir los disturbios al estímulo básico de la hambruna, esas explicaciones dejaban poco margen para el papel desempeñado por el razonamiento y la moralidad del pueblo trabajador común y corriente: un ejemplo más de aquella actitud que Thompson había venido criticando con el celebérrimo marbete de “la enorme condescendencia de la posteridad”. Para Thompson, la gente común y corriente de la época ni era estúpida ni se movía solamente por factores básicos como el hambre o los impulsos corporales. Al contrario, los revoltosos estaban penetrados por la creencia de que defendían los derechos y los usos sobre los que se levantaba el consenso moral del conjunto de la comunidad. Eso se basaba en una visión compartida del modo en que la economía debía funcionar, y de los derechos y responsabilidades de los distintos agentes del mercado en relación con esa visión. Por eso habló Thompson de “economía moral” de los pobres. Lo que impulsaba las acciones de los revoltosos era su percepción, como un ultraje, de la infracción de esas normas que se manifestaba en la privación y hambrunas.

Esta perspectiva teórica ayuda a explicar cómo se desarrollaron las revueltas del modo en que lo hicieron. Los revoltosos no se limitaban a robar pan o grano. También destruían maquinaria, a fin de denunciar la injusticia. U obligaban a los comerciantes a vender a un precio justo. Esta última acción significaba intervenir en el mecanismo de precios privilegiado por la economía política clásica, e intervenir con el propósito de reorientar los precios conforme al consenso social establecido respecto de cómo tenían que ser esos precios. Reorientar de esta guisa los precios de los bienes –sostenía con enorme vigor Thompson—  significaba que “las autoridades eran, en cierta medida, prisioneras del pueblo”.

Para Thompson, este tipo de acción no era ni política ni impolítica. Su idea es que la acción es política sólo si está intrínsecamente motivada y es consciente, pero que, paradójicamente, esta acción era política porque logró cambiar, intencionalmente o de otra forma, los términos de un determinado conjunto de relaciones de poder. Benedict J. Tria Kerkvliet contribuye a dar sentido a esa tensión con su definición a tres niveles de la política [4]. Kerkvliet define la política de un modo relativamente expedito: se trata del control, asignación, producción y uso de recursos, pero también de valores e ideas que justifican o critican esas actividades. Fundándose en esa definición, Kerkvliet distingue tres tipos distintos de política: la oficial, la de cabildeo y la de la vida cotidiana. La política oficial es la de las autoridades en organizaciones que “hacen, ponen por obra, cambian, critican y evitan” políticas en torno a la asignación de recursos. La política de cabildeo consiste en intentos conscientes y directos de influir en las autoridades, y a través de ellas, en el modo en que se asignan los recursos. En cambio, en la política de la vida cotidiana se trata de “gente que acepta, que secunda, que se ajusta a, y que critica y contesta, normas y reglas relativas al papel de las autoridades a la hora de producir i asignar recursos”. El punto clave en el que la política de la vida cotidiana difiere de la política oficial y de la política de cabildeo es la falta de organización y, a menudo, la aparente naturaleza impolítica de sus acciones. En este esquema, las revueltas de Thompson son claramente políticas, aun que de la variedad “vida cotidiana”.

Este concepto de política de la vida cotidiana proporciona un instrumento para investigar y comprender el papel de los nuevos espacios online de recuperación de los deudores. A modo de ampliación, Kerkvliet ofrece el siguiente ejemplo “corriente” de política de la vida cotidiana:

“Hace unos años, un nuevo arreglo paisajístico del campus de mi universidad introdujo carriles pavimentados, se supone que para uso de peatones y ciclistas. Luego de unos meses, sin embargo, comenzaron a dibujarse dos senderos que atravesaban el césped cuidadosamente plantado y mantenido. Aparentemente, esos senderos eran creación de peatones y ciclistas que se desviaban de los carriles oficialmente trazados. Los senderos eran una expresión política: usaban un recurso, suelo, fuera de la línea señalada por las autoridades universitarias. Es difícil de saber si los creadores de los senderos eran resistentes conscientes. Es probable que una investigación minuciosa despejara la duda. Muy probablemente, muchos peatones y ciclistas simplemente encontraron esos senderos más convenientes para desplazarse más rápidamente de un lugar a otro. Su acción –usar sendas no autorizadas— es política de la vida cotidiana del tipo modificativo. Para otros, sin embargo, usar –tal vez iniciar— los senderos pudo ser oposición deliberada –una forma de resistencia cotidiana— a las autoridades que diseñaron y establecieron los carriles oficiales. Sea ello como fuere, lo cierto es que los senderos existen, alterando la disposición oficial del suelo planeada por las autoridades. Cuando la oficina de la universidad encargada del paisaje del campus tuvo noticia de las infracciones, dio ordenes a los mantenedores para que pusieran pequeñas barreras a ambos extremos de cada sendero, esperando forzar así a los usuarios a servirse de los carriles autorizados. Pero la gente no tardó en rodear esos obstáculos y seguir usando los senderos. Recientemente, esos senderos han sido pavimentados, para mayor comodidad de sus usuarios. Las autoridades universitarias cedieron, y aparentemente, dejaron de intentar la erradicación de los usos desviados. Es más; incorporaron las creaciones de los usuarios al diseño oficial del paisaje.”

Esto puede leerse como un ejemplo de, y como una analogía con, la política de la vida cotidiana. En tanto que ejemplo, es un caso relativamente expedito de cómo puede iniciarse un cambio, por parte de quienes carecen de poder oficial o de cabildeo, contra los deseos y los intereses de las autoridades. También funciona como una analogía. Al distinguir entre formas modificatorias y formas resistentes de la política de la vida cotidiana, Kerkvliet sugiere que la acción no debería calificarse como política atendiendo a sus motivos; debería considerarse política atendiendo a que transforma, desafía o altera –por pequeña que sea la escala— la práctica de las relaciones de poder. Se muestra así que, mediante la política de la vida cotidiana y el uso colectivo de los “senderos no autorizados”, quienes carecen de autoridad formal o de influencia informal en los procesos políticos oficiales, mantienen, no obstante, una capacidad de influir en el cambio político y económico por la vía de rechazar o aceptar las acciones de los poderosos.

¿Senderos deudores no autorizados?

¿Qué perspectivas ofrece la aparición de vías o senderos no autorizados en las relaciones acreedor-deudor en el mundo de la financiación del consumo contemporánea? Se pueden hacer dos iluminadoras comparaciones clave entre los deudores, de un lado, y del otro, los peatones de Kerkvliet y la muchedumbre hambrienta de Thompson. En primer lugar, tanto en los ejemplos de Kerkvliet como en los de Thompson, la acción colectiva o mimética se ve ayudada por el hecho de que ambos conjuntos de relaciones sociales se desarrollan en escenarios que entrañan cierto grado de interacción cara a cara con gente en parecida situación en el marco de un determinado ambiente físico. Para volver a mezclar ejemplo y analogía, los peatones de Kerkvliet seguirán más probablemente los senderos no autorizados, si el pasto del césped comienza a erosionarse visiblemente por el uso. Raramente ocurre eso en el caso de los deudores contemporáneos. El endeudamiento suele experimentarse como problema individual o privado asociado a sentimientos de embarazo y vergüenza. Por eso tienden los deudores a vivir en aislamiento, con escasos vínculos organizativos entre sí y raramente en redes sociales. La naturaleza privada o personal de la deuda significa que pocos deudores saben exactamente cómo manejar el problema de la deuda o tratar con agresivos acreedores: la falta de comunicación generalizada estorba a la imitación estratégica. Lo que se atraviesa en el camino de la aparición de una política de la vida cotidiana alternativa de gestión de la deuda o de resistencia.

En segundo lugar, tanto en los ejemplos de Kerkvliet como en los de Thompson, un interés inequívocamente compartido contribuye a la aparición de la política de la vida cotidiana. La naturaleza privada de la deuda complica aquí también las cosas. La deuda es generalmente considerada un problema individual que arraiga en fallos del prestatario. Por lo mismo, se juzga de un modo único a los deudores, y a menudo se les coloca en una escala implícita de méritos y deméritos. Aun cuando hay esquemas notorios para resistir a la ejecución hipotecaria y al desahucio en los EEUU (como City Life/Vida Urbana), no hay nada equivalente para los deudores en general. En cambio, en la Inglaterra del siglo XVIII no se podía legítimamente culpar a la muchedumbre por exigir alimentos mediante revueltas, cuando grandes segmentos de población no podían acceder a la comida a precios de mercado. Un interés claramente compartido estaba en escena: alimentos accesibles dimanantes de un sentido de justicia compartido. Dadas las obligaciones morales y jurídicas vinculadas a sus relaciones con las finanzas, no hay un claro equivalente para los deudores. Combinado eso con el estigma que acompaña a la presentación pública del problema del deudor, resulta difícil encontrar socios que puedan conmoverse y ofrecer apoyo. Lo que contribuye a prevenir la aparición de un interés compartido entre los deudores como grupo general.

A falta de interacción en un ambiente físico o de un interés compartido explícito, las formas cotidianas de la política del deudor son menos comunes. En la práctica, los deudores se apoyan fundamentalmente en fuentes convencionales o habituales de sostén y asesoramiento al deudor, las cuales, aunque resultan útiles y son importantes, no necesariamente representan un desafío a la relación deudor-acreedor y aun pueden contribuir a mantener el estatuto de la deuda como un asunto privado. Esos servicios abarcan desde los servicios sin ánimo de lucro, como los proporcionados [en Gran Bretaña] por el servicio Citizens Active, National Debtline, Payplan y StepChange, hasta formas directas de asesoramiento suministradas por agencias públicas (por ejemplo, las oficinas municipales de vivienda o los departamentos de bienestar), pasando por empresas comerciales de gestión de la deuda. Estas diferentes organizaciones pueden suministrar útiles servicios a quienes se hallan en situación de necesidad: asesorar, explicar la normativa y las regulaciones vigentes, ilustrar sobre los potenciales cursos de acción que puede emprender el deudor, hacer entrar a los clientes en contacto con otros tipos de formas de ayuda, particularmente, en el caso de las organizaciones sin ánimo de lucro, con modelos de carta de los que puedan servirse los deudores para comunicarse con los acreedores y otras organizaciones. Tanto los servicios comerciales de gestión de la deuda (que cargan honorarios), como la National Debt Line y StepChange (que no cobran nada), ofrecen también a los deudores que reúnen determinados requisitos Planes de Gestión de la Deuda en los que la organización asume la responsabilidad de negociar con los acreedores directamente y, luego, recaudar y distribuir los pagos de la deuda, así como asesoramiento sobre otras opciones.

Una buena parte de los servicios ofrecidos por organizaciones sin ánimo de lucro adoptan enfoques de “autoayuda”, de modo que, en última instancia, y cualesquiera que sean los específicos consejos ofrecidos, se fundan en la distinta capacidad, pericia y energía de los distintos individuos. Un informe reciente destacaba un buen número de prácticas problemáticas del sector. Entre ellas: confusión en el asunto de los honorarios, poca distinción entre “asesoramiento” y “venta”, empresas que desaniman a los deudores para que no usen servicios sin ánimo de lucro, consumidores a los que se anima a manipular sus declaraciones de ingresos y gastos, deudores urgidos a proceder a toda prisa en el proceso, o deudores presionados para que acepten más productos financieros ofrecidos por la propia empresa de gestión de la deuda o por alguna entidad a ella asociada. [5] El asesoramiento secunda las normas de asesoramiento del deudor, lo que incluye recomendar a los deudores mantener el contacto con los acreedores, manifiestamente a fin de prevenir la escalada acumulativa de la deuda, la acrecida probabilidad de acción jurídicas y el incremento de los intereses y de los honorarios.

¿Resistencia del deudor?

El apoyo convencional al deudor ofrece fundamentalmente y por lo general sendas de acción que siguen vías autorizadas y sancionadas por los poderosos. En cambio, lo que los foros online pueden ofrecer es conocimiento tácito y sabiduría surgidos de la experiencia de crear vías nuevas y divergentes en una dirección diferente. En ese respecto, les ofrecen una forma de mercado negro de conocimiento que no puede obtenerse en los mercados convencionales. Al crear un espacio público para compartir esas experiencias, los foros ayudan a esquivar desequilibrios de poder mediante la propagación de vías de acción no autorizadas. Muestran así la posibilidad de instar a cambios más generalizados y más profundos en las relaciones acreedor-deudor.

Los foros no son viveros de radicalismo político. Lo que hacen es ayudar a la gente a salir adelante. Apoyar con razones el asesoramiento y las recomendaciones ofrece también un sentido de lo que deberían ser unas relaciones justas o equitativas entre el acreedor y el deudor. Por una parte, las vías de acción sugeridas son normalmente válidas desde el punto de vista procedimental: las estrategias de recuperación ofrecidas pasan a menudo por servirse de la legislación para los consumidores, y usualmente se mantienen en el marco de la legislación vigente. Por otra parte, resultan éticamente equitativas: las hueras pero ostensiblemente autoritarias amenazas esgrimidas por las entidades de cobro de deuda se ven por regla general como éticamente reprobables. Resultado: aunque la mayoría de quienes suben posts a esos foros online están interesados en minimizar sus cuitas personales, la cacofonía de conocimiento tácito ofrecido por los foros y las acciones individuales que inspiran bien podrían terminar, por un efecto de bola de nieve, en algo parecido a la acción política colectiva sin recurso a la política oficial o a la de cabildeo: un poco como en el caso de los razonables campesinos hambrientos, pero éticos, de Thompson.

Aun cuando los foros raramente recomiendan evadir la deuda, sus usuarios más experimentados no se privan muchas veces de sugerir que los deudores eviten pagar sus deudas. En línea con la economía moral de los foros, eso sólo resulta normalmente aceptable cuando las acciones de los acreedores se consideran éticamente injustas de acuerdo con las expectativas compartidas. Cuando los miembros de los foros se quejan de las acciones de los acreedores como acciones injustas –los ejemplos van desde el transcurso de un largo lapso de tiempo en el momento de instar al pago de una suma insignificante, hasta el traspaso de límites por parte de una entidad emisora—, suelen sugerirse formas de evitar el pago de la deuda. Formas que son procedimentalmente válidas, evitando la infracción penal, y que pueden implicar el pago de dos libras esterlinas mensuales o el cese de comunicaciones que no sean las de una carta formal. Aunque sería una clara exageración de Thompson sugerir que las autoridades son “prisioneras del pueblo” en relación con la deuda personal, estos ejemplos significan más que una mera confrontación o un gesto simbólico de rebelión. En estos casos, el asesoramiento ofrecido en los foros tiene un impacto –aun si por ahora muy pequeño— en el flujo de ingresos de las entidades de cobro de deuda, de los acreedores y, por lo mismo, del sector financiero en su conjunto. Como en el ejemplo de Thompson, las relaciones económicas se ven, pues, crecientemente alteradas en el sentido de alinearse con la comprensión compartida del modo en que la economía debería funcionar. Puede que no sea sino una gota en el océano, pero no deja de tener efectos significativos en las vidas individuales de quienes están lidiando con sus deudas. Es también indicio del modo en que esos espacios online tienen potencial para cambiar la naturaleza de las relaciones acreedor-deudor.

Por ahora, el impacto político y económico de esos foros es muy modesto. Los acreedores no son todavía “prisioneros del pueblo”, como en el ejemplo de Thompson. Sin embargo, al poner en común la experiencia cotidiana, la pericia y las estrategias individuales de resistencia de un amplio abanico de deudores, esos espacios online están comenzando a identificar y a crear determinados “senderos no autorizados” a disposición de los deudores bajo presión. Una economía moral alternativa de la deuda es posible. Cuando desnaturalizamos el supuesto de que todos los deudores deben devolver sus deudas, podemos abrir espacios. Nuestro reciente informe, The New Politics of Indebtedness [La nueva política del endeudamiento], aboga por un programa, públicamente respaldado, de reestructuración de la deuda que actúe como un fondo de socorro a favor de quienes se esfuerzan seriamente en el servicio de sus deudas. La asistencia incluiría apoyo directo a los hogares en forma de condonación de la deuda, subsidios a las tasas de interés o incentivos fiscales. Además de la acción política oficial o de la de cabildeo, estos nuevos espacios online, y otras formas de política de la vida cotidiana, pueden también contribuir a reequilibrar las relaciones de poder a favor de quienes carecen de poder.

NOTAS: [1] Lazzarato, M. 2012, The Making of the Indebted Man, Amsterdam: Semiotext(e). [2] Graeber, D. (2011) Debt: The First 5,000 Years, New York: Melville House. [3] Thompson, E. P. (1971) ‘The Moral Economy of the English Crowd in the Eighteenth Century’, Past & Present 50 (Feb. 1971), pp 76-136.  [4] Kerkvliet, B. J. (2009) ‘Everyday politics in peasant societies (and ours)’, The Journal of Peasant Studies 36 (1), pp 227-43.  [5] Rowe, B., Holland, J., Nash, R., Hann, A., and Brown, T (2014), Consumer Credit Research: Payday Loans, Logbook Loans and Debt Management Services. London: ESRO / Financial Conduct Authority, disponible en: http://www.fca.org.uk/static/documents/research/fca-esro-final-report-2014.pdf

Liam Stanley es profesor lector en el Departamento de Políticas de la University of Sheffield. Joe Deville es un investigador Postdoctoral en el Centre for the Study of Invention and Social Process en GoldsmithsJohnna Montgomerie es una profesora lectora en el Departamento de Ciencia Política en Goldsmiths. Financiado por Communities and Culture Network, este artículo se basa en investigaciones hechas para el proyecto  Digital Technologies of Debt Resilience. Para saber más, se recomienda descargar el informe, ligado a éste, The New Politics of Indebtedness.

Traducción de Miguel de Puñoenrostro.

Fuente: Sin Permiso

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