«Ilienkov In Memoriam»: Gilberto Pérez Villacampa
Ensayo en emoción será este, y quizás mal se adapten sus entusiasmos con aquello que merecería tratamiento menos afectado. Fabulación del concepto habrá aquí, donde pretendo contar sobre el itinerario y contagio de las ideas, más que con rigor fijarlas -cruel sería quien exigiera al que fabula coordenadas precisas de lo contado y, sin embargo, coordenadas habrá, sólo que fabuladas-.
Mi ensayo Iliénkov in memoriam se moverá en el espacio, siempre cuestionable por parcializado su enfoque, en que se funden la obra y la resonancia generacional, el libro y la personalísima lectura, el hecho y la memoria que hilvana el recuerdo. Espacio éste donde se bordean los confines de la fábula, donde es difícil mantener el equilibrio entre el entusiasmo del que fabula y la requerida objetividad que exige lo contado. Reino de la fábula éste, con todas sus trampas y encantos. Fabulación sobre la obra de Iliénkov será.
Fabula de los adelantados
Iliénkov, de que voy a contarles, tuvo una incidencia decisiva en una parte, reconozco reducida, de la generación de filósofos cubanos que desde finales de los sesenta hasta mediados de los ochenta, aprendió el oficio de filosofar en universidades soviéticas, seguro compartiendo las preocupaciones del autor de Lógica dialéctica en las conversaciones de Nievski arriva, Nievsko abajo en Leningrado, en el holgorio de los bancos del parque Yakikupala en Minsk y en las apacibles orillas del Moskvá. Krieschatie arriba, Krieschatie abajo en Kiev, en algún parque o por avenida alguna, paseando en Rostov del Don o en Alma Atá, parques y avenidas para mí innombrables porque allí nunca estuve. En todo caso, se trata de un libro, el de Iliénkov, de esos que se resisten a quedarse en casa y mucho menos en la biblioteca, de esos que requieren -como quería Nietzsche para los suyos- capacidad para rumearlos una vez ingeridos y no tardar en largarlas en sitios no idóneos para la lectura.
Mientras por allá tenía lugar este instructivo rumear y largar las solapas, por Cuba el libro ya circulaba. La obra fundamental de Iliénkov, Lógica dialéctica, entró al país en los años setenta en la traducción al español que editó Progreso. Por entonces, el libro ya contaba en su país de origen con bastantes halagadores moderados, devotos incondicionales, comentaristas imparciales y furibundos detractores. Supongo que Lógica dialéctica, un tanto fuera de su contexto, ocupó un lugar relativamente tranquilo en anaqueles de las librerías cubanas. Imagino que fue comprada con interés por los profesores de filosofía y los estudiosos de la materia: <Una nueva monografía salió a la venta…->.
He preguntado a algunos de los testigos de aquellos tiempos y casi todos aseguran que fue así. Después, agregan, la gente se percató de que no se trataba de una monografía más: el libro era serio, difícil de leer, tanto que espantaba a los apresurados en <ponerse al día>. A todas luces, se trata de una obra <profunda>, aunque de tesis cuestionables e incluso extravagantes para algunos. Seguramente <la posición que sustenta el autor>, un tanto diferente a la de los entonces muy populares en Cuba Kopnín y Orudzhev, en unos cuantos motivó trabajos ensamblajes y sutiles diferenciaciones, hasta tomar partido por uno de ellos a ingeniar un punto de vista propio sobre el asunto. Por supuesto, todo esto es fabulación fantasiosa del que escribe, pues de ello desgraciadamente casi nunca se cuenta en filosofía. Algunas conversaciones sostenidas con los que vivieron esa primera entrada de Lógica dialéctica en Cuba me dan pistas para fantasear así. También mucho coinciden en que fue la desparecida Zaira Rodríguez Ugidos, desde la Universidad de La Habana, quien más instó a reflexionar sobre el libro de Iliénkov.
La segunda entrada de Lógica dialéctica a Cuba fue distinta de la primera. Esta vez entró en ruso y fue traída, a diferencia de entonces, cuando fue enviada. Los que la trajimos a tierra tórrida, por segunda vez, arrastrábamos gran parte del contexto en que vivía la obra en su país natal. Más que un libro <interesante> y <profundo> se trataba en nosotros de una biblia que se lleva bajo el brazo.
Quizás esto no guste a más de uno de los «adelantados» del segundo viaje: veníamos armados no con una biblia para ser repetida acríticamente, sino con un estilo de pensamiento crítico-reflexivo, justo lo contrario a toda beatería académica. Lo sé, pero lo que quisisera subrayar con esta comparación, seguramente infeliz, es que los que ahora trasladábamos a Iliénkov, sin duda de modo más íntegro, veníamos preñados de una devoción por El Libro que que ya no se conformaba con la consideración de éste como una monografía más. Recuerdo que, egresado de mis estudios en la URSS, nada me enardecía tanto como el <sí pero no> en la valoración de alguien sobre la obra de Iliénkov. Eso ya bastaba para que mi interlocutor cargara con la indiferencia que merece la mediocridad. Era como si andara por el mundo con el cartabón de Iliénkov en mano -intransigente manera de medir la del «recién graduado»-. Pero, aparte de mis sobradas ínfulas ilienkovianas, creo que los «adelantados» teníamos una nueva actitud ante la obra: Lógica dialéctica es traída como el Punto de Vista en que se subliman las inquietudes de un reducido sector estudiantil de los que estudiábamos en universidades soviéticas en los ochenta.
Publicado originalmente en la Revista Contracorriente. Año 2 – nº 3 . 1996
El equipo de MC agradecemos la gentileza de Rubén Zardoya por facilitarnos este artículo de Gilberto Pérez Villacampa sobre Iliénkov.