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«Romanticismo revolucionario y religión en Ernst Bloch»: Michael Löwy

Prólogo del libro Esperanza y Utopía: Ernst Bloch desde América Latina*

Desde hace ya varios años la investigación sobre el pensamiento de Ernst Bloch no es monopolio de autores alemanes, europeos o norteamericanos. Trabajos de gran valor han sido realizados por investigadores latinoamericanos como lo muestra el presente volumen Esperanza y Utopía: Ernst Bloch desde América Latina. A excepción de Frédérick Lemarchand –autor de una muy bella comparación de Bloch, Jonas y Benjamin– los otros colaboradores de este volumen proceden de América Latina (México, Uruguay y Brasil). Varios de ellos se interesan directamente de la recepción de Ernst Bloch en este continente, ya sea en su lectura por los filósofos latinoamericanos (Fernando Ainsa) o por los teólogos de la liberación (Wellington Teodoro da Silva, Luis Martínez Andrade). Todos estos trabajos contribuyen de manera notable a enriquecer nuestro conocimiento, tanto de la obra misma del autor de Principio Esperanza – lo cual podemos decir también del ensayo de José Manuel Meneses Ramírez– como de las interpretaciones que han sido hechas a partir de la realidad latinoamericana.


Me parece, efectivamente, que América Latina es un terreno privilegiado para una relectura de las ideas de Ernst Bloch: su Thomas Münzer, teólogo de la revolución (1921) ¿no encuentra una prolongación inesperada en el cristianismo de liberación latinoamericano? Y las utopías románticas/revolucionarias del Principio Esperanza ¿no tienen un eco sorprendente en el “regreso a las raíces” incas o mayas de los movimientos indígenas de Perú, Bolivia, Ecuador y Chiapas (México)? La crítica despiadada de la infamia capitalista moderna ¿no es un tema recurrente de los movimientos sociales y socio-religiosos al sur del Rio Grande?Tuve la oportunidad de conocer a Ernst Bloch personalmente. Nuestro encuentro tuvo lugar en 1974, en su departamento en Tübingen, situado no lejos de la escuela (Stift) donde –como él gustaba recurrentemente recordar en sus escritos– en 1790, los jóvenes Hegel, Schelling y Hölderlin plantaron un árbol de la libertad para festejar la Revolución Francesa. El tenía ya 89 años, prácticamente ciego, pero de una impresionante lucidez.

Entre sus señalamientos durante nuestra entrevista, hay uno que me impresionó en particular y que resume la fidelidad obstinada de toda una vida dedicada a la idea de la utopía: “El mundo tal como existe no es verdadero. Existe un segundo concepto de verdad que no es positivista, que no está fundado sobre una constatación de facticidad (…); pero que está más bien cargado de valor (Wertgelanden), como por ejemplo en el concepto de ‘un verdadero amigo’, o en la expresión de Juvenal Tempestas poetica– es decir, una tempestad tal cual se encuentra en el libro, una tempestad poética tal que la realidad nunca la ha conocido, una tempestad llevada hasta el fondo, una tempestad radical. Por tanto, una verdadera tempestad, en este caso relacionada con la estética o a la poesía, y en la expresión ‘un verdadero amigo’ relacionada con la esfera moral. Y si eso no corresponde a los hechos –y para nosotros los marxistas, los hechos no son más que momentos reificados de un proceso, y no otra cosa– en ese caso, tanto peor para los hechos (um so shlimmer für die Tatsachen) como decía el viejo Hegel”.[1]

El sueño despierto de la utopía, más allá de los “hechos” reificados por el positivismo, está en el corazón de la reflexión de Bloch desde sus primeros escritos como El Espíritu de la Utopía de 1918 y Thomas Münzer, teólogo de la revolución de 1921. La dimensión romántica está muy presente en sus obras, a la vez en la crítica radical y despiadada de la civilización industrial-burguesa, como en la referencia a las tradiciones del pasado, sobre todo religiosas. Su reflexión retoma múltiples fuentes espirituales, entre ellas, el mesianismo judío ocupa un lugar capital[2].

La utopía revolucionaria de Bloch –así como la de Walter Benjamin– es inseparable de una concepción mesiánica-milenarista de la temporalidad opuesta a todo gradualismo del progreso. Escribiendo sobre Thomas Münzer y la guerra de los campesinos del siglo XVI, observa que: “no era en absoluto por mejores tiempos que tenía lugar el combate, sino por el fin de todos los tiempos… la irrupción del Reino”. Su trayectoria es curiosamente “sincrética” a la vez judía y cristina –como por ejemplo en otro pasaje del libro sobre Münzer donde compara el Tercer Evangelio de Joaquín de Fiore, el milenarismo de los campesinos anabaptistas y el mesianismo de los cabalistas de Safed (Tsfat) quienes esperaban, en el norte del lago de Tiberíades “el vengador mesiánico, el destructor de este Imperio y de este Papado… el restaurador de Olam-ha-Tikkun, verdadero Reino de Dios…”. No se trata solamente de historia: Bloch cree en 1921, en la inminencia, en Europa, de un cambio revolucionario que él describe en un lenguaje judío-mesiánico como la princesa Sabbat que aparece, todavía cubierta detrás de una delgada muralla agrietada, mientras que “en lo alto vestida sobre los escombros de una civilización arruinada… se eleva el espíritu de la irrenunciable utopía”[3].

Refiriéndose a sus primeros escritos, y en particular al Thomas Münzer, Bloch los define como románticos revolucionarios. Pienso que esta definición se aplica al conjunto de su obra. Por “romanticismo” no concibo solamente una corriente literaria de inicios del siglo XIX, sino un extenso movimiento cultural de protesta que abandera ciertos valores sociales o culturales del pasado contra la civilización capitalista moderna, en tanto sistema de racionalidad cuantificadora y de desencanto del mundo[4]. Es evidente que la nebulosa cultural romántica está lejos de ser homogénea: en ella encontramos una pluralidad de corrientes, desde el romanticismo conservador o reaccionario que aspira a la restauración de privilegios y jerarquías del Antiguo Régimen, hasta el romanticismo revolucionario que asimila las conquistas de 1789 (libertad, democracia, igualdad) y cuyo objetivo no es un retorno hacia el pasado sino una vuelta (détour) por el pasado comunitario hacia el avenir utópico. Es evidente que es a esta última corriente a la que pertenece Ernst Bloch y es con ese espíritu que fueron redactados sus principales escritos, tanto sus obras de juventud como la de su madurez, el Prinzip Hoffnung (Principio Esperanza).

Contrario a tantos otros pensadores de su generación –comenzando por su amigo György Lukacs– Bloch se mantuvo fiel a las intuiciones de su juventud y nunca renegó del romanticismo revolucionario de sus primeros escritos. Lo podemos notar en El Principio Esperanza, donde hace frecuentes referencias a Espíritu de la Utopía en particular a la idea de la utopía como consciencia anticipatoria, esto es, como figura de la “pre-apariencia”.

La paradoja central de Principio Esperanza es que este portentoso texto, enteramente volcado hacia el horizonte del futuro (avenir), hacia el Frente, hacia lo novum, hacia lo que todavía-no-es, no nos dice nada sobre… el futuro. No trata en lo más mínimo de imaginar, de prever o de prefigurar la próxima faceta de la sociedad humana, salvo en los términos clásicos de la perspectiva marxista; es decir, una sociedad sin clases ni opresión. La ciencia-ficción o la futurología moderna no le interesan tampoco. En realidad –dejando de lado los capítulos más teóricos– el libro es un inmenso y fascinante viaje a través del pasado, a la búsqueda de imágenes desiderativas y de paisajes de esperanza, dispersas en las utopías sociales, médicas, arquitectónicas, técnicas, filosóficas, geográficas, musicales y artísticas.

En esta modalidad muy particular de la dialéctica típicamente romántica entre el pasado y el futuro (avenir), el punto central es el descubrimiento del futuro en las aspiraciones del pasado –bajo la forma de promesa no cumplida–: “Las barreras erigidas entre el futuro y el pasado se derrumban por ellas mismas, el futuro no realizado se hace visible en el pasado, mientras que del pasado vengado y recogido como una herencia y del  pasado mediatizado y llevado a bien, se hace visible en el futuro”[5]. Pues no se trata de hundirse en una obnubilada y melancólica contemplación del pasado sino de hacer de éste una fuente viva para la acción revolucionaria; es decir, para una praxis orientada hacia el cumplimiento de la utopía.

El complemento necesario del pensamiento anticipador volcado hacia el mundo futuro es la mirada crítica hacia este mundo: la vigorosa denuncia de la civilización industrial-capitalista y de sus perjuicios son los principales temas (frecuentemente soslayados) del Principio Esperanza. Bloch desnuda la “pura infamia” y la “impiadosa ignominia” de lo que él llama “el mundo actual de los negocios” –un mundo “generalmente situado bajo el signo de la estafa”, en el cual “la sed de ganancia sofoca los otras energías humanas”. Se ocupa también de las ciudades modernas, frías y funcionales que dejan de ser hogares –Heimat una de las palabras claves del libro– sino “maquinas donde vivir” que reducen a los seres humanos “a un estado de termitas estandarizadas”. Negando todo ornamento y toda línea orgánica, rechazando el legado gótico del árbol de la vida, las construcciones modernas se parecen al cristal de la muerte representado por las pirámides egipcias. En última instancia, “la arquitectura funcional refleja e incluso refuerza el carácter glacial del mundo de la automatización, de sus hombres separados por el trabajo, de su técnica abstracta”[6].

Entre todas las formas de conciencia anticipadora, la religión ocupa en Principio Esperanza un lugar privilegiado, pues para su autor, ella constituye la utopía por excelencia, la utopía de la perfección, la totalidad de la esperanza. Sin embargo, debemos precisar que la religión de la que se reclama Bloch es –para retomar una de sus paradojas favoritas– una religión atea. Se trata de un Reino de Dios sin Dios, que destrona al Señor del Mundo instalado en su solio celeste y lo remplaza por una “democracia mística”. “El ateísmo es en absoluto el enemigo de la utopía religiosa, antes bien es su premisa: sin ateísmo el mesianismo no tendría lugar”.

Sin embargo, Bloch distingue, de manera muy definida, su ateísmo religioso de todo materialismo vulgar, “del mal desencantamiento” vehiculado por la versión más llana de la Ilustración – eso que él denomina Aufkläricht para distinguirla de Aufklärung– y por las doctrinas burguesas de la secularización. No se trata de oponer a la creencia las banalidades del libre pensamiento, sino de salvar los tesoros de la esperanza y los contenidos desiderativos de la religión llevándolos hacia la inmanencia. Entre tales, tesoros encontramos bajo las más diversas formas la idea comunista: del comunismo primitivo de la Biblia (recuerdo de las comunidades nómadas) al comunismo monástico de Joaquín de Fiore pasando por el comunismo quiliástico de las herejías milenaristas (albigenses, husitas, taboritas y anabaptistas). Para evidenciar la presencia de esta tradición en el socialismo moderno, Bloch concluye maliciosamente su capítulo sobre Joaquín de Fiore con una cita poco conocida y muy asombrosa del joven Federico Engels: “La consciencia de sí de la humanidad es el nuevo Grial en torno al cual los pueblos se reúnen llenos de alegría… Tal es nuestra tarea: convertirnos en caballeros de ese Grial para ceñir la espada por él y arriesgar alegremente nuestra vida en la última guerra santa que será seguida del Reino milenario de la libertad”[7].

El marxismo de Bloch era harto heterodoxo: mientras que Marx se había distanciado de la utopía y Engels preconizaba, en un célebre folleto de 1888, el pasaje del socialismo “de la utopía a la ciencia”, Bloch no dudaba en invertir dicho orden. Efectivamente, no niega la necesidad de la ciencia puesto que el socialismo no puede cumplir su papel revolucionario sino en la unidad indisoluble de la sobriedad y la imaginación, de la razón y de la esperanza, de la meticulosidad del detective y el entusiasmo del soñador. Según la célebre expresión, hay que fusionar la corriente fría y la corriente caliente del marxismo, ambas igualmente indispensables. Sin embargo, él establece entre ellas una clara jerarquía: la corriente fría existe para la corriente caliente y está al servicio de esta última[8].

La “corriente cálida” del marxismo inspiró a Bloch eso que él llamó “optimismo militante”, es decir, su esperanza activa en el Novum, en el cumplimiento de la utopía. Hans Jonas criticó “el optimismo despiadado” de Bloch y, aunque es cierto que en algunas ocasiones el autor de Principio Esperanza parece caer en este género de desviación, cabe recordar que Bloch crítica explícitamente eso que él denomina “el optimismo simple de la fe automática en el progreso”. Considerando que ese falso optimismo tiende peligrosamente a convertirse un nuevo opio del pueblo, afirma incluso que “una pizca de pesimismo sería preferible a una fe ciega y simple en el progreso”. Un pesimismo cargado de realismo no se deja sorprender ni desorientar tan fácilmente por los reveses y las catástrofes”. Bloch insiste por tanto en “el carácter objetivamente no garantizado” de la esperanza utópica[9].

Contrario a lo que parece sugerir Hans Jonas, no hay necesariamente una contradicción entre el “Principio Esperanza”, tal y como Bloch lo formuló y el “Principio Responsabilidad”, en el sentido de una preservación del medio ambiente para las generaciones futuras. Si aceptamos la visión ingenua de la pertinencia de la energía nuclear civil, Bloch –como lo hemos visto– sería profundamente crítico de la civilización tecnológica-industrial moderna. Su utopía social es inseparable del sueño de otra relación, cooperativa y no-destructora, de la humanidad con la naturaleza.

La crítica de Bloch a la técnica moderna es, ante todo, motivada por la exigencia romántica de una relación más armoniosa con la naturaleza. La técnica actual, que él designa como burguesa, no mantiene más que una relación mercantil y hostil con la naturaleza, ella “se encuentra establecida en la naturaleza como un ejército que ocupa un país enemigo”. Al igual que los pensadores de la Escuela de Frankfurt, el autor de Principio Esperanza considera que “el concepto capitalista de la técnica en su conjunto” refleja “una voluntad de dominación, de relación de amo-esclavo” con la naturaleza. No se trata de negar a la técnica en sí, sino de poner frente a frente a la técnica que existe en las sociedades modernas y la utopía de una “técnica de alianza, una técnica mediada por la coproducción de la naturaleza”, una técnica “concebida como liberación y mediatización de creaciones somnolientas enterradas en el seno de la naturaleza”, fórmula tomada sin hacer referencia –como es costumbre en Bloch– a Walter Benjamin[10].

Esta sensibilidad, que podríamos llamar “pre-ecológica” – de la cual da cuenta el ensayo de Luis Martínez Andrade – está directamente inspirada por la filosofía romántica de la naturaleza, con su concepción cualitativa del mundo natural. Según Bloch, es con el ascenso del capitalismo, del valor de cambio y del cálculo mercantil, que asistimos al “olvido de lo orgánico” y a la “pérdida del sentido de la calidad” en la naturaleza. Goethe, Schelling, Franz von Baader, Joseph Molitor y Hegel son algunos de los representantes de un retorno a lo cualitativo, que se desarrolla en reacción a dicho olvido. Habermas no se equivocaba al calificar a Ernst Bloch de “Schelling marxista”, en la medida en que él intentaba articular en una singular combinación, la filosofía romántica de la naturaleza y el materialismo histórico[11].

Índice del volumen


1348794164925-LUIS.pngRomanticismo revolucionario y religión en Ernst Bloch.

Por Michael Löwy (São Paulo, Brasil, 1938). Sociólogo y filósofo marxista franco-brasileño. Es director de investigación emérito en el Centre Nationale de la Recherche Scientifique, fue profesor en la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales. Sus obras han sido publicadas en 24 idiomas. En 1970 publicó una de las obras más respetadas sobre el pensamiento del Ché Guevara. En 2001 fue coautor del Manifiesto Ecosocialista Internacional. Es un gran especialista del hecho religioso y en particular, de lo que él mismo define como cristianismo de liberación (a menudo conocido como teología de la liberación). Entre sus libros más recientes se encuentran Redención y utopía. El judaísmo libertario en Europa central (1988); Rebelión y melancolía. El romanticismo como contracorriente de la modernidad (1992); Walter Benjamin: aviso de incendio (2001); Kafka, soñador insumiso (2004); Sociologías y religión. Aproximaciones insólitas (2009)

  • El principio esperanza desde América Latina

Por Fernando Aínsa. Escritor y crítico uruguayo de origen aragonés. Ha trabajado en la UNESCO (París) entre 1972 y 1999, donde fue Director Literario de Ediciones UNESCO. Autor, entre otros, de los ensayos Espacio literario y fronteras de la identidad, Del topos al logos. Propuestas de geopoética y Espacio de la memoria. Lugares y paisajes de la cultura uruguaya (2008). Su ensayo La reconstrucción de la utopía ha sido traducido al francés, portugués de Brasil, ruso, rumano, polaco, checo y macedonio. Miembro del Patronato Real de la Biblioteca Nacional de España. Es académico correspondiente de las Academias de Letras del Uruguay y de Venezuela. Ha sido jurado del Premio Rómulo Gallegos (Caracas), Juan Rulfo (París), Casa de las Américas (La Habana), José Donoso (Chile) y Premio Nacional de Ensayo (España). Ha recibido premios en Uruguay, España, Argentina y México.

  • Lecturas de Ernst Bloch, Hans Jonas y Walter Benjamin. Diálogo sobre la responsabilidad, la heurística del miedo y la vulnerabilidad

Por Frédérick Lemarchand. Profesor en la Universidad de Caen, Francia, donde es responsable del equipo RITES y co-director del Pôle Interdisciplinaire “Risques” CNRS/MRSH de la Universidad de Caen. Organizador de tres Universités Européenne d’été consgrados a la catástrofe en Chernóbil y a los riesgos en Europa. Entre sus publicaciones se encuentran: La vie contaminée, éléments pour une socio-anthropologie des sociétés épidémiques” y “Dernière strophe, pour une théorie générale des catastrophes”. Miembro y dictaminador de diversas revistas científicas en las que destaca: Mana, Ecologie et Politique y Vertigo.

  • Cristianos brasileños entre esperanzas: revolución y salvación

Por Wellington Teodoro da Silva. Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais, Brasil, donde trabaja en curso de graduación y pos-grado. Actualmente funge como Presidente de la Asociación Brasileña de Historia de las Religiones (www.abhr.org.br) de la que es socio-fundador. Es Historiador y doctor en Ciencias de la Religión. Trabaja las siguientes temáticas: religión y política, catolicismo de izquierda; Iglesia Católica y Estado; Brasil Republicano e historia oral. Es autor y organizador de libros, artículos y anales de simposios nacionales e internacionales.

  • Principio Esperanza, piedra angular del ecosocialismo

Por Luis Martínez Andrade. Sociólogo por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. En 2009 recibió el Primer Premio del concurso Internacional de Ensayo “Pensar a Contracorriente” organizado por el Instituto Cubano del libro, el Ministerio de la Cultura de Cuba y la Editorial en Ciencias Sociales. Actualmente estudia el Doctorado en Sociología en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Autor del libro: Religión sin redención. Contradicciones sociales y sueños despiertos en América Latina, ediciones de Medianoche-Universidad de Zacatecas, 2011.

  • Ernst Bloch: la soberanía del sueño

Por José  Manuel Meneses Ramírez. Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en el área de filosofía política. Director de la Revista de Ciencias Sociales y Humanidades Homo Ludens. Maestro en filosofía con mención honorífica por la BUAP.  Miembro de la Asociación Mexicana de Estudios Clásicos, profesor de griego clásico en la Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz. Actualmente estudia el Doctorado en Filosofía en la UAM-1. Interesado en un tratamiento genealógico del poder así como de las manifestaciones filosófico-políticas en el mundo greco-latino  -principalmente en la sofística.

1348794701706-Ernst_Bloch_frente_-2.jpg*Esperanza y Utopía: Ernst Bloch desde América Latina, Luis Martínez Andrade y Manuel Meneses Ramírez (compiladores). Prólogo de Michael Löwy, México, Taberna Libraria Editores, 2012, 143 p. ISBN 978-607-9165-35-2.

Fuente: http://sociedadlatinoamericana.bligoo.com/

Notas


[1] Publiqué esta entrevista en el anexo de mi libro. Pour une sociologie des intellectuels révolutionnaires. L’évolution politique de Lukacs 1909-1929, Paris, Presses Universitaires de France, 1979, p. 294.

[2] E. Bloch, Geist der Utopie, Munich-Leipzig, Duncker & Humblot, 1918,  pp. 323,  331-332. (Véase al respecto el bello libro de Arno Münster, Figures de l’utopie chez Ernst Bloch, Paris, Aubier, 1985).

[3] E. Bloch,  Thomas Münzer,  théologien de la révolution,  Paris,  Julliard,  1975,  pp. 84,  91, 305-306.  Hans Jonas recrimina al marxismo en general y a Bloch en particular, su mesianismo, su “escatología secularizada”, su milenarismo (Chiliasmus) y su aspiración desmesurada a “una metamorfosis del ser humano” acompañado de un rechazo de un “simple mejoramiento” fundado sobre un razonable y eficaz programa de reformas”. (Hans Jonas,  Das Prinzip Verantwortung,  Frankfort,  Suhrkamp,  1979,  pp. 313-315, 386).

[4] Me permito hacer referencia a mi obra –en colaboración con Robert Sayre– Revolte et Melancolie.  Le romantisme à contre-courant de la modernité,  Paris,  Payot,  1992.

[5] Principe Esperance. I, p. 16.

[6] Principe Esperance, I, p. 183; II, pp. 204-205, 298, 349-352.

[7] Principe Esperance  II,  pp. 66-67,  82-87,  P.E.,  III, pp. 1454,  1519-1526,  1613

[8] Principe Esperance III, pp. 1606-21.

[9] Principe Esperance I, pp. 240-41  et  PE,  III,  pp. 1624-25.

[10] Principe Esperance,  II,  pp. 267, 271, 295, 302, 303

[11] Principe Esperance. I, p. 17, II, pp. 266, 293, 410. Ver J. Habermas, «Un Schelling marxiste»,  Profils philosophiques et politiques,  Paris,  Gallimard,  1974,  pp. 193-214.

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