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«La filosofía de El capital»: Felipe Martinez Marzoa

1. La presunta especificidad del marxismo y el vicio antifilológico

El tipo de propósitos con que el presente trabajo aborda la obra de Marx es lo bastante inhabitual para tener que ser inicialmente presentado mediante recursos de expresión que tampoco son muy corrientes.

En noviembre de 1941, Thomas Mann pronunciaba, en una alocución desde el exilio a sus compatriotas, las siguientes palabras:

«A quien hoy os habla le fue dado hacer, en el curso de su ya larga vida, algunas cosas en pro del prestigio espiritual de Alemania. Estoy agradecido por ello, pero no tengo ningún derecho a jactarme de ello, pues fue destino y no dependió de mi intención… La fuente de la productividad es la conciencia individual, y, aunque la simpatía que esa producción provoca redunde en bien de la nación por cuya lengua y tradición es llevada, está en juego en ello demasiada involuntariedad para que pueda ser pertinente alguna aspiración a alguna gratitud. Vosotros, los alemanes, no tendríais hoy el derecho a agradecerme mi obra, aunque quisieseis hacerlo… No fue hecha por mor de vosotros, sino por necesidad absolutamente propia«.

Según conceptos usuales, estas palabras expresarían algo opuesto al espíritu del marxismo, aunque los términos concretos en los que se formula la antítesis entre conciencia individual y movimiento histórico no sean los requeridos para hacer simple y simétrica aquella oposición (tal simetría requeriría que el destino colectivo apareciese representado por otros conceptos que el de «nación»). Pero incluso esta no correspondencia entre los conceptos en que aquí aparece representada la antítesis y los que se elegirían para representarla desde el «marxismo» vulgar, no hace sino resaltar el aspecto más general y elemental de la antítesis misma. Las palabras citadas de Thomas Mann representan la afirmación «individualista» del «intelectual puro», la ruda negativa a considerarse, en cuanto artista, servidor o «expresión» de una praxis colectiva, cualquiera que sea la manera en que se defina esa colectividad (y es sabido que Thomas Mann tampoco pensaba en ese momento en la colectividad «nación» como categoría geopolítica, ni en sentido «nacionalista»).

Algunas nubes, sin embargo, ensombrecen la pretendida claridad del esquema.
Primero: el «intelectual puro» del caso está haciendo algo muy «comprometido» al pronunciar estas palabras; algo por lo que había tenido que huir de su país unos años antes. Segundo: el «individuo», como tal, no se atribuye ningún mérito; dice que todo ha sido involuntario, que ha obedecido a una «necesidad» y que está «agradecido» por haber hecho lo que ha hecho. Eso que él no está dispuesto a compartir con nadie, no es «mérito», sino obligación. Tercero: en la actitud de rechazo que el texto expresa, consiste una profunda lealtad a aquellos mismos a los que se rehúsa toda participación en la obra. El escritor no ha hecho su obra por ellos, pero por ellos pronuncia esta alocución, y por ellos —dirá más abajo— saltó a la arena unos años antes en el gesto que había de llevarlo al exilio, y por ellos se negará unos años después a un fácil retorno a su país.

Cuarto: que Karl Marx, en cuanto autor de Das Kapital, también es un «intelectual puro». No hay, en el discurso de su obra, ni la menor pretensión de que algo sea aceptado en virtud de exigencias de naturaleza distinta que: las que justifican cada paso del discurso de Hegel, Kant o Leibniz. Y, si no fuese así, nosotros no lo consideraríamos como un filósofo, del mismo modo que no consideraríamos a Thomas Mann como un artista si no hubiese podido (de acuerdo con el carácter de su obra) pronunciar frases como las arriba citadas. Marx no compuso su obra para fin alguno, ni individual (así pues, «fue destino y no dependió de mi intención»), ni colectivo (o sea «no fue hecha por mor de vosotros»).

Y, si se trata de un «intelectual», es redundante decir que se trata de un intelectual «burgués». Entiéndase: perteneciente al Bürgertum, no a la Bourgeoisie, y Marx emplea generalmente esta segunda palabra, no la primera, para referirse a la clase de las poseedores de capital.
Pero, incluso por contraposición a otras figuras de «intelectual», es Marx precisamente «burgués». Por ejemplo, es de lo más opuesto al clásico intelectual populista. Pertenece al Bürgertum, no al Volk, y es, por así decir, «civil» (bürgerlich) como algo distinto de «popular» (volkstümlich). También aquí nos es útil haber citado a Thomas Mann. El deutsches Bürgertum al que el escritor llama al 1930 a unirse al socialismo no es, desde luego, la Bourgeoisie, pero tampoco es el Volk; en aquel momento era volkstümlich otra cosa, bastante siniestra.

Cierta idea común a «fieles», «heterodoxos» y «críticos» (dialogantes o descalificantes) contempla el marxismo como algo situado en una dimensión «diferente», como algo que no puede ser valorado en el mismo sistema o ámbito, ni tiene que ser estudiado con el mismo sistema o ámbito, ni tiene que ser estudiado con el mismo tipo de condiciones, en cuanto a rigor histórico, etc., que la obra de Hegel, de Kant o de Aristóteles. No discutimos todavía la cuestión de en qué sentido pudiera ser peculiar la relación de Marx con el universal (o presunto universal) «filosofía». Lo que discutimos ya, es el modo a priori de abordar el material de estudio. Es un hecho que, a la hora de estudiar el pensamiento de Marx, casi todo el mundo se vale (de manera central o suplementaria) de modos y recursos que se considerarían inadmisibles para estudiar a Kant, Hegel o Aristóteles. Esta discriminación de procedimiento está basada en la convicción (expresa o tácita, o incluso verbalmente negada) de la «especificidad» del marxismo, no sólo con respecto a cualquier actividad que deba reflejarse fundamentalmente en una obra literaria o artística materialmente presente, para la investigación histórica. Especificidad que sería debida al presunto carácter, que el marxismo tendría, de «expresión» de «una praxis histórica».

Mencionaremos algunos de los aspectos más visibles de la citada discriminación en el método de estudio.

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  1. JUAN RICO AZORIN
    15/12/2011 a las 17:50

    Cuenta Paul Lafargue, que cuando Marx le explicó su teoría de la sociedad moderna, fue
    «como si una venda cayera de sus ojos y por primera viera clara la realidad».
    El libro de Marzoa sobre el Capital -yo me tomé el trabajo de leerlo a fondo- me produjo la misma sensación que a Lafargue. Por un momento sentí -cómo dice Hölderlin- haber conseguido lo más difícil: «saber dónde se está».
    Pero el libro de Marzoa estudia la obra de Marx desde sus raíces y la influencia en los pensadores posteriores, algo que no se había hecho hasta que se publicó el libro, y no se ha hecho después. Lo que si se ha hecho es algún copieteo cobarde de la obra de Marzoa, nada más.
    Los demás, como siempre, a hablar y escribir algo porque tienen que hacerlo. Hace ya muchos años, como supongo ahora, los periodistas delegados de la capital tenían que llenar una página con noticias, así que se pasaban el día buscando noticias para rellenar la página.
    Este es el quehacer de «las élites», que diría Jordi Llovet, que no deben dejar que las clases medias-bajas tengan acceso a la gran cultura. Si así fuese degenerarían la Universidad y la Sociedad
    Los que escriben algún libro sobre Marx o sobre cualquier cosa -excepciones notables, claro, pero aunque esto no se diga, se da por supuesto- lo hacen para dárselas de listos.
    En el fondo estan cansados de hacer lo que no les gusta.

  2. Lorenzo
    25/01/2013 a las 21:45

    Uno de los libros (por no decir el libro) más importantes que se ha escrito nunca sobre el pensamiento de Marx. Decir que es imprescindible es quedarse corto. Pero, ¡ojo!, aquí hay auténtica reflexión y defraudará a los que esperen la simple y repetida loa insustancial al Marx tópico y superficiales descalificaciones al capitalismo y al mundo burgués.

  1. 05/10/2015 a las 08:40
  2. 06/10/2015 a las 18:32

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