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«Cultura y naturaleza»: Terry Eagleton

53b1375fecb38_terry_eagletonDesde luego, es posible seccionarse una mano y no sentir dolor. Hay gente que, al quedar atrapada en una maquinaria, se ha amputado una mano sin sentir dolor, como si la necesidad de liberarse les volviera indiferentes. También se sabe de disidentes políticos que, cuando se les ha quemado vivos, no han sentido nada, quizás porque la intensidad de su pasión les evitó el dolor. Un crío puede echarse a llorar cuando se le pega una ligera bofetada por haber hecho alguna trastada, pero puede partirse de risa cuando, en el transcurso de un juego, se le da un trastazo mucho más fuerte. Con todo, si le arreas verdaderamente fuerte, lo más seguro es que se eche a llorar, por mucho que estés de broma. Las intenciones pueden modular las respuestas físicas, pero también están limitadas por ellas. Las glándulas suprarrenales de los pobres son, a menudo, mayores que las de los ricos, puesto que los pobres sufren más estrés, pero la pobreza no es capaz de crear glándulas suprarrenales allí donde no las hay. Así funciona, pues, la dialéctica entre naturaleza y cultura.
Puede que la gente que se prende fuego a sí misma no sienta dolor, pero si arden lo suficiente, perecen. A este respecto, la naturaleza es la que se alza con la victoria final, y no la cultura; victoria habitualmente conocida como muerte. Hablando culturalmente, la muerte se interpreta casi de infinitas formas: como un martirio, como un sacrificio ritual, como una bendita exoneración de la agonía, como la dicha de liberar del sufrimiento a tu familia, como un final biológico natural, como unión con el cosmos, como símbolo de futilidad extrema, y como otras muchas cosas. Pero, por muchos sentidos que le demos, el caso es que morimos. ¡,a muerte es el límite del discurso, no un producto de él. Es parte de la naturaleza, una naturaleza que, en palabras de Kate Soper, consiste en “todas aquellas estructuras y procesos que son independientes de la actividad humana (en el sentido de que no son un producto humano) y cuyas energías y poderes causales constituyen las condiciones necesarias de toda práctica humana. La negación arrogante de este hecho, negación a la que, quizás, se podría bautizar como “síndrome de California”, suele procederde una tecnocracia triunfalista que cree poder vencer a todo excepto a la mortalidad. De ahí, sin duda, toda esa obsesión de la clase media estadounidense por el cuerpo, una obsesión que aflora en la mayoría de sus preocupaciones de moda: cáncer, adelgazamiento, tabaco, deporte, higiene, salud, atracos, sexualidad, abuso infantil. Actualmente, los estudios literarios que no contienen la palabra “cuerpo” en su título no son bien vistos por las casas editoriales de Estados Unidos, quizás porque una sociedad tan pragmatista finalmente sólo es capaz de creer en términos de lo que puede tocar y agarrar.

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