«Pensamiento, lenguaje y memoria: lo mental»: Jorge Mendoza García
Resumen
El presente trabajo argumenta que tanto pensamiento como lenguaje y memoria son procesos psicosociales, es decir, que se encuentran en el campo de la cultura y no en el interior de la cabeza. Para ello se traza i) que el pensamiento es un proceso que se edifica con los significados del lenguaje, que el pensamiento es lenguaje interiorizado, un diálogo con uno mismo. ii) Que el lenguaje es un producto edificado por las colectividades, por las sociedades, y sus significados son necesariamente compartidos, no dados. Siendo una pieza fuerte en esa dialogicidad las conversaciones que se establecen todos los días. iii) Que la memoria se edifica y comunica sobre todo con lenguaje y por él se posibilita, y la memoria es colectiva no individual. Que tanto pensamiento como lenguaje y memoria confluyen en una entidad, lo mental. El pensamiento mental sería ese que se funda y labra con pensamiento, lenguaje y memoria sociales. Ahí donde hay memoria hay, necesariamente, pensamiento y lenguaje. Lo mismo opera para los otros procesos. Y el uso de la palabra “mental” en la vida cotidiana da cuenta de ello.
Descriptores: Pensamiento, lenguaje, memoria, mental, social
En torno al pensamiento
La noción de que en el individuo se encuentra el pensamiento así como la percepción, la sensación o los afectos, es más una premisa, un punto de partida, que una derivación o consecuencia. Es, en sentido estricto, una metáfora. Es el énfasis de la cultura individualista, de un tiempo que no siempre ha estado presente, de una idea que no siempre ha dominado. Y esa idea de pensamiento es la que manifiesta el Diccionario de Psicología al definirlo como “experiencia cognoscitiva en general, distinto de sentimiento y acción” (Warren, 1934: 261). Esta postura es la que ha dominado en la psicología y se ha extendido a otros ámbitos de la vida social: un enfoque individualista, cognoscitivista y psicologista. Ante este tipo de postura John Shotter (1993: 38) se interroga: “¿por qué, por ejemplo, solemos simplemente dar por sentado que tenemos una mente dentro de la cabeza, y que funciona en términos de representaciones mentales internas que de alguna manera se asemejan a la estructura del mundo externo?”. Y ¿por qué asumir esta idea reduccionista y no proponer una más amplia y abarcadora? El presente trabajo parte de este entresijo.
Este cuestionamiento es el que llevó, al menos desde fines del siglo XIX y principios del XX, a un tipo de psicología a proponer otros supuestos para dar cuenta del pensamiento. No obstante la visión dominante arriba indicada, la psicología colectiva señala que hay otra versión sobre el pensamiento, una que dirá que éste es social, cultural e histórico. Eso, por ejemplo, es lo que argumentó la escuela rusa de psicología, con Lev Vygotsky a la cabeza, y es lo que continuó diciendo George H. Mead, padre del interaccionismo simbólico, y recientemente integrantes de la escuela retórica como Michael Billig y John Shotter. Este último ha expresado que lo que comúnmente se denomina como “pensamiento”, o cuando decimos que alguien está “pensando”, no hace sino “reflejar, esencialmente, las mismas características éticas, retóricas, políticas y poéticas que las expresadas en las transacciones entre las personas, afuera en el mundo” (1996: 214); i. e. que el pensamiento tiene la forma, estructura y contenido del discurso externo, del de las conversaciones de todos los días: el pensamiento es dialógico, relacional. Esa actividad es la que realizamos incluso cuando decimos que pensamos a “solas”: consideramos “nuestras relaciones con los otros”, por ejemplo, en el caso de las conversaciones afuera si queremos que los otros acepten o comprendan lo que hacemos, decimos o escribimos, debemos hacerlo con sentido para esos otros a los que nos dirigimos. Y eso es justamente lo que ocurre con el pensamiento: en el discurso, pensamiento o escritura de un autor, en ese soliloquio, pensamiento u hoja garabateada confluyen distintas voces, discursos, pensamientos o textos de otros; y tales discursos, pensamientos o textos manifiestan ideas que nos conducen a reaccionar en ciertas direcciones (y no en otras) ante lo que nos expresan, y a eso se denomina forma respondiente del pensamiento (Shotter, 1993: 87). Uno de los precursores de este planteamiento fue Mijail Bajtín, quien argüía que en el habla de una persona se manifiesta una “dialogicidad oculta”, es decir que cuando una persona se encuentra pensando, sus pensamientos se expresan y responden a un “hablante invisible”, un otro que puede ser amigo, familiar o sociedad, y por tanto su pensamiento se direcciona hacia fuera de la persona misma, a las palabras no enunciadas, en ese momento, de otra gente: ese “público que todos llevamos dentro” (Fernández Christlieb, 1994a, p. 79) o “los otros todos que nosotros somos”, como gustaba decir Octavio Paz.
El mundo dentro de uno, ese “mundo interior”, como denomina al pensamiento de las personas Voloshinov, “posee un auditorio social estable, en cuya atmósfera se estructuran sus argumentos internos, las motivaciones y valoraciones internas” (1929: 121); y cuanto más culta es la persona en cuestión, más amplio es el auditorio debido a la cantidad de voces y referencias que en esa cultivación confluyen. Confluencia cultural, social. Y es que, efectivamente, el pensamiento “tiene vida sólo en un ambiente de significados constituidos socialmente, y su contenido está determinado por su lugar dentro de éstos” (Ilyenkov, en Bakhurst, 1997: 130). Por eso es que, ante determinados eventos o acontecimientos en ciertas condiciones sociales, se puede saber cómo va a reaccionar la gente, cómo va pensar. Eso es justamente lo que se quiere referir cuando se alude a la capacidad de “leer el pensamiento”, que no es cuestión de individualidades o magia sino de compartir “un fondo común” de narraciones, contextos, significados, mitos, leyendas populares y tradiciones: cultura (Bruner, 2002). Es decir, que las personas piensan en virtud de lo que las comunidades o grupos a los que pertenecen les han dotado, en tanto que les han inculcado ciertas formas de pensar, y dichas formas de pensamientos se realizan a través de determinadas prácticas y ciertos discursos.