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«La producción espiritual en el sistema de la producción social»: Rubén Zardoya

La producción social

Podemos distinguir los hombres de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero los hombres mismos comienzan a ver la diferencia entre ellos y los animales tan pronto como comienzan a producir sus medios de vida (…) Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo de cómo producen.1

La concepción materialista de la historia comienza allí donde la vida social, en toda la diversidad de sus formas de existencia, se identifica con la producción, con el proceso por el cual los sujetos sociales producen y reproducen sus condiciones de vida, las formas históricas de organización de la actividad y la cultura, su propia humanidad. No se trata simplemente de reconocer en “el hombre” (como solía decirse) a un ser activo y, ni siquiera, a un ser práctico, determinado por su actividad material sensorial. En efecto, la reelaboración crítica de las categorías de actividad y práctica, configuradas por el pensamiento filosófico precedente y, en particular, por la filosofía clásica alemana, constituyó un momento de extraordinaria importancia en el proceso de formación del marxismo. Sin embargo, es precisamente la comprensión de la naturaleza productiva de la actividad práctica humana el punto de apoyo sobre el que se hicieron girar todas las conquistas históricas del pensamiento social con la finalidad de asentarlas sobre una base auténticamente científica.

La categoría de producción social se instala, así, en el centro de la concepción marxista de la vida social.

Repárese en que, en este contexto, por producción social no se entiende simplemente la creación de bienes materiales, e, incluso, espirituales, sean estos productos alimenticios o locomotoras, preceptos morales o centrales electronucleares, sino la construcción de la propia sociedad, del propio ser humano en sus formas históricas concretas, la producción de la forma social en que el hombre se apropia de la naturaleza y de las relaciones humanas. Ya de por sí, la idea de que la sociedad no simplemente “está”, “existe”, sino se produce, constituye una revolución en las ciencias sociales. Este descubrimiento (o si se quiere, esta perspectiva) lo debemos a los fundadores del socialismo científico.

Sólo a partir de esta premisa es posible comprender de forma materialista la tesis de que “la esencia humana no constituye una determinación abstracta inherente a cada individuo aislado, sino el conjunto de las relaciones sociales”;2 sólo así es posible plantear en términos científicos el llamado problema de la naturaleza (o la esencia) humana, que por siglos ha constituido el leitmotiv del pensamiento social: se trata del problema de la producción y reproducción de las relaciones sociales en toda la multiplicidad de sus modalidades históricas.

El homo sapiens es, ante todo, un ser que se produce a sí mismo, un ser que, en el proceso de producción, objetiva sus fuerzas esenciales en el material de la naturaleza y crea por esta vía una “segunda naturaleza”, la naturaleza humanizada; un ser que vive en esta naturaleza y que, mucho más allá de su frágil organización corpórea, es esta naturaleza humanizada. Nos distanciamos así de la concepción que identifica la producción con el acto unilateral de transformación de la naturaleza, de traspaso al objeto de las fuerzas productivas del ser humano. Este acto de objetivación supone, como su fin inmediato, el acto opuesto, la desobjetivación, el tránsito de las capacidades productivas objetivadas al propio ser humano; la apropiación y reapropiación por parte del sujeto de su propia obra, de su propia creación, de su humanidad realizada en los productos del trabajo. Según una feliz expresión, el hombre (y la mujer) es un ser que se devora a sí mismo en el trabajo y a través del trabajo.

Los momentos universales de la producción social

La producción supone el consumo como un momento opuesto e idéntico a él. “En la producción el sujeto se objetiva –escribe Marx– y en el consumo, el objeto se subjetiva”.3 Solo como premisa y resultado del proceso de producción social, el sujeto adquiere la posibilidad de objetivarse, de superar los límites de su corporeidad orgánica y plasmar sus potencialidades humanas en el material de la naturaleza. De igual modo, únicamente como partícipe y artífice de este proceso, el sujeto es capaz de desobjetivar las formas de actividad cristalizadas en los productos del trabajo por las generaciones de seres humanos que se han sucedido a lo largo de la historia, y convertirlas en formas de su actividad, en modos de apropiación práctica pensante de la realidad, de humanización de la naturaleza y las relaciones sociales

 

Artículo completo en pdf: La producción espiritual en el sistema de la producción social

1 Carlos Marx y Federico Engels: “Feuerbach. Oposición entre las con­cepciones materialistas e idealistas (I Capítulo de La Ideología Alemana)”, en Obras Escogidas en 3 tomos, t. 1, Editorial Progreso, Moscú, 1973, p. 16.

2 Carlos Marx: “Tesis sobre Feuerbach”, Ibíd., p. 9.

3 Carlos Marx: Contribución a la crítica de la Economía Política, Instituto del Libro, La Habana, 1970, p. 243.

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