«Sobre la naturaleza de las capacidades»: Évald V. Iliénkov
Es comprensible que la naturaleza de la capacidad, en su forma general, llame nuestra atención. Este es quizás el problema central de la pedagogía social en nuestro tiempo. En este sentido, la polémica que ha surgido entre S.L. Rubinshtein y A.N. Leontiev es de enorme interés.
En una primera lectura no es tan fácil descubrir el verdadero meollo de la disputa. Ambos autores reconocen las mismas premisas iniciales y los mismos hechos decisivos; y ninguno niega la importancia de los hechos enfatizados por su oponente. Aparentemente la disputa es meramente por una cierta diferencia en dónde poner énfasis.
Ambos autores se basan en el siguiente relato de la situación: la habilidad humana desarrollada es un producto del desarrollo del individuo dentro del mundo humanamente organizado, un producto del ejercicio de sus órganos sobre objetos creados por y para el ser humano. En ningún caso se hereda biológicamente junto a la organización anatómica y fisiológica del individuo; sólo se hereda a través del dominio de los modos de actividad humana objetivamente encarnados («depositados») en la estructura del mundo humanamente transformado, a través de la anatomía y fisiología del «cuerpo inorgánico del ser humano”. Al mismo tiempo, por supuesto, ningún autor niega el papel desempeñado por las precondiciones naturales del desarrollo específicamente humano y, directamente, por la organización anatómica y fisiológica del cuerpo del individuo. Esto último es indiscutible: es imposible entrenar ninguna habilidad específicamente humana en perros o monos, por mucho que se ejerciten sus órganos con objetos humanos.
Por otra parte, es igualmente evidente que la “capacidad” en su forma plenamente desarrollada es tan poco inherente a la estructura de los órganos del individuo humano como lo es la forma de una estatua a una losa de mármol o un trozo de arcilla.
«Las capacidades de las personas se plasman no sólo en el proceso de apropiación de productos humanos en el proceso de desarrollo histórico, sino también en el proceso de su creación. El proceso por el que el ser humano crea el mundo de los objetos es, al mismo tiempo, el proceso mediante el cual desarrolla su propia naturaleza» (Rubinshtein). Al mismo tiempo, es evidente que «las propiedades biológicamente heredadas (predisposiciones) constituyen en el ser humano sólo una de las condiciones para la formación de sus funciones y capacidades mentales, una condición que por supuesto desempeña un papel más importante» (Leontiev).
Por tanto la disputa debe ser sobre un punto más sutil. Intentemos sacarlo a la luz. En su artículo, Leontiev pone especial énfasis en la circunstancia de que todas las funciones mentales humanas sin excepción (incluyendo las capacidades) son enteramente producto del ejercicio de los órganos sobre objetos creados por y para el ser humano. Como tal, tienen su sustrato material en sistemas no congénitos de reflejos. «Por supuesto, todas las personas normales tienen predisposiciones morfológicas que les permiten, por ejemplo, dominar un idioma. Formadas durante su periodo de emergencia como seres humanos, estas predisposiciones son una de las peculiaridades biológicas esenciales de la especie Homo Sapiens. Sin embargo, ni el lenguaje en sí ni los mecanismos concretos que activan los procesos del habla en uno u otro lenguaje están contenidos en estas predisposiciones; no están “inscritos” en el cerebro. Dicho de otra forma, en la ontogénesis no se “manifiestan”, sino que toman forma» (Leontiev).
En otras palabras, la plenitud de una “capacidad” es dada al individuo “desde fuera” por el mundo de los objetos y las personas, y la capacidad se desarrolla (se da forma) a través de la “asimilación” del individuo de la experiencia de otras personas, de aquellos modos de transformación del mundo que creó la civilización, los objetos que rodean a una persona desde su infancia.
Traducción de Louk