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«El espacio y el Estado»: Henri Lefebvre

A las puertas de cumplir medio siglo de la publicación de la obra El Derecho a la ciudad (1968) de Henri Lefebvre, es nuestra intención compartida, poner a la luz en español la ‘producción teórica’ del francés como un proyecto total de vida. Por ello, ponemos a disposición una nueva traducción inédita. Esta vez, de un capítulo entero denominado El espacio y el Estado dentro de su vigorosa obra (aunque menos revisada) de finales de los 70s. Su pertinencia en el campo de los estudios críticos del marxismo, de la teoría política del espacio social y del Estado, le otorga a las ideas de Lefebvre un registro de actualidad; y nos obliga a trasladar las contradicciones del espacio capitalista a nuestro convulsionado tiempo social, con el objetivo de concretar el contraproyecto global.

El secreto del Estado: su espacio

En la segunda mitad de la década de 1970, Henri Lefebvre emprende un proyecto intelectual y político de largo alcance, sobre la teoría, crítica, e historia del estado moderno a escala mundial, y dentro de esto, sobre el modo de producción del espacio del estado neocapitalista y la exigencia de un proyecto global. El resultado de esta investigación, que apareció en Francia entre 1976 y 1978, fue un extenso tratado de cuatro volúmenes titulado De l’Étati. Obra significativa en tanto que al día de hoy no se ha traducido al inglés o al español, y ha sido ignorada en gran medida en el redescubrimiento ‘extraordinariamente enérgico’ de la obra de Lefebvre sobre el urbanismo y la espacialidad capitalista dentro de la geografía angloamericana durante la última décadaii. Sin embargo, De l’État representa sin lugar a dudas un pilar teórico y político esencial dentro del corpus de los escritos maduros de Lefebvre sobre la teoría del espacio social. (Brenner 1997, 2001; Sevilla, 2017).

Al igual que su período –de casi 30 años– en el Partido Comunista Francés (1928-1957), Lefebvre desarrolló muchos de sus planteamientos teóricos durante los años 70 en estrecha relación con su participación en luchas políticas y debates dentro de la izquierda francesa. Es especialmente evidente la integración de los proyectos teórico y político de Lefebvre en sus escritos sobre la teoría del Estado de finales de estos años, en los que se exploran cuestiones de conceptualización, interpretación, estrategia y praxis, en una relación inmediata entre sí. Aunque Lefebvre había publicado anteriormente comentarios académicos sobre la sociología política de Marx y Lenin, De l’État representa simultáneamente la culminación de sus propias reflexiones teóricas sobre el estado moderno, así como, la extensión y concreción de sus escritos sobre la producción del espacio y, quizás lo más importante, un llamamiento apasionado a las ‘armas’ en nombre de una forma política anti-estalinista, anti-socialdemócrata y de democracia radical (Brenner, 2001). Así pues, los escritos de Lefebvre sobre el Estado desarrollan importantes fundamentos teóricos para una serie de proyectos políticos que había empezado a promover en sus escritos anteriores, incluyendo la descentralización política radical, la autogestión territorial democrática desde las bases y la transformación de la vida cotidiana. Los escritos de Lefebvre sobre el Estado durante este período pueden ser leídos como una expresión de sus esfuerzos sostenidos por aclarar teórica y prácticamente la posibilidad de una praxis política transformadora bajo las condiciones globales, occidentales, nacionales y locales altamente fluidas en esa década tumultuosa. En nuestro interés por abarcar y comprender la totalidad de la teoría del espacio social lefebvriano hemos traducido el capítulo V: L’espace et L’État [El espacio y el Estado] del Tomo IV, Les contradictions de l’État moderne (1978) [Las contradicciones del Estado moderno]. Cabe anotar, que dada la contribución específica de Lefebvre en el tratamiento del modo de producción estatal y su espacio, este capítulo –en particular– también ha sido editado en inglés y publicado en los años 2003 y 2009iii.

Lefebvre presenta en este capítulo una de sus declaraciones fundacionales en la cuestión político-teórica en la constitución de su teoría del espacio social. Proporciona un análisis de la relación del Estado con el espacio, en términos del espacio material del territorio nacional y la relación campo-ciudad, y también del mismo Estado inherente a la espacialidad como forma territorial institucional. “El secreto del Estado, oculto en la evidencia, ¿no está allí, en el espacio? La interacción entre el Estado y el territorio es tal que se puede decir que el uno engendra al otro” (1978:278, Trad. del A.). Una de las contribuciones ‘capitales’ en el desarrollo de su propio pensamiento se concentra en la articulación espacial para comprender el movimiento del modo de producción capitalista hacia el modo de producción estatal. De esta manera, logra caracterizar la producción estatal del espacio social y definir las categorías para su conocimiento y análisis. “Poner a plena luz la unión entre el Estado y el espacio requiere el fin de una ignorancia de lo espacial y el reconocimiento de una teoría del espacio (social). En esta perspectiva se asocian el movimiento de usuarios a escala mundial y la ciencia del espacio que ya no puede ser considerada como externa a la práctica” (1978:279, Trad. del A.).

El repaso diacrónico de la historia (genética) del espacio bajo el enfoque de lo que Lefebvre ha denominado espacio-análisis –sin llegar aún al ritmoanálisis– le permite comprender y explicar el espacio pre-capitalista, para configurar una clasificación y determinar los momentos críticos que aparecen en la transición de un espacio al otro, bajo el concepto de ‘espacio de catástrofe’ o ‘catastrófico’, siguiendo los modelos de la morfogénesis de René Thomiv y su implicación en la categoría de morfología jerárquica estratificada. A continuación, Lefebvre usa los conceptos de Thom para ordenar jerárquicamente varias formas definidas y relacionarlas sincrónicamente entre ellas, en lo que considera el espacio del capital. En consecuencia, se muestra la producción de su espacio instrumental, logístico, con unas características específicas que se extienden al espacio social, formando el denominado espacio capital-ístico. El análisis ‘sincrónico’ (de jerarquías estratificadas) no prohíbe el análisis ‘diacrónico’ (historia del espacio). Al contrario, conduce a él, ya que el análisis morfológico parte de la genética del espacio. Así pues, Lefebvre señala que “la jerarquía social se presenta hoy en día, más claramente que nunca, como jerarquía espacial” (1978:312, Trad. del A.).

Lefebvre obtiene resultados remarcables en el desarrollo de su texto, manteniendo con firmeza sus declaraciones políticas, y señalando las posibilidades, así como dificultades de traspasar o superar el modo de producción capitalista-estatal del espacio.

El modo de producción nuevo (decimos una vez más ‘socialista’) debe producir su espacio, que ya no puede ser el espacio capitalista. Toda transformación del mundo que se deja encerrar en una morfología preexistente sólo reproduce las relaciones de dominación más o menos travestidas. El espacio capitalista está en vías de estallar; ¿vamos a reconstituirlo en nombre del socialismo? Debe crearse un espacio nuevo a partir de tendencias que ya aparecen en el modo de producción capitalista. ¿Cómo se presenta y se formula el espacio destructor, –el espacio de catástrofe– para el espacio capitalista? Es un espacio de diferencias o un espacio diferencial… (1978:317, Trad. del A.).

Así mismo, Lefebvre no descarta que el espacio de la propiedad, entendido desde la tierra al subsuelo y al espacio entero, podría por sí solo pasar por el ‘espacio de catástrofe’ que: caotize, atomize y pulverize el espacio preexistente. Pero el espacio de la propiedad no puede imponerse sin su corolario: el espacio estatal, que lo corrige y lo sostiene, apunta el francés. Por tanto, la catástrofe consiste en que el espacio estatal impide la mutación que traería la producción del espacio diferencial. Finalmente, llama la atención la apelación a su antiguo concepto del derecho a la ciudad que lo mantenía en desuso, en esta ocasión modificándolo, en la era del espacio logístico neocapitalista por ‘el derecho sobre el espacio (en la empresa y fuera de la empresa), como el derecho a controlar la inversión en tanto que gestiona y opera en el espacio’. Así mismo, conviene traer su reflexión sobre el espacio social producido por el Estado neoliberal naciente, como una sentencia de muerte en el tiempo: “El espacio social de hoy, ¿no será la violencia encarnada, sea virtual o declarada? Lo que exige un proyecto global, el de otra sociedad en otro espacio…” (1978:314, Trad. del A.).

Pedro Jiménez Pacheco

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El espacio y el Estadov

El espacio se une al espacio durante su génesis por una relación complicada que cambió y atravesó puntos críticos. Nacido en y con un espacio, tal vez perecerá con él. Los momentos de esta relación son:

  1. La producción de un espacio, el territorio nacional, espacio físico, demarcado, modificado, transformado por las redes, circuitos y flujos que se asientan: rutas, canales, caminos de hierro, circuitos comerciales y bancarios, autopistas y rutas aéreas, etc. Es, sin embargo, un espacio material –natural– en el cual se inscriben las actas de generaciones, de clases, de poderes políticos como productores de objetos y de realidades duraderas (no solamente cosas, productos aislados, herramientas y mercaderías para consumo). Durante este proceso, la ciudad y el campo asumen una nueva relación dentro de un tercer término: el Estado que tiene a la ciudad como centro. Estos ya no se separan más; pero no son parte del proceso armonioso de superación. Subsisten como lugares asignados de la división del trabajo sobre el territorio. Morfológicamente, esta relación (en el Estado Moderno) llega a una combinación, al caos, a pesar del orden administrativo y la logística espacial del Estado.

  1. La producción de un espacio social propiamente dicho, edificio (artificial) de instituciones jerárquicas, de leyes y convenciones respaldadas por ‘valores’ que transmiten la lengua nacional. Esta arquitectura social, esta monumentalidad política, es el propio Estado, una pirámide descansando sobre su base y llevando en la cima al líder político: la abstracción concreta, llena de símbolos, sede de una circulación intensa de informaciones y mensajes, de intercambios ‘espirituales’, de representaciones, de ideología, del saber unido al poder.

Ninguna institución sin un espacio…” (R. Lourau: l’Analyseur Lip, p.131). La familia, la escuela, la empresa, la iglesia, etc. Poseen cada una un espacio ‘apropiado’. ¿A qué? A los fines especificados en la división social del trabajo y por la dominación política.

Dentro de su espacio, un conjunto de demandas y respuestas ‘adaptadas’, rara vez formuladas como tales, porque se dan por sentadas, asumen una evidencia casi natural, al nivel de lo cotidiano y del sentido común.

Por tanto, cada Estado cuenta con su espacio, que es principalmente una cuestión de la naturaleza, a la cual el Estado se opone histórica y políticamente con toda su poderosa estatura.

Después, cada Estado es un espacio social, figurado por la pirámide y el círculo de círculos (Hegel). En este espacio social, existe un mínimo de consensos; de la misma manera que un perro es nombrado perro, así mismo cada Francés sabe de qué habla cuando se trata del municipio, de la oficina de correos, de la gendarmería, del prefecto, del departamento, del diputado, de la tienda de comestibles, del autobús y del tren, de la estación y los bares.

  1. En este último sentido, comprendiendo el consenso social (no inmediatamente político) el Estado ocupa un espacio mental, con las representaciones que cada uno se ha hecho: confusas o claras, experimentadas o elaboradas. Este espacio mental no debe confundirse con el espacio físico o social, pero no pueden separarse. Aquí y de este modo se disciernen el espacio de las representaciones y la representación del espacio.

Producto –hijo– de un espacio, el territorio nacional, el Estado recurre a sus propias condiciones históricas y antecedentes; él los transforma. A su vez, él engendra relaciones sociales en el espacio; va más allá cuando se despliega, produce un apoyo, un espacio, el suyo, ya de por sí complejo, regulador y ordenador del espacio nacional que tiende a estallar, en el seno del espacio mundial que tiende a establecerse. El espacio producido por el Estado debe denominarse político, con sus propios caracteres y objetivos específicos. Él reorganiza las relaciones (sociales de producción) en función del soporte espacial; encuentra y se enfrenta al espacio económico preexistente; polos de crecimiento espontáneos, ciudades históricas, comercialización del espacio fraccionado y vendido por lotes, etc. Tiende a reconstruir no solamente las relaciones sociales inherentes a la producción industrial, sino las relaciones de dominación inherentes a la jerarquía de los grupos y lugares. El caos de las relaciones entre los individuos, los grupos, las fracciones de clase y las clases, tiende a imponer una racionalidad, la suya, que tiene al espacio por instrumento privilegiado. Lo económico se considera en términos espaciales: flujos (energía, materias primas, mano de obra, productos terminados, circuitos comerciales, etc.) y stocks (de capital, inversiones, maquinarias, técnicas, establecimientos fijos de diversos puestos de trabajo, etc.). El Estado tiende a controlar flujos y stocks, asegurando su coordinación. En tres aspectos de este proceso (crecimiento, es decir aumento de fuerzas productivas; urbanización, formación de unidades gigantes de producción; y consumo, espacialización) se lleva a cabo un salto cualitativo: la aparición del MPE (modo de producción del Estado).

La articulación entre el MPE y el espacio tiene por tanto una importancia fundamental. Esta difiere de la relación entre los modos de producción anteriores (incluido el capitalista) y las modalidades de ocupación del espacio natural (incluidas sus modificaciones por la práctica social). Algo nuevo aparece en la sociedad civil y en la sociedad política, en la producción y en las instituciones del Estado, que es preciso llevar al lenguaje y al concepto. La racionalización y la socialización de la sociedad tomaron esta forma: politización, estatismo.

Para exponer y probar esta impresionante tesis, no faltarán dificultades. En primer lugar, los argumentos han sido proporcionados en otros librosvi; no obstante el autor no puede simplemente remitirse a sus libros, ni contentarse con alusiones; deberá ‘exponer’ entonces la tesis, resumiendo las fórmulas y argumentos y complementarlas aún más; pues existe casi a diario algo nuevo que se descubre o se inventa en este ámbito, frontera entre lo político, lo social y lo económico. Lo que concierne al Estado está lejos de agotarse en los libros citados.

Esto no es todo; todavía existe el peso de un pasado próximo. La reflexión llamada ‘marxista’, vinculada a Marx, precisamente ha descuidado durante mucho tiempo lo que ocurre hoy en primer plano: la ciudad y lo urbano, el espacio, el propio Estado. Por lo que ciertas dificultades suplementarias para llegar a los conceptos y denominarlos con un vocabulario aún fallan. En cuanto al conocimiento del espacio (social), se constituye en ciencia, hoy el Estado naciente, no se ve menos complejo que las ciencias del espacio abstracto (geometría, topología, etc.) y del espacio físico (de la física a la cosmogonía). Por ejemplo, la ciencia del espacio comprende una historia del espacio. El simple estudio analítico de la monumentalidad y de la relación entre el monumento y el edificio exigiría volúmenes. Dicho ‘monumento’ llamado opresión y dominación, por tanto poder, aunque también esplendor y significado. Incluso una trilogía sin duda inagotable…

Abordemos cada uno de estos puntos. ¿Por qué el pensamiento llamado marxista se ha descuidado por mucho tiempo en las cuestiones relativas a lo urbano y al espacio? Porque la acción y la reflexión marxista se orientan desde el principio hacia el análisis crítico de la producción en el sentido estrictamente económico, de la empresa, del trabajo productivo, así como la estrategia de una toma eventual del poder estatal, y por consiguiente, del uso de aparatos del Estado en la gestión de fuerzas productivas. Resulta que el conjunto de los movimientos y los partidos que se denominan marxistas se han dado cuenta recientemente de esta problemática: la ciudad, el espacio, el Estado. Las cuestiones más urgentes se remiten ‘luego’, después de la toma de poder. ‘Cuando estemos en el poder…’ Se silencian los hechos más evidentes: la industrialización masiva a escala mundial durante la segunda mitad del siglo XX, con su consecuencia: la urbanización no menos masiva. Otros hechos evidentes: no solamente una proliferación urbana monstruosa, sino la situación de la ciudad histórica durante este período, preexistente al capitalismo. La ciudad histórica (Paris) obedece a las operaciones de promotores, bancos, así como al control político que garantiza sus empresas. Al mismo tiempo, la montaña, el mar, la playa, el suelo agrícola y el subsuelo minero se integran a la dominación-explotación de los centros dominantes. ¡Lo que concierne al espacio entero! Los viejos espacios, del barrio y del pueblo en el territorio nacional, tienden a reventar. Estas operaciones consolidan los centros (capitales y metrópolis) como centros de poder, elitizando la población, expulsando la producción y los trabajadores a las periferias.

En Francia y en otros lugares se expande, durante este período, una ideología en el sentido estricto del término (elaborada y difundida como tal), que los marxistas no han combatido; incluso se puede asegurar que se han favorecido. Según esta ideología, la producción industrial toma en sí lo esencial de la vida social y política, especialmente una racionalidad nueva. Los efectos tales como la urbanización no tienen más que un carácter secundario; nunca alcanzan la importancia y el interés de su causa esencial: lo económico, las fuerzas productivas, la industrialización. No plantean más que problemas administrativos. Si hay errores e incumplimientos, estos provienen de la gestión capitalista de la industria y de una ausencia de planificación racional de las fuerzas productivas. Una organización y una gestión ‘obrera’ de la producción a cambio de un Estado que controlará hasta identificarse con el partido dirigente, resolverá de forma automática los problemas derivados y secundarios. Esta ideología mantiene la convicción de que los problemas urbanos y espaciales son los problemas de los países subdesarrollados o son los resultados de la predominancia de ‘intereses privados’ sobre el interés general y público, más o menos, bien representados por el Estado. La industrialización aparece como un proceso necesario y suficiente llevando consigo mismo sus leyes (económicas) y sus complicaciones (reproducción de la fuerza de trabajo, etc.). ¿Al límite, qué necesita? ¿Qué bastaría hacer? Devolver la coherencia al proceso del crecimiento.

¿No es sorprendente constatar que la ideología marxista (el marxismo ideologizado) no se preocupa de su propia coherencia? Al mismo tiempo, la misma gente niega la acumulación y la posibilidad del crecimiento en las relaciones de producción capitalista; y sobrestiman el proceso de crecimiento, erigiéndolo al nivel de una sustancia social que se desarrolla según sus propias leyes. Esta tesis, además, se aproxima más al sansimonismo que al pensamiento crítico de Marx.

Cuando algunas ideologías se denominan marxistas, e incluso reivindican el monopolio, disponiéndose a mirar hacia cuestiones de interés –lo urbano, el espacio, el Estado– traen consigo un marxismo mutilado, reducido y reductor. Su actitud cientificista, cercana al positivismo, no difiere del funcionalismo banal, no sin añadirle grandes pretensiones. Cribados por la epistemología, sus categorías y conceptos, parecían claros. Lo eran, simplificaban lo ‘real’, es decir la realización de las formas, procesos de los que se ven privados debido a su enfoque. Como su reflexión reduccionista ‘estructuraba’ lo real mientras creían describirlo, sus ideologías llegaban a conclusiones exactas pero triviales, a las cuales les otorgaban un aspecto de grandes verdades científicas, definitivas y duramente adquiridas. La claridad del resultado hace olvidar la pobreza y la sequía del aparato conceptual, y sobre todo la evacuación de todo movimiento dialéctico.

Algunos, con un dogmatismo obstinado (del cual la revista Espace et Société posee la marca) reducen la ‘realidad’ urbana y espacial a los negocios de rentas del suelo, la especulación inmobiliaria, promotores y bancos. Esto no está mal pero es restringido.

Podemos sostener que la producción tiene sus lugares, las empresas; y el consumo los suyos: la ciudad. Estos se definen claramente cuando los reducimos a una suma de lugares (los comercios, las habitaciones, los hogares) con una función, la de reproducir la fuerza de trabajo. El modo de producción (capitalista) se estructura así de manera luminosa. Por un lado, la producción, las relaciones de producción, los lugares de la producción; y por otra parte, el consumo y los lugares de consumo, más o menos controlados por las ‘instancias’ económicas (el gran capital) y políticas (los aparatos del Estado, incluido los aparatos ideológicos).

Este conjunto ideológico no es falso, sustancialmente. Se convierte descartándole cualquier otra ‘verdad’, evacuándose o sumándose el resto. Se puede respaldar sobre un número ilimitado de hechos. Lo que no ampliaría en nada su horizonte y no suprimiría su capacidad reductoravii.

Antes del capitalismo, la ciudad ya era un lugar de encuentros, de acogida, de reunión, dotada de una naturaleza sagrada que se expresaba en los lugares religiosos: templos, cumbres, recursos, catedrales, etc. En el momento de la formación del capitalismo, que se constituye por medio de las cités más antiguas, la reunión de unidades de producción, aún artesanales en la ciudad, es analógico a la reunión de herramientas y máquinas (telares, etc.) en el taller y la manufactura. Entonces, la ciudad se convierte en fuerza productiva. No se mantiene fuera de las relaciones de producción, como tampoco de las relaciones de propiedad. El espacio producido es también productor: instrumento y no contenido pasivo, inerte, indiferente al contenido.

Es imprescindible insistir sobre la alta complejidad de relaciones entre ‘la sociedad’, ciudadanos y habitantes, y la ciudad, lo urbano, el espacio. Para el individuo, la ciudad que le rodea es a su vez el lugar del deseo (deseos: los cuales despierta, multiplica, intensifica) y el conjunto de restricciones que pesan sobre los deseos, que inhiben el deseo. Es en lo urbano que se instala, se instaura, se instituye lo cotidiano. No obstante la ciudad suscita el sueño y lo imaginario (que exploran lo posible y lo imposible, los efectos de la riqueza y el poder). Las relaciones consideradas son pues a la vez formales y reales, prácticas y simbólicas. La ciudad y el espacio tienen múltiples funciones, pero estas funciones no agotan lo real: de modo que el espacio y la ciudad son a la vez un ser poético y una presión firmemente positiva. Los comportamientos se describen, los deseos se dicen, se expresan; la ciudad y lo urbano suscitan al mismo tiempo un saber y un lirismo. Lo urbano, la ciudad y sus entornos, el espacio referido y referente, hacen una totalidad parcial y abierta, al propio nivel de totalidades más vastas (la nación, el territorio nacional, el Estado). ¿Con qué derecho mutilar esta totalidad? ¿Y por qué el marxismo debería evacuar lo simbólico, el sueño y lo imaginario? ¿Eliminar metódica y teóricamente ‘el ser poético’, la obra?

El análisis muestra en nuestros países que existe, en primer lugar las exigencias del capitalismo y del neocapitalismo, los promotores, los bancos especializados. En segundo lugar, el Estado no interviene más que episódica y puntualmente, aunque nunca en organismos e instituciones consagrados a la gestión como a la producción del espacio. Este espacio estatal, que debemos analizar de cerca, no tiene la característica caótica del espacio producido por lo intereses ‘privados’. Se pretende homogéneo, el mismo en todas partes, según una racionalidad de lo idéntico y lo repetitivo que permita introducir en las esquinas más remotas (que cesan de ser ‘esquinas’) la presencia del estado, el control y la supervisión. Entre los intereses ‘privados’ y la acción de los poderes ‘públicos’, a veces hay colusión, así como colisión. Lo que engendra la paradoja del espacio homogéneo-roto; basta abrir los ojos y mirar atentamente alrededor de sí, para cambiar esta paradoja en una evidencia, difícil de decir.

En tercer lugar, los movimientos de usuarios (protestas y contestaciones) se han convertido en un fenómeno mundial, nada menos que en reivindicaciones relativas al trabajo y a los lugares de trabajo, aunque diferentes.

Los movimientos de usuarios en Francia, no podrían compararse a aquellos que tienen lugar en Japón, España, Italia, incluso en Estados Unidos. En estos países, los usuarios e incluso los consumidores parecen más conscientes de sus intereses y de sus objetivos, a saber la nueva apropiación de un espacio en el que los productores ven poco uso. ¿Por qué esta debilidad en Francia? Sin duda por causa del Estado, a la vez restricción y recurso, presión y arbitraje (aparentemente). No sólo la presión estatal en Francia es más fuerte que en otros lados, sino la izquierda jacobina la acentúa en razón de su opción centralizadora. Esta contribuye a debilitar los movimientos que sólo una fracción ‘izquierdista’ sostiene sin interés político. Talvez en Japón, estos movimientos alcancen la fuerza máxima, con los objetivos más grandes. En la España actual (inicios de 1977) más de cuatro mil comités de ‘vecinos’ realizan una actividad que cuestiona la organización de la sociedad junto con las ciudades y el espacio.

Estos movimientos renuevan el concepto de uso sin reducirlo a un simple consumo del espacio; hacen hincapié en las relaciones de la gente (individuo, grupos, clases) en el espacio con sus niveles: la proximidad y lo inmediato, lo urbano y las mediaciones, la región y la nación, lo mundial por último. Experimentan las modalidades de la acción en sus diversos esquemas, según la experiencia y el saber de los ‘participantes’. Plantean la hipótesis de una eventual convergencia entre las reivindicaciones con respecto al trabajo (empresa) y aquellas que conciernen al espacio entero, es decir, a la vida cotidiana.

¿Hay momentos privilegiados, en los cuales, la gente (individuos, grupos, fracciones de clase) verdaderamente ha sentido el espacio? ¿Ha encontrado la ciudad? Es verdad: históricamente, durante el renacimiento italiano. Más cerca de nosotros, en mayo de 1968. Como por arte de magia, lo cotidiano emergió, transformándose. Vimos entonces, primero la ocupación por los estudiantes de su espacio, a continuación, por la clase obrera, en una tentativa de apropiación. Durante este intento, llegó en pleno día la relación compleja de los grupos sociales con su espacio, aquella de los individuos con su cuerpo, su palabra, su voz.

La distinción entre valor de cambio y valor de uso es esencial en la teoría marxista. Marx presenta, en El Capital, la relación entre estos dos valores como una oposición lógica, como los dos polos de una oposición pertinente. Hoy, en el mundo moderno, un conflicto agudo y violento se articula en el espacio entre estos dos valores; entre el espacio que se convierte en valor de cambio y el espacio que permanece como valor de uso. Tales como, por ejemplo, los espacios históricos, los pueblos y los paisajes pre-capitalistas. El turismo se precipita sobre ellos, los somete al intercambio, los desgasta y los destruye. El valor de cambio evoluciona por sí mismo hacia una abstracción cada vez más grande y se convierte en el intercambio de abstracciones.

En estas circunstancias, el problema urbano se plantea con una agudeza extrema, porque se trata de espacios estrechamente sometidos a la dominación del intercambio por la especulación, por la inversión de capitales, mientras que un espacio urbano representa un uso, es decir un empleo del tiempo.

De acuerdo con lo anterior, se percibe el desplazamiento de la relación ‘valor de uso-valor de cambio’, desde el momento en que Marx escribió sus obras (Los Grundrisse y El Capital). La oposición lógica sirvió a Marx de punto de partida en la deducción-construcción de las categorías y en la concatenación de los conceptos que constituyen la teoría. Desde entonces, la oposición lógica entra en un conflicto dialéctico. Es el conflicto entre valor de cambio y valor de uso que ya no puede pasar por mental, sino por social (práctico). Lo nuevo sucede en este dominio. ¿Debido a qué? Al capitalismo, ciertamente (y al socialismo), pero también, debido al control sobre la naturaleza mediante técnicas, control que va hasta la destrucción de lo natural, tanto mental, social, como físicamente.

Adentrémonos más profundamente en el uso. El uso permite el intercambio: la cosa de la que alguien hará uso, se vende; ésta toma un valor de cambio porque tiene un valor de uso. Sin embargo, el uso no coincide con el valor de uso. El agua, el aire, la luz, no tuvieron valor de cambio durante milenios y hasta la modernidad, todo el mundo los usaba. Concretamente, el aire, el agua, la luz, la tierra –los elementos– toman valor de uso desde el momento en el que se producen y se venden, por tanto toman valor de cambio: el aire con el aire acondicionado – el agua con la provisión por tubería – la luz con la provisión de iluminación artificial – finalmente la tierra, sobre todo desde que se convirtió en objeto de propiedad.

El uso persiste, porque corresponde a una necesidad, fundamental o ficticia, física o desarrollada: respirar, beber, ver, caminar. Desde que un elemento deja de ser un don de la naturaleza, alrededor de él comienzan a librarse luchas sin cuartel. Del don, la práctica pasa al régimen de la ‘deuda’ y de la ‘regalías’; el elemento se cuenta y contabiliza. Cada individuo es responsable ante la sociedad de lo que reciba en virtud del elemento, que no tiene nada de elemental: su parte de agua, de aire, de luz, de tierra. Los ‘elementos’ entran en una región conflictiva donde se reglan los asuntos sociales, por contratos y debates (relativos a la deuda y al endeudamiento). El uso, gratuito (de manera gratuita) al momento de la donación espontánea y de la abundancia natural, se gana, se conquista, se defiende duramente. Esto tanto para los individuos como para los grupos (pueblos, ciudades). El problema del ‘territorio’ comienza a surgir para cada uno y para todos, para los aislados como para los colectivos, del pueblo a la nación. Por último, es decir, cuando todo se cuenta (se contabiliza), cada uno reclama lo que se le debe, en espacio, aire o agua. Muchos no lo obtienen. ¿No se contempla lo mismo para el cuerpo, don de la naturaleza, que vive en y por medio de otros dones, tomados posteriormente por las redes de deudas, endeudamientos, contratos?

Consideremos una (la) playa. Lugar privilegiado para nosotros, gente de la modernidad; lugar inventado o descubierto recientemente; lugar del goce [la jouissance]. ¿Es verdaderamente un lugar? Sí y no. Es un espacio situado entre los elementos, a su encuentro y confluencia: el sol, el aire y el viento, el mar, la tierra. El lugar no pertenece a ningún elemento y los contiene a todos. No hay playa sin arena que prolongue la tierra, que el mar bañe, que el viento acaricie, que el sol caliente. La reunión de los elementos se da en directo. ¿En qué consiste su uso? En la aceptación de este don. ¿Cuál uso? El del cuerpo, la presencia, el significado del cuerpo (a veces grotesco, a veces hermoso). Como el cuerpo, como la carne viva, como la experiencia, la playa tiene su uso y su significado en sí. Uso y significado: el placer, el goce, incluso la alegría de vivir. Los niños no la usan como los amantes o los deportistas, ni como las personas de edad avanzada. Y así una multiplicidad de usos, según el cuerpo y el uso del cuerpo. La apropiación de este espacio por el cuerpo se logra con una facilidad que forma parte del goce.

Podemos vender las playas. La presión se ejerce en este sentido de intereses, y no solamente aquellos del gran capital. Podemos bloquear, prohibir, parcelar. La propiedad lucha contra la apropiación sobre este espacio, de manera legible, visible, evidente. El cambio y el valor de cambio luchan contra el valor de uso y contra el uso que se muestra a través de los valores. Es decir, contra el cuerpo vivo y la experiencia.

Si la ‘base’ de la sociedad, en particular los niños y todos los ‘usuarios’, han mantenido la palabra y la posibilidad de intervenir, ¿habría problema? Quizás no. Es por tanto, que las ‘autoridades’, en el poder político, intervienen sin cesar para garantizar el acceso a los elementos contra los que quieren reservarlos o venderlos al mejor postor. El Estado que administra el espacio se ve obligado a obrar contra los que le han encargado esta difícil gestión.

La playa adquiere un valor simbólico. Ella simboliza la lucha por el espacio, por el uso, por el goce del cuerpo –y también por la acción conservadora del Estado, que en sí, es el resultado de que los usuarios tomen o no tomen la palabra. Despojados de muchas maneras, los usuarios recurren al Estado, que no sólo ha contribuido poco con ellos, sino que no puede dejar de responder a su llamado.

El secreto del Estado, oculto en la evidencia, ¿no está allí, en el espacio? La interacción entre el Estado y el territorio es tal que se puede decir que el uno engendra al otro. Esto explica la ilusión y la apariencia de los hombres de Estado. Parecen administrar, gestionar, organizar un espacio natural. De hecho, es decir en la práctica, lo sustituyen por otro espacio, primero económico y social, luego político. Creen obedecer a lo que tienen en la cabeza: una representación (del país, etc.) De hecho, establecen un orden: el suyo.

Poner a plena luz la unión entre el Estado y el espacio requiere el fin de una ignorancia de lo espacial y el reconocimiento de una teoría del espacio (social). En esta perspectiva se asocian el movimiento de usuarios a escala mundial y la ciencia del espacio que ya no puede ser considerada como externa a la práctica.

El conocimiento del espacio social presenta el lado teórico de un proceso social en el que los movimientos de usuarios son el lado práctico. Estos son los aspectos indisolubles de una misma realidad y sus potencialidades. Esto corresponde en buena medida a la situación en la que Marx se encontraba en relación con el movimiento obrero y las reivindicaciones referentes al trabajo (los lugares de trabajo). En esa época, los economistas que Marx denominó ‘vulgares’ se ocupaban de los productos, identificaban y comparaban los objetos, evaluando los costos. Ellos se ocupaban de las cosas. Marx revirtió el proceso. En lugar de considerar los productos, contempló la producción, es decir el proceso productivo y las relaciones de producción (así como el modo de producción). Él fundó así una teoría. De la misma manera, hoy, muchas personas describen los espacios, escriben discursos sobre el espacio. Queda por invertir el proceso, fundando una teoría, la producción del espacio. En esta producción, evidentemente, el Estado es cada vez más un agente de la producción, e incluso promotor.

¿El conocimiento del espacio constituye una ciencia? Sí y no. Sí, porque incluye conceptos y una concatenación teórica de estos conceptos. No, en el sentido que generalmente la ciencia se plantea y se sitúa en una ‘objetividad’ que hace abstracción de la ‘experiencia’, es decir del cuerpo y del ‘sujeto’ que lo habita, que permanece en él.

El conocimiento del espacio no puede reducir la experiencia a lo concebido, ni el cuerpo a la abstracción geométrica u óptica. Al contrario: este conocimiento debe partir de la experiencia y del cuerpo, por tanto del espacio ocupado por un ser orgánico, viviente y pensante. Este ser tiene (es) su espacio, circunscrito por los alrededores próximos, amenazado o favorecido por lo lejano. Un alcance del cuerpo, a saber las manos, llegan hasta lo que les sirve o les hiere; más allá de esta proximidad comienza el espacio social que se prolonga (sin fronteras bien definidas) en el espacio físico y cósmico. Tres esferas, tres zonas, no separadas: lo mental, lo social, lo cósmico; –el cuerpo vivido, lo cercano, lo lejano.

Con este supuesto, existe una historia del espacio. Lo vivido da lugar a los espacios de representación, imaginados a partir del cuerpo y simbolizados por él. Lo concebido, lo lejano, da lugar a las representaciones del espacio, establecidos a partir de elementos objetivos, prácticos y científicos. Si se tiene en cuenta el espacio medieval: por un lado, el espacio de representación mágico-religioso, abajo el infierno, en lo alto el cielo habitado por Dios; entre los dos, el mundo terrestre. Que no impide las representaciones del espacio: la construcción de los primeros mapas, el saber de los navegantes, los comerciantes, los piratas; el Mediterráneo en el centro del mundo, etc.

La historia del espacio demostraría como divergen o se encuentran los espacios de representación y las representaciones del espacio, la práctica modificando ‘realmente’ el espacio-natural.

Para descifrar el espacio, podemos proponer muchas rejillas y decodificaciones, y ensayarlas sobre el espacio actual. Este espacio se caracteriza por la coexistencia, a menudo poco pacífica, de obras y productos de épocas diversas. Diacronías, desajustes, distorsiones, entre las ruinas antiguas y los productos de la técnica moderna, generarían tensiones que animan el espacio, pero lo hacen difícil de descifrar.

Se puede analizar lo urbano (la ciudad) como sujeto (las conciencias, los niveles de conciencia, las actividades de los grupos); como objeto (la situación y el sitio, los flujos); como obra (monumentos e instituciones). Se puede seguir históricamente la monumentalidad y su relación con la construcción (funcional: almacenes, apartamentos, etc.), mostrando actualmente la eventualidad de un exceso de la oposición clásica. También se puede comparar el espacio a un lenguaje y estudiar sus dimensiones: lo paradigmático (oposiciones pertinentes: dentro-fuera, arriba-abajo, verticalidad-horizontalidad, etc.); – lo sintagmático (encadenamientos y conexiones: calles, avenidas y bulevares, carreteras, etc.); – lo simbólico (el significado de los monumentos, los lugares privilegiados, etc.).

En lo que concierne al espacio global, dos series de propuestas teóricas permiten acceder a una relación con el Estado. La primera tiene una característica histórica y genética; esta pone en relación el espacio, aproximadamente, con los modos de producción. La segunda, más actualizada, se define mejor en lo sincrónico, se refiere al concepto de morfología jerárquica estratificada. Ni es cierto, ni está lejos de serlo, que estas dos proposiciones se excluyan. La genética (historia) del espacio puede y debe abrirse sobre un espacio-análisis, por sí misma, dando lugar al ‘ritmoanálisis’ (conexión del espacio y del tiempo con los ciclos y los ritmos, en la nación, la sociedad, la consciencia reflexiva). Este último desarrollo pasa junto al del Estado y va mucho más allá. Su lugar no es aquí.

El espacio analógico: la comunidad primitiva fue tan compleja que Marx no la vio, con las combinaciones de formas sociales entrelazadas, sacerdotes y hechiceros, señores de la guerra, linajes de consanguinidad y territorialidades. Se puede caracterizar, en su conjunto, la ocupación del espacio –el espacio ocupado por esta sociedad– como espacio analógico. Existen ejemplo precisos y fehacientes de espacios analógicos: las aldeas dogons en África, de acuerdo con los trabajos de M. Griaule y G. Dieterlen sobre el cuerpo humanoviii. La ciudad y su organización se supone que representan o más bien reproducen un cuerpo divino, su propia proyección del cuerpo humano. La cabeza, los miembros, los órganos genitales masculinos y femeninos, y los pies, son representados por grupos de chozas. Chozas de mando, chozas de reunión de hombres y mujeres, chozas en las que se colocan los instrumentos de trabajo, y así sucesivamente. El espacio apropiado por analogía con el cuerpo es una proyección de éste, sobre o en el espacio.

El espacio cosmológico: el modo de producción antiguo (ciudad antigua, esclavos) se vincula a un espacio cosmológico. Los objetos monumentales se agrupan de manera que proponen una imagen del cosmos. La ciudad es una ‘imago mundi’. A menudo, un monumento en particular tiene a su cargo representar el espacio más característico: así, el Panteón, destinado a albergar a todos los dioses –incluso el dios desconocido– representa el firmamento, el espacio cósmico. La ciudad comprende, en el modo de producción antiguo o en el modo de producción asiático, un lugar marcado por un monumento, obelisco o piedras, considerado como el ombligo, el ónfaloix, el centro del mundo alrededor del cual se construye una representación del espacio dominado.

El espacio simbólico: La ciudad medieval sostiene otra forma de espacio, el espacio simbólico. El espacio de estas ciudades, aquel de las catedrales, se rellena de símbolos religiosos. Así, se puede comprender el paso del espacio cosmológico de las todavía iglesias romanas al espacio simbólico de las catedrales góticas. Éstas simbolizan la emergencia de la ciudad por encima del suelo y el impulso de la sociedad entera hacia la claridad conocida, en aquel momento, como la del Logos, es decir del Verbo, es decir de Cristo. En el espacio críptico, la verdad permanece sumergida en las tumbas. El espacio se transforma durante el período gótico en un espacio de descodificación, un ascenso hacia la luz. Es también el momento histórico de una gran lucha de clases: la clase urbana burguesa contra la terrateniente feudal. El simbolismo tiene dos aspectos: religioso y político.

El espacio perspectivo: aunque no entra en la clasificación de los modos de producción, el espacio perspectivo merece atención porque entró en nuestros hábitos, en nuestro lenguaje; hasta al inicio de los tiempos modernos en que tuvo lugar la crisis de todas las referencias. Es un error pensar aún en términos del espacio perspectivo, ya que desde 1910, la pintura de Kandisky, aquella de Klee y aquella del cubismo analítico, nos advirtieron que existe una ruptura del espacio perspectivo. El horizonte desaparece entre los pintores como el encuentro de las paralelas en el infinito.

El espacio perspectivo nació con el Renacimiento, en Toscana, donde las ciudades toman más importancia: Florencia, Siena, Lucca y Pisa. Sobre la base del capital comercial (pañeros tratando la lana del rebaño) se estableció en estas ciudades un capital bancario. Los banqueros de Florencia, Siena o de Pisa compraron a los señores feudales sus dominios y los transformaron. A la explotación de los siervos, la sustituye la explotación de aparceros que comparten la cosecha con los propietarios. La aparcería es entonces una mejora con respecto a la servidumbre; libre, el aparcero reparte su cosecha con el propietario de la tierra; tiene entonces interés de producir lo máximo posible. Los banqueros, dueños de las ciudades toscanas, tienen necesidad de aumentar la cosecha para alimentar el mercado de las ciudades y a las mismas ciudades. Por su posición, son más ampliamente beneficiarios de este progreso que los campesinos. Estos banqueros, incluyendo los Médici, construyeron en el campo los palacios; alrededor de los palacios, las maserías. Los caminos que van de un lado a otro son plantados de ciprés; el paisaje toma entonces una profundidad y una amplitud que no tenía. Las líneas hacia el horizonte están marcadas por estos callejones de cipreses, símbolos a la vez de propiedad y perennidad; en ese momento, aparece la perspectiva que, de cierto modo, resulta de la influencia recíproca de las ciudades sobre el campo. Sin embargo, ésta influencia no es suficiente; un espacio no se explica solamente por las condiciones económicas y sociales. La elaboración de Alberti permite tomar forma a la perspectiva. El espacio sigue siendo simbólico del cuerpo y del universo, aunque ya ha sido medido, y es visual. Esta transferencia del espacio hacia la visualización y lo visual es un fenómeno de una importancia primordial. Según Alberti, de la disposición visual de los elementos del espacio –las líneas y las curvas, la luz y las sombras, los elementos masculinos y los elementos femeninos (es decir los ángulos y las formas redondas)– se garantizará la belleza para los ojos, la sensación espiritualizada, originando a la vez la admiración y el placer. El espacio sostiene ciertas cualidades de la naturaleza, la luminosidad y la claridad; el arte y la invención procuran otras cualidades, tales como la conveniencia, la nobleza y la adaptación a las leyes de la sociedad.

Este espacio es el de la perspectiva que retoma la naturaleza medida y subordinada a las exigencias de la sociedad, bajo la dominación del ojo y ya no del cuerpo entero. Desde el Quattrocento, se encontró el espacio perspectivo en la pintura, que brinda un lenguaje común a los habitantes, a los usuarios, a las autoridades, a los artistas, el espacio de los arquitectos. Desde entonces, la ciudad se organiza en clave de perspectiva. Ella está sujeta a un dominante, la fachada, que determina la perspectiva y la fuga de paralelas, es decir las calles. La cristalización de este conjunto conlleva múltiples consecuencias: las diferencias no aparecen más que en la sucesión de fachadas. Las rupturas, hendiduras y cornizas son reducidas al mínimo; éstas no deben romper la perspectiva. Porque la fachada está hecha para ver y ser vista, es esencial y dominante. Lo que no existía previamente y sobre todo no existía en la antigüedad. Sobre las mismas fachadas, se cuelgan los balcones, sirviendo a la vez para ver y ser vistos. Por tanto, es un espacio que se organiza, guiando el conjunto de las artes (la pintura, la escultura, la arquitectura y el urbanismo), un espacio común a todos; los habitantes se sitúan en este espacio; los arquitectos o autoridades políticas conocen la ordenanza; que se trata de un código. Es probablemente la única vez en la historia del espacio donde hay un código único para los diferentes niveles estratificados, es decir, el nivel de la habitación, el inmueble, la sucesión de inmuebles, del barrio, de la ciudad, de su inserción en el espacio circundante. De ahí la belleza armoniosa y el modelo congelado que adoptaron las ciudades.

El espacio capitalístico: El espacio catastrófico para el espacio perspectivo será el espacio capitalístico. El uno comienza con la ruina del otro. El fenómeno es visible desde el cubismo analítico de Picasso o la pintura de Kandisky. Esta ruina del espacio perspectivo es caracterizado por el hecho de que un monumento, una arquitectura, un objeto cualquiera, se sitúa en un espacio homogéneo (espacio visual que permite al ojo y sugiere al gesto girar a su alrededor) y ya no en un espacio cualificado (cualitativo). Picasso, Klee y los miembros de la Bauhaus descubrieron simultáneamente que se puede representar los objetos en el espacio, de modo que ya no tengan rostro o una fachada privilegiada, que no se orienten más que hacia lo que miran o quien los mira. Están en un espacio indiferente y ellos mismos son indiferentes a este espacio en vías de una cuantificación completa. El inmueble-tour, del cual Mies Van Der Rohe diseñó los prototipos, se sitúa en un espacio en el que se puede girar a su alrededor. Se trata de un objeto que ya no tiene rostro, ni fachada. Sin la fachada, se sepulta la calle. Por tanto, el espacio perspectivo es reemplazado por un espacio enteramente nuevo. La ambigüedad es que los miembros de la Baushaus y Le Corbusier creyeron alcanzar una revolución. Se los tomó por bolcheviques a medida que introducían el espacio capitalístico. Su concepción del espacio se extendió hacia el neocapitalismo y sobre todo al ascenso triunfal del Estado.

Este espacio capitalístico es difícil de describir y definir. No debería, pues, bastar con decir que es solamente cuantitativo o que ha reemplazado al espacio perspectivo, es decir a un espacio cualificado. Este espacio cuantitativo es un espacio homogéneo pero roto. El arte pictórico y el arte escultural han producido modelos verdaderos de este espacio. El arte puso en evidencia la violencia interna en la ruptura del espacio.

¿Cómo puede un espacio ser a la vez homogéneo y roto? ¿No constituiría eso un absurdo, una imposibilidad? No. Este espacio es homogéneo porque todo es equivalente, cambiable, intercambiable, porque es un espacio comprado y vendido y no hay más que intercambio entre equivalencias e intercambiabilidad. Este espacio se rompe porque lo manejamos por lotes o parcelas; por tanto, el espacio se fragmenta vendido por lotes y parcelas. Para el mundo de las mercancías, donde todo es equivalente, y también dentro del Estado donde todo es controlado, éste se rompe, porque al ser tratado por lotes en ocasiones minúsculos, el límite inferior del lote no es más que aquel en el que su empleo para la construcción es imposible. Los lotes se venden tan caros como sea posible de acuerdo a la leyes o reglas de la especulación. Es un espacio lógico aunque la lógica del conjunto homogéneo sea desmentida por la fragmentación de la venta al por menor.

La clasificación propuesta de los espacios corresponde aproximadamente a la consecuencia de los modos de producción según Marx. Esta consecuencia no puede pasar por sentada, ni las características de cada modo de producción pueden pasar por ciertas. Se trata aquí de mostrar, brevemente, que hay una producción del espacio inherente al modo de producción, ésta no se define solamente por algunas relaciones sociales (marxismo banalizado) o por ideologías, formas del conocimiento y la cultura (Gramsci), sino también por su producción específica.

Analógica, cosmológica, simbólica y lógica o logística ofrecen una diacronía (una sucesión). Cada modo de producción tuvo su espacio; pero las características del espacio no se reducen a las características generales del modo de producción; el simbolismo medieval no se define ni por las rentas entregadas por los campesinos a los terratenientes, ni por las relaciones entre las ciudades y los campos. La reducción de la estética de lo social y de lo mental en lo económico fue un error desastroso que un cierto número de marxistas perpetúan.

El modo de producción actual se caracteriza por el espacio de control estatal, a la vez, espacio de intercambios. El Estado tiende a acentuar el carácter homogéneo, roto por los intercambios, debido a su control. Ello puede también definirse como óptico y visual. El cuerpo ha desaparecido en un espacio equivalente a una secuencia de imágenes. El espacio perspectivo ha inaugurado esta estocomización del cuerpo, que el simbolismo preservaba, no sin transponerlo. En el espacio moderno, el cuerpo ya no tiene presencia; solamente está representado en el medio espacial reducido a componentes ópticos. Este espacio también es fálico; las torres con su arrogancia lo testifican suficientemente. Fálico, óptico, visual, lógico-logístico, homogéneo y roto, global y fragmentado, así se denominan y se conciben los caracteres del espacio del MPE [modo de producción estatal].

Este espacio ha sido idealizado por la Bauhaus y Le Corbusier, al mismo tiempo que ellos lo realizaban. La idealización se desarrolla a partir de su carácter visual y óptico. Se tiene en cuenta su aspecto especular y espectacular. El análisis de las obras de Le Corbusier muestra que este espacio ha sido representado con el fin de producir y reproducir la imagen exaltante de un hombre fuerte, que en la alegría de la luz contemplaba la naturaleza, los espacios verdes y las siluetas de otros hombres extendidos sobre la gloriosa claridad del sol. Este espacio no solamente implica la vida cotidiana programada e idealizada por el consumo manipulado, sino también la espacialidad jerarquizada entre los espacios nobles y los vulgares, los espacios residenciales y los otros. Implica también una centralidad burocrática, denominada ‘cívica’, ocupada por los poderes de decisión. Es un espacio organizado, de tal suerte, para que los usuarios sean reducidos a la pasividad y al silencio, salvo que se rebelen; su rebelión puede y debe superar la presentación de contraproyectos, de contra-espacios, de reivindicaciones muchas veces violentas, a una rebelión máxima que cuestione el conjunto del espacio intercambiable, espectacular, que implique la cotidianidad, la centralidad y la jerarquización espacial.

Estas contradicciones del espacio se suman y se superponen a las antiguas contradicciones del modo de producción capitalista. El conocimiento directamente invertido en la producción del espacio puede abordarse sobre grandes extensiones (la construcción de una autopista), sin embargo, este espacio está fragmentado, pulverizado por la propiedad privada. Aquí aparece una forma moderna de la contradicción señalada por Marx entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción y de propiedad. La propiedad privada (como relación social) prohíbe al conocimiento su intervención. Ella paraliza las intenciones y las invenciones de los arquitectos así como de los urbanistas y anula sus capacidades críticas y creativas. La presión de las relaciones de producción y de las relaciones sociales (relaciones de propiedad) se acentúa. Esta presión está personalizada por los promotores.

El concepto ya subrayado de morfología jerárquica estratificada (con su implicación: el espacio catastrófico) es resultado de las investigaciones ya mencionadas de R. Thom. Este espacio se generaliza y se extiende al espacio social. El análisis en la sincronía (actual) no prohíbe el análisis diacrónico (historia del espacio). Al contrario: nos conduce a él. El análisis morfológico parte de la genética.

Se puede hablar de morfología estratificada cada vez que las formas definidas que contengan unidades discretas se impliquen las unas con las otras en un orden definido. Así en lingüística: –el fenómeno (sonido, una sílaba sin significado); –la palabra (articulación que constituye una unidad con significado a partir de los fenómenos que ella vincula); –la proposición o frase; –la secuencia de frases y la cadena de sentidos. Una morfología análoga existe en el espacio social, de la ‘habitación’ o de la cabaña, a la casa y al edificio, del edificio a las casas, al pueblo y al barrio, de este último a la ciudad, a la región, a la nación, al Estado.

A continuación se muestra un cuadro de morfologías constatadas y luego formalizadas de modo que aparezca la implicación jerarquizada de los niveles. La articulación, contrariamente a la ideología tecnocrática que abusa de este término, no es solamente un hecho ‘positivo’ y una resistencia. Ella conlleva efectos negativos: rupturas, catástrofes.

Lingüística

Física

Biología

Espacio (social)

Fenómenos

Silabas

Palabras

Proposiciones

Frases

Secuencia de frases

Partículas

Moléculas

Cuerpo

Planetas

Sistema (solar)

Galaxias

Moléculas

Asociaciones de moléculas

Orgánulos

Células

Órganos

Individuos (especies)

Sistema ecológico

Habitación

(choza, cabaña)

Inmueble

(casa)

Barrio

Ciudad

Distrito (país)

Nación (Estado)

Continente

Planeta

Cada vez que se estudia una morfología jerarquizada es necesario determinar su espacio de catástrofe, es decir las condiciones en las proximidades, en las cuales el espacio estalla.

La teoría muestra que genéticamente se producen al mismo tiempo las condiciones de estabilidad y las condiciones de ruptura. El espacio perspectivo históricamente generado (sin condiciones económicas, sociales y políticas, pero de forma irreductible a estas condiciones) tiene su espacio de catástrofe: el espacio logístico, el cual posee los caracteres de un espacio de catástrofe: homogéneo-roto y total-fragmentario, resultado del estallido de espacios anteriores, opuesto al espacio posible (diferencial), y que sin embargo conduce a él.

Estos conceptos permiten circunscribir y definir desde fuera el vínculo (la articulación) del espacio y el Estado moderno. Esta articulación puede también aprovecharse desde ‘dentro’.

  1. La cooperación estrecha del Estado con la industria del automóvil para rediseñar el espacio prexistente, que incluye la ciudad histórica, es un fenómeno conocido. Lo desigual según los países, se constata por todas partes: autopistas, parqueaderos, pero también fábricas, talleres de reparación, hoteles y moteles, estaciones de servicio, etc. En los grandes países modernos, alrededor del veinte por ciento de la producción y de la población activa se consagra al automóvil y a su empleo. Todo se sacrifica a esta forma de crecimiento: el pasado histórico, el uso, el reconocimiento, la ‘cultura’. La ciudad histórica se reconstruyó según las exigencias del crecimiento dirigido por el auto. Los lobbies del auto y de la construcción se alían con la tecnoestructura estatal. Sus efectos combinados llegan a romper los cuellos de botella: circulación, contaminación, el abandono del transporte público, etc. No obstante, por todos lados se llega al ‘punto crítico’ (estado crítico) donde la predominancia del auto es dudosa, donde el problema así planteado se transforma en político. Las resistencias se acentúan, se multiplican, van desde los ‘propietarios’ desposeídos, descalificados, a los ‘usuarios’ de todas las clases. A partir de este punto crítico se busca una nueva concepción del espacio, con nuevas funciones y nuevas formas irreductibles a la simple circulación. Calidad del espacio, espacio cualitativo, estos conceptos se imponen a través de un período de utopismo, de sueño, de nostalgias, de intentos por volver atrás o para vivir ‘como si no fuera así’ (el nuevo anarquismo elitista).

  1. Cuando el Estado, en determinados países, toma a su cargo la producción de energía (electricidad, petróleo), unos suponían que se lo proporcionaría a bajo precio a las empresas ‘privadas’, y otros, que el Estado asumiría las inversiones que el ‘privado’ no pueda. Poca gente se dio cuenta de que el Estado continuaba la instalación de un espacio dominante, que prolongaba aquel de las calles y canales y caminos de hierro. Lo que debía confirmarse y alcanzarse claramente a continuación: redes de autopistas y vías aéreas, producción de energía nuclear (sobre todo controlada por el Estado). Poco a poco, el Estado, cuya tecnoestructura domina las cuestiones energéticas, redirige el dominio, no sólo controlando las unidades de producción, sino sondeando el espacio, sobre una doble supervisión técnica y policial. La producción de la energía se vincula estrechamente a la producción del espacio político, es decir estatal.

  1. Las técnicas permiten tratar el espacio a gran escala. Las relaciones de propiedad y las necesidades definidas por la habitación incluyen el tratamiento a pequeña escala. Ahora bien, el Estado solo puede tomar a cargo el tratamiento del espacio ‘en grande’ –autopistas, y vías aéreas– porque dispone de los recursos, de las técnicas, de la capacidad ‘conceptual’.

La venta y el tratamiento del espacio por parcelas, a menudo muy pequeñas (apartamentos vendidos en co-propiedad) han provocado de manera catastrófica un caos urbano. El Estado en numerosos países intenta imponer un orden a ese caos por medio de instituciones diversas (en Francia, oficinas de estudios, OREAM, etc.) ¿Qué orden? El del espacio homogéneo, logístico, óptico-geométrico, cuantitativo.

Se habla a menudo, en Francia y en otras partes, del fracaso acerca de las iniciativas estatales porque el resultado carece de armonía. Tal evaluación, estética o ética, oculta la situación real. Las medidas tomadas por las instituciones y administraciones especializadas carecen de efectividad; en lugar de resolver las contradicciones del espacio, la acción estatal las agrava; éstas no originan un nuevo espacio, sino un producto específico de la confrontación ‘privado-público’. La capacidad racional y organizadora del Estado se lleva a cabo en el hecho de que los flujos continúan ocurriendo en lugar de perderse en el caos de los espacios entregados a los intereses ‘privados’ y locales; el único resultado visible sigue siendo caótico. Allí donde el Estado eliminó el caos, se erige sobre espacios fascinantes a traves del vacío social: un gran intercambiador o las pistas de un aeropuerto, lugares de paso y solamente de paso. La absurdidad aparente, esto es la doble naturaleza de este espacio homogéneo y roto (no por la diferencia sino por las ruptura en la homogeneidad), se clarifica de este modo. Este resultado proviene de la confrontación entre dos prácticas y dos concepciones del espacio, la una logística (global, racional, homogénea), la otra local (intereses privados, objetivos particulares). En los países denominados capitalistas, la contradicción puede acentuarse entre los objetivos particulares de los promotores, especuladores, inversionistas (agentes de la producción de este espacio) y los objetivos generales (estratégicos) del Estado, representados por la tecnoestructura estatal. En este caso, lo estatal prevalece. Sin alcanzar nunca esta nitidez, el conflicto produce sus efectos en todas partes. De ahí el malestar, de ahí la vergüenza ante estos espacios donde se observa la obra, al mismo tiempo, de un pensamiento racionalista y global pero sin interés para los usuarios (‘cuerpos vivientes’ al margen de las ‘funciones’) y de las operaciones concretas, portadoras de intereses definidos.

  1. El espacio racional –científico– producido y gestionado por el Estado no sólo conoce el mercado de bienes, cotizado y vendido por parcelas. También conoce los polos de crecimiento espontáneo, cuasi-ciegos, que datan generalmente de la época anterior (arqueo-capitalismo, paleo-técnico, etc.). Estos polos de crecimiento comprenden también las grandes empresas, nacidas alrededor de los recursos naturales de energía (carbón), de materias primas (minerales), de mano de obra (poblaciones trabajadoras formadas para trabajar por una tradición artesanal y campesina) y de las grandes ciudades que se prestaron como aceleradores de crecimiento.

La confusa unión entre estas modalidades espontáneas de crecimiento, anteriores a los flujos de la economía moderna, y el espacio estatal, no pasará sin ocasionar daños y perjucios. La racionalidad estatal prevalece. Sólo el Estado domina los flujos y los compatibiliza con los elementos estables de la economía (stocks) porque los integra en el espacio dominante, que el mismo Estado genera. Las enormes inversiones que acompañan la desintegración de los polos espontáneos y los diversos movimientos de maquinaria (energía, mano de obra, materias primas), no pueden funcionar sin el acuerdo y el concurso del poder político. De lo que nadie conoce. Lo que se ve menos a menudo, es la consolidación de este nuevo espacio, a escala nacional e incluso a escala supranacional, superpuesto a los espacios anteriores y que los replantea completamente. Así, es necesario que se reflexione acerca de las transferencias de la industria pesada francesa, desde Lorraine a Dunquerque, a Fos-sur-Mer; que se consideren las instalaciones colosales de Italsider y Tarente, la construcción de automóviles en Sagunto de España, etc.

  1. El Estado moderno se encuentra ante espacios abiertos o más bien fragmentados por todos lados: la vivienda y la construcción del territorio nacional a través de las instituciones (la escuela, el barrio, la ciudad, la región). Estos espacios, productos históricos de épocas anteriores, que arrastran consigo múltiples supervivencias de esas épocas (analogías, simbolismos, etc.), son a la vez asolados, fragmentados, despedazados y desbordados en sus fronteras. Lo que forma parte de la catástrofe y encaja. El departamento y el edificio se abren hacia los equipamientos, el barrio conduce a la ciudad y lo urbano. La nación por sí misma no tiene fronteras, ni para los capitales ni las técnicas, ni para los trabajadores, ni la mano de obra, ni para la materia gris, ni para las mercancías. Los flujos atraviesan las fronteras con el ímpetu de los ríos.

Si el espacio político-estatal tiene como primera función regularizar los flujos, coordinar las fuerzas ciegas del crecimiento, imponer su ley al caos de los intereses ‘privados’ y ‘locales’, también tiene otra función no menos importante, aunque opuesta: retener dentro de sus límites a los espacios fragmentados, mantener sus funciones múltiples. El espacio dominante tiene estos dos aspectos: –imponerse a los que pulverizan el entorno de la vida social, –prohibir las transgresiones que van hacia la producción de otro espacio (cualquiera que sea). Estas dos funciones son coralarias y aun así conflictivas. ¿Cómo evitar al mismo tiempo, la atomización (pulverización) y la transgresión (desbordamiento)?

El Estado retoma la tendencia de constituir las cadenas de equivalencias, en este caso, las áreas y volúmenes intercambiables. Impulsa esta tendencia hasta la identificación del espacio dominado en la homogeneidad del espacio dominante. Al mismo tiempo, controla ciertos efectos que tenderían a disolver el espacio existente y a constituir un espacio nuevo, definido de otro modo: por las diferencias entre los lugares y las actividades vinculadas a esos lugares. La acción estatal no se limita a generar mediante vías institucionales y administrativas la existencia social y ‘privada’ de millones de personas, ‘ciudadanos’, ‘sujetos’ políticos. Esta procede mediante una vía menos directa, pero no menos eficaz, sirviéndose de este instrumento privilegiado: el espacio.

El modo de producción capitalista [MPC] se define por las relaciones de producción, pero no sólo por ellas. El concepto de ‘relaciones de producción’, necesario, no es suficiente. El MPC no se determina ni por una interacción de ‘sujetos’ (individuales o colectivos, incluyendo las clases), ni como un ‘sistema’, dotado de una coherencia interna. Esta última interpretación, que es audaz, contiene implícitamente la apología de lo que el MPC pretende criticar.

El MPC se define primero por una concatenación de conceptos, desde el valor de cambio hasta la composición orgánica del capital, prestando especial atención sobre la producción de la plusvalía y sobre la acumulación del capital con sus problemas teóricos. El análisis, no de la producción en general, sino de la producción de plusvalía, implica aquel de su realización (circuitos comerciales) y de su distribución (circuitos bancarios). La producción de la plusvalía se realiza dentro de las empresas –lugares de trabajo; su realización y su distribución se realiza dentro de las ciudades, lo que no agota en nada el concepto de lo urbano.

Esto no es todo. El MPC se define también por la producción de las relaciones sociales y políticas, incluyendo el Estado y lo estatal. Finalmente se define por la producción de un soporte espacial (soporte de las relaciones de producción, de su reconducción y reproducción). Este espacio-soporte no tiene nada de misterioso. Se produce a partir del espacio preexistente: espacio-nación (geo-físico), espacios históricos. Por los agentes definidos: promotores, banqueros, urbanistas, arquitectos, terratenientes, autoridades políticas (locales o nacionales) y a veces los usuarios.

A lo largo de este vasto proceso, lo nuevo aparece. El MPC se transforma. La socialización de las fuerzas productivas, de la producción, de la sociedad, del producto, previsto por Marx, se cumple. El espacio generado es ‘social’ en el sentido de que no es una cosa entre las cosas, sino el conjunto de enlaces, conexiones, comunicaciones, redes y circuitos. Sin embargo la ‘socialización’ y la ‘nacionalización’ han tomado la forma –no prevista por Marx– de estatalización, de espacio político (o mejor dicho: lógico-político).

Insistamos, condensemos y resumamos. El MPC en su desarrollo produce su espacio, por tanto producto social. Utiliza a partir de determinado nivel (de crecimiento de las fuerzas productivas) el espacio preexistente, pero no se conforma. Primero, integra la destrucción de los viejos espacios (la naturaleza, el campo, las ciudades históricas); invierte el conocimiento en la cada vez mayor gestión del espacio (el suelo, el subsuelo y sus recursos, el espacio aéreo). Produce su propio espacio; al hacerlo, se transforma y es el advenimiento del MPE (modo de producción estatal).

En el curso de este proceso, el espacio comprendido entre los dos modos de producción, se encuentra a la vez:

  1. En las fuerzas productivas (por ejemplo en lo que los economistas denominan: ‘economías de aglomeración’, desde un punto de vista empírico y descriptivo);

  2. En las relaciones de producción y de propiedad (porque se vende y se compra, porque comprende el conjunto de los flujos, circuitos, redes, etc.);

  3. En la ideología y los instrumentos del poder político (porque se convierte en el soporte de la racionalidad, de la tecnoestructura y del control estatal);

  4. En la producción de plusvalía (inversiones en la urbanización, en el espacio aéreo, en la industria turística que explota las montañas y el mar, es decir las plazas vacantes fuera de la producción industrial, etc.); –en la realización de plusvalía (organización del consumo urbano y de la vida cotidiana, de la ‘sociedad burocrática de consumo dirigido’) –en la repartición de plusvalía (rentas del suelo y del subsuelo, bancos especializados en lo inmobiliario, especulación, etc.).

El momento en que el espacio se convierta en predominante, es decir en que se constituya un espacio de dominio político, es también el momento en que la producción deje de garantizar espontánea e indiscriminadamente la reproducción de las relaciones sociales. La reproducción necesaria al interior (inversiones y amortizaciones) y fuera (reproducción de la fuerza de trabajo en y por la familia obrera) de la empresa, ya no es suficiente. El primer rol del Estado moderno es evitar el colapso del edificio que va desde la mano de obra hasta la casta política, manteniendo un conjunto jerarquizado de lugares, de funciones y de instituciones. El proceso de reproducción no se autonomiza funcionalmente; se realiza en un espacio, el espacio político, condición de la reproducción generalizada; que incluye:

  1. La reproducción biológica (demográfica);

  2. La reproducción de la fuerza de trabajo (familias agrupadas en ‘ciudades obreras’ o barrios populares, suburbios, etc.);

  3. La reproducción de medios de producción (máquinas, técnicas, recursos);

  4. La reproducción de las relaciones de producción (que la empresa por sí sola ya no consigue asegurar y garantizar) y de las relaciones de dominación.

A partir de cierto momento, el capital invertido permite al Estado asegurar las condiciones de la reproducción de las relaciones de dominación. Estratégicamente, el Estado moderno trata al espacio de manera que:

  1. Rompa las oposiciones distribuyendo a las personas, incluyendo opositores, dentro de los guetos;

  2. Jerarquice los lugares sobre el modelo de las relaciones de poder;

  3. Controle el conjunto;

El espacio que garantiza la reproducción generalizada tiene los caracteres que conocemos:

  1. Homogéneo: el mismo en todas partes, que implica la intercambiabilidad de lugares e incluso de instantes (tiempo), que compone el conjunto de lugares de la cotidianidad (trabajo –vida familiar y privada –recreación programada). Lo que exige una centralización potente, por tanto una relación: centro-periferia. La comerciabilidad y la intercambiabilidad toman la forma de lo idéntico y de lo repetitivo;

  2. Roto: el espacio homogéneo, óptico-geométrico, cuantificable y cuantificado, por tanto abstracto, que sólo se convierte en concreto incorporándose en el empleo práctico, en la construcción que se realiza por y en los ‘lotes’. La contradicción aumenta entre la funcionalidad presuntamente garantizada por el control estatal, y la absurdidad de resultados, en todas partes perceptible, si no es obvia;

  3. Jerarquizado: el intercambio de espacios sólo puede alcanzar las desigualdades, porque el uso no desaparece, sino reaparece en el empleo del tiempo. Los lugares se disponen desigualmente en relación a los centros, por sí mismos desiguales: desde los centros comerciales a los centros de decisión. La acción estatal acentúa esta disposición; los espacios se jerarquizan severamente desde los centros de dominación hasta las periferias desfavorecidas, pero aún más estrechamente controladas. De ahí, el aspecto paradójico del espacio así constituido. Ya no se sabe bien dónde encontrar las clases (sociales); sin embargo, la segregación continúa. Los hábitats se entrelazan y sin embargo, los espacios ‘residenciales’ de la élite, de la burguesía, de las clases medias, se distinguen perfectamente de los lugares reservados (pabellones, edificios de apartamentos, en las ciudades fragmentadas y las afueras) para los de cuello blanco o azul.

El espacio social adopta entonces el aspecto de una colección de guetos, de la élite, de la burguesía, de los intelectuales, de los trabajadores extranjeros, etc. Estos guetos no se yuxtaponen; se jerarquizan, representando espacialmente la jerarquía económica y social, los sectores predominantes y los sectores subordinados.

El Estado coordina. Evita que el espacio capitalístico en ‘stricto sensu’, es decir fragmentado, rompa la sociedad; pero sólo puede sustituir la pulverización por la homogeneidad de lo idéntico-repetitivo. Está usando la lógica pero no puede imponer ni la coherencia abstracta, ni la cohesión espacial a los diversos momentos del proceso, desde la producción hasta la realización de plusvalía. A pesar de su conexión en y con el espacio dominante, este proceso permanece fraccionado; el capital comercial, el capital bancario, el capital industrial, el capital inmobiliario caen en manos de grupos cuyos intereses siguen divergentes y a menudo se enfrentan. El Estado evita la especulación que implica paralizar el funcionamiento global de la sociedad civil y la economía. Organiza, planifica directa o indirectamente, pudiendo cerrar tal espacio o tratar tal flujo por computador. Pero el espacio así producido, que pretende ser a la vez político y regulador, se revela burocratizando-burocratizado, es decir tratado en los despachos. Repetitivo en segundo grado, el Estado completa su fase repetitiva en primer grado, proveniente de la comerciabilidad y la intercambiabilidad. Finalmente y sobre todo, este espacio represivo, por el mero hecho de su jerarquía, impone la reproducción de las relaciones de dominación (a fin de asegurar la reproducción de las relaciones de producción).

El carácter regulador del espacio político (estatal) se analiza entonces según tres aspectos: lo ideológico (representación tecnocrática de lo social); lo práctico (instrumental, medio de acción); lo táctico-estratégico (aspecto principal: subordinación de los recursos de un territorio a objetivos políticos).

La ideología, es aquella de la coherencia-cohesión, de la lógica neutra y mucho más eficaz, de la homogeneidad óptico-geométrica, por tanto cuantificable-cuantificada. A esto hay que añadir la representación de una transparencia: la de un espacio donde los elementos de la sociedad se revelan en su evidencia y coexisten pacíficamente. ¿No son sospechosas las evidencias? Mientras esta proposición no sea admitida como una evidencia (contra-evidencia) rugirá el espíritu cartesiano. Entre todas las evidencias del espacio ¿no es la más sospechosa?

La racionalidad de este espacio se destroza como una superficie engañosa, desde que se sabe que en realidad regula y reconduce las relaciones de dominación, vinculando la reproducción simple (de la fuerza de trabajo), a la reproducción más compleja de las relaciones de producción y esta última con las relaciones de dominación, incorporadas en el espacio. Las modalidades de reproducción se incluyen y se implican las unas con las otras, constituyendo a su vez una morfología jerárquica, lo que garantiza su inteligibilidad, pero amenazándola; porque no hay tal morfología sin ruptura (catástrofe). La relación ‘dominante-dominado’ se explicita así. No hay que reducirlo ni a lo empírico ni a la representación. Un espacio dominado puede dominar a otro. La jerarquía espacial se presenta, lo sabemos, como implicación o imbricación de espacios dominantes-dominados. Esta relación de inclusión-exclusión tiene un carácter lógico (logístico).

Se puede decir igualmente que se incluyen y se implican morfológicamente: la cotidianidad (tiempo programado en y por el espacio), –la espacialidad (relaciones centro-periferias), –lo repetitivo (lo idéntico se reproduce en las condiciones asignadas por la abolición de las diferencias y particularidades naturales). La jerarquía social se presenta hoy en día, más claramente que nunca, como jerarquía espacial.

Es posible obtener una concepción desarrollada del modo de producción. El capitalismo no se define a partir de la producción en general, sino por la producción de plusvalía, por la acumulación del capital (R. Luxemburg), pero también por la reproducción de las relaciones sociales específicas. A partir de cierto punto crítico, este resultado tiende a obtenerse por y en el espacio, así como, por la identificación-repetición de gestos, de actos, de la cotidianidad, de lo inscrito-prescrito. Los fragmentos de espacios y actividades sociales se coordinan, no sin conflictos. ¡Qué buen negocio, el espacio! El que se vende y se compra. El que amplía el mundo de la mercancía. Y al mismo tiempo, permite controlar las fuerzas sociales que podrían oponerse al poder político establecido. Así se inaugura el MPE.

En este proceso global se oponen todo tipo de obstáculos y de situaciones conflictivas. Hay que dar la apariencia de nuevo a lo repetitivo, y de dinamismo a lo idéntico. De ahí la asombrosa mezcla de lo neo, de lo retro, de lo arqueo, en la vida moderna. Lo repetitivo se lleva mal, desde lo ‘vivido’, ya que incluye la abolición de lo vivido por su subordinación a la lógica y a la identidad. De ahí el malestar, el problema, el rechazo: la gran indignación, a partir del momento en el que el MPE se instala. A partir de este punto crítico, la violencia hizo su entrada. De aquí este extraño ambiente (alienante-alienado) del mundo moderno: por una parte racional, repetitivo e identitario, –por otra parte, violento, ya sea para confirmar lo vivido y el uso, ya sea para continuarlos. La violencia se incuba por todas partes de este mundo racional, reducido a lo intercambiable. La paz del espacio ‘regulador’ y la violencia se confunden curiosamente. El espacio social, de hoy, ¿no será la violencia encarnada, sea virtual o declarada? Lo que requiere un proyecto global, el de otra sociedad en otro espacio.

No ardamos sin [considerar] las etapas. ¿En qué espacio actual encontramos un espacio de catástrofe?

La fuerza de los argumentos de R. Thom (op. cit) muestran cómo y porqué el carácter lógico de las implicaciones morfológicas no implica estabilidad (tesis tecnocrática), sino más bien rupturas. Otra manera de decir que la lógica y la violencia van de la mano.

La gente del Estado concibe y se da cuenta de los espacios dominantes, reinantes sobre los espacios dominados (por ejemplo a partir de la aéro-política, líneas aéreas, aeródromos, balizaje, etc). Ellos someten el espacio a una logística y creen que existe una regla o una comprensión para combatir los conflictos y contradicciones. Ahora bien, la inherencia de la lógica a la violencia permite comprender cómo, al contrario, se aceleran los conflictos y se agravan las contradicciones.

Actualmente existe la mundialización de la producción y de los ciclos conducidos por los productos. La palabra ‘internacionalización’ ¿no debilitaría el alcance de estos fenómenos que mantienen el aumento de las fuerzas productivas? Las inversiones y el capital productivo se acumulan a escala mundial. Las firmas conocidas como supranacionales reflejan este aumento, mientras que las relaciones de producción (y de propiedad) permanecen fijas a escala nacional. Existe igualmente la mundialización de los flujos de mano de obra, de tecnicidad, de ‘materia’ gris. Los países denominados desarrollados, los ‘centros’, compran enormes fuerzas de trabajo (en general poco calificadas) en las periferias. Asi mismo, los capitales e inversiones van a buscar in situ la fuerza de trabajo que ponen en movimiento. La relación: ‘capital-fuerza de trabajo’ cambió de escala. Lo que implica una mundialización del mercado de capitales (por tanto transferencias de plusvalías) que no deja por fuera a los países llamados ‘socialistas’, lugares de inversiones, pero también de acumulación (los medios de producción), mercados para la técnica, reservas enormes de fuerzas de trabajo, etc.

Le sigue la mundialización de la lucha de clases y una diversificación de esta lucha, que penetra el espacio físico, social, mental, trazándole nuevas divisiones. Igualmente le sigue la producción de un espacio planetario, en las fronteras unas veces visibles, otras veces invisibles, donde los Estados nacionales conservan sus funciones hasta nueva orden: control, jerarquización (espacios dominantes-dominados), y regulación. Incluso actualmente, el espacio de la empresa no puede y no debe reconsiderarse a partir de concepciones globales. “La fuerza de la apuesta salarial, debido al carácter general de ésta, se pone verdaderamente en evidencia; pero existen otros factores con un alcance general y por lo cuales debería hacerse un análisis comparable. El espacio es…” (declaración en un artículo de la revista [Place: Peuple, Espace, Pouvoir, nº 6. (1977), p. 27-28]. El empresario, afirma el autor, no ha olvidado el alcance del factor espacio, fuera de la empresa y dentro de la empresa. Queda visible el organigrama, “como expresión de la distribución de puestos y lugares dentro de un aparato espacial”, incluidas las funciones de supervisión, eje principal del buen funcionamiento. Ahora bien, el espacio habitual o tradicional, inspirado del taylorismo –valla, doble perspectiva: cerca de la máquina y el hombre, ámbito para la supervisión– ya no es suficiente. Estalla. Según los textos oficiales, la relación ‘hombre-máquina’ debe superarse en un conjunto complejo, que tiene en cuenta estas tres relaciones: a) hombre-proceso productivo, b) proceso-creación, c) creación-ambiente (lo que deja de lado las relaciones de los trabajadores entre ellos).

La descripción del estallido y la imposición eventual de un espacio que articula y jerarquiza, en lugar de yuxtaponer los lugares es bastante clara. Lo que deja entrever un campo nuevo de reivindicaciones al interior de la empresa, pero que ya supera la división: ‘trabajo, fuera del trabajo’ (es decir vida cotidiana-ambiente, por tanto casa-equipamiento-paisajes). Un nuevo derecho se esboza: el derecho sobre el espacio (en la empresa y fuera de la empresa), el derecho a controlar la inversión en tanto que gestiona y opera el espacio (op. Cit., p. 27-29).

El modo de producción nuevo (decimos una vez más ‘socialista’) debe producir su espacio, que ya no puede ser el espacio capitalista. Toda transformación del mundo que se deja encerrar en una morfología preexistente sólo reproduce las relaciones de dominación más o menos travestidas. El espacio capitalista está en vías de estallar; ¿vamos a reconstituirlo en nombre del socialismo? Debe crearse un espacio nuevo a partir de tendencias que ya aparecen en el modo de producción capitalista. ¿Cómo se presenta y se formula el espacio destructor, –el espacio de catástrofe– para el espacio capitalista? Es un espacio de diferencias o un espacio diferencial, que aparece como una tendencia combatida y ruinosa.

Que un espacio nuevo, nacido en un determinado nivel de la morfología estratificada, lleve a la devastación de tal o cual espacio anterior, este acontecimiento-advenimiento no nos sorprende. El espacio perspectivo ¿no ha devastado catastróficamente el espacio simbólico? El espacio logístico ¿no ha devastado catastróficamente el espacio perspectivo? Estos fenómenos se leen siempre que sepamos descifrarlos en nuestras ciudades (en cuanto no se acepten como evidencias inmediatamente inteligibles, las que se tienen ¡frente a los ojos!).

La historia del espacio hará hincapié sobre las destrucciones, sea a escala de la arquitectura y de la casa (el inmueble), sea a escala de lo urbano, o de los países, buscando el sentido de estas destrucciones: no la voluntad de tal o cual individuo pensante, sino la sustitución de un espacio por otro, con la destrucción del antecedente por lo consecuente (la catástrofe).

La misma historia del espacio hará hincapié sobre las détournements (edificios en los cuales su finalidad y sentido se modifican), estas détournements evitan la destrucción de lo existente.

Las destrucciones y détournements se hacen realidad en las proximidades de los puntos críticos, a lo largo del estado crítico de una sociedad y del Estado, cuando este ‘estado’ tiene una duración (transición).

Para definir el vínculo entre el MPE y el espacio, para demostrar que el espacio lógico-político es un espacio de catástrofe, también se debe recordar que la formación de este espacio se acompaña de convulsiones, crisis, guerras; y, que un análisis falso se atribuye a causas netamente económicas o a razones solamente políticas, que eliminan lo espacial. Ahora bien, la transformación del espacio no puede concebirse como un resultado accidental de estas convulsiones. Tal transformación no puede representarse mejor que una razón consciente, como una finalidad deliberada de las crisis y las guerras. Las convulsiones del mundo moderno han sido provocadas por los desplazamientos en las ocupaciones del espacio (colonización) y por los recursos de este espacio (materias primas, etc.). Estas convulsiones tuvieron como resultado después de cada gran guerra una redistribución del espacio, recursos incluidos, y una modificación en el modo de ocupación (transición del colonialismo antiguo al neo-colonialismo actual). Estos cambios se anunciaban desde el inicio de las crisis y los eventos trágicos; sin embargo éstos no eran ni previstos ni deseados como tales.

Las consideraciones relativas al espacio como campo de posibilidades (no abstractas) permiten concebir la causalidad virtual sin caer ni en las consideraciones teleológicas sobre las ‘causas finales’, ni en las visiones místico-metafísicas, representando una ‘causalidad de la ausencia’ (es decir del futuro), o una ‘causalidad metonímica’ o ‘estructural’ (cf. L. Althusser: Lire le Capital, II, p. 165-167). La concepción política del espacio permite comprender cómo la historia y sus prolongaciones se abren a lo mundial en marcha y lo transforman.

A esta misma transformación de la historicidad en ‘otra cosa’ –la mundialización– se le puede atribuir el hecho de que el estado de guerra y el estado de paz se ‘declaran’ poco o nada claros. La historia y la historicidad admitidas suponen una distinción entre esos dos estados que tienden a identificarse en el Estado moderno. La nueva modalidad de la ocupación espacial ahora parece llegar a sus más extremas consecuencias estratégicas: ocupación de mares, amenazas ‘por todos los frentes’ que abarcan el conjunto del espacio planetario y más allá. El espacio de la propiedad, entendido desde la tierra al subsuelo y al espacio entero, podría por sí solo pasar por ‘espacio de catástrofe’ que: caotiza, atomiza, pulveriza el espacio preexistente, lo rompe hasta los huesos.

Pero el espacio de la propiedad no puede imponerse sin su corolario: el espacio estatal, que lo corrige y sostiene. ¿Qué es lo que ha estallado? Todo espacio especializado sometido a una institución, por tanto cerrado, funcionalizado. Los usos persisten no obstante: espacios para los deportes, el cuerpo, los niños, los transportes, la educación, el sueño, etc. El espacio pulverizado tiende a reconstituirse en espacios diferenciados según el uso (tiempo, empleo del tiempo, ciclos del tiempo). La presión del Estado, provista de su instrumento –espacio logístico– se inserta entre el espacio pulverizado y el espacio reconstruido diferencialmente. Dicha presión impide a la vez, la pulverización caótica y el espacio nuevo producido según un nuevo modo de producción. Esta intromisión prohíbe a los espacios estallados tomar la forma que convendría a una razón más flexible, ampliada (dialéctica) por la relación del tiempo –ciclos y ritmos– con el espacio. La catástrofe consiste en que el espacio estatal impide la mutación que traería la producción del espacio diferencial. Subordinándo a su logística implacable, el caos y la diferencia. No destruye el caos, pero lo remodela. Por el contrario, capta las diferencias ‘in statu nascendi’ y las suprime. Reina (orden desértico animado solamente por lo que niega) el caos y la fragmentación por un lado, lo diferencial y lo concreto por otro. La lógica de este espacio coincide con su estrategia, por tanto con los objetivos y retos del poder. Esta lógica, como todos sabemos demasiado bien, no está aparentemente vacía; sirve de pivote y eje de las fuerzas políticas que pretenden el equilibrio entre los niveles de morfología (lo infra y supranacional) y se opone a la ruptura de este equilibrio. No obstante, la lógica ya es esta ruptura, porque ella interrumpe el movimiento.

A este nivel, el de la lógica estatal, tiene lugar el riesgo representado por la trilogía: representación – participación – institución. Los movimientos reales y concretos, aquellos de la reivindicación y de la impugnación, caen en la trampa que les tiende el Estado (sobre todo cuando este Estado dispone de todo el poder de la centralización). El estudio de los movimientos urbanos lo muestra. A la triada o trilogía mencionada corresponde la triple trampa: sustitución (de la autoridad por la acción de la base), –transferencia (de la responsabilidad, pasando los activos a los ‘dirigentes’), –desplazamientos (desde los objetivos y retos de la reivindicación a los objetivos fijados por los ‘jefes’ en el seno del orden establecido. El estudio y la apreciación citados anteriormente de Katharine Coit son confirmados en el reciente libro de Michel Ragon: L’Architecte, le prince, la démocratie, cf. p. 133 & sq.). Sólo desde el control por la base y la autogestión territorial, ejerciendo presión contra la cima estatal y conduciendo una lucha real por los objetivos reales, los movimientos podrán oponerse a la democracia concretada en la racionalidad administrativa, es decir, al someter la lógica estatal a una dialéctica espacial (concretada en el espacio sin perder de vista el tiempo, al contrario: integrando el espacio al tiempo y el tiempo al espacio).

Si retomamos aquí, y en este sentido el esquema de La Critique du Programme de Gotha y de L’État et la révolution, el Estado declinante, en vías de la despolitización, debería ocuparse primero del espacio para reparar los daños del período actual: las ruinas, el caos, el despilfarro, la suciedad (que va hasta la muerte de los mares, el Mediterráneo por ejemplo, ¡así como el Océano!). Esta obra no puede alcanzarse sin concebir una nueva textura del espacio. El Estado declinante se reabsorberá no tanto en ‘la sociedad’ abstracta como en el espacio social reorganizado. El Estado, en este punto, podría mantener ciertas funciones, así como la representación. El dominio de los flujos, el acuerdo entre los flujos internos y lo flujos externos (en el territorio) exigirá su orientación contra las firmas mundiales y por consecuencia una gestión global de tipo estatal durante cierto período. Lo que no puede estirarse hasta el fin (finalidad y término) más que por la actividad de la base: autogestión espacial (territorial), democracia directa y control democrático, afirmación de las diferencias producidas en el curso de esta lucha y por esta lucha.

                                                                                                                                                                                                                                   «El espacio y el Estado»

Lefebvre, H. (1978). El espacio y el Estado. [Traducción inédita] en PDF

pedro.jimenez.pacheco(x)gmail.com

Becario del Gobierno Ecuatoriano y candidato a Doctor en Teoría e Historia de la Arquitectura por la Universidad Politécnica de Cataluña en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB). La investigación doctoral del autor se centra en la actualización y profundización de la teoría radical del espacio social y crítica urbana de Henri Lefebvre y su aplicación en el estudio del espacio social de la ciudad de Barcelona en la era del gobierno de los comunes.

Para citar:

Lefebvre, H. (2017) [1978]. El espacio y el Estado (Traductor: Jiménez Pacheco, P.). L’espace et l’État (Capítulo V). En: Tomo IV, De l’État, Les contradictions de l’État modern. París: Union générale d’éditions, p. 259-324.

i 1976a (I) L’Etat dans le monde moderne; 1976b (II) Théorie marxiste de l’Etat de Hegel à Mao; 1977 (III) Le mode de production étatique; y 1978 (IV) Les contradictions de l’Etat moderne.

ii Brenner, N. (2001). State Theory in the Political Conjuncture: Henri Lefebvre’s ‘Comments on a New State Form’. En: Antipode, p. 783-808.

iii [2003] –Space and the State. Henri Lefebvre. (Parte I, Theoretical Foundations). En: Brenner, N., Jessop, B., Jones, M. & Macleod, G. (Eds.). State/Space. A Reader. Oxford: Blackwell, p. 84-100. [2009] –Space and the State (1978). Trad.: A. Kowalsky, N. Brenner, A. Passell, B. Jessop, S. Elden, y G. Moore. En: Brenner, N. & Elden, S. (Eds.). State, Space, World (Selected essays, Henri Lefebvre). Minneapolis-Londres: University of Minnesota Press. p. 223-253

iv René Thom (matemático francés), Modèles mathématiques de la morphogénèse: Recueil de textes sur la théorie des catastrophes et ses applications (Paris: Union Générale d’Éditions, 1974). [Thom (1923-2002) fue un matemático francés que trabajó en la teoría de catástrofes durante los 70s. Lefebvre se comprometió con la obra de Thom en De l’État en el contexto de una discusión sobre la aproximación a la teoría de la crisis de Rosa Luxemburgo. (Brenner, 2009)].

v Este texto ha sido traducido de la primera y única edición en francés del Tomo IV, De l’État, Les contradictions de l’État moderne (1978). Y hemos decidido incluir varias de las referencias de la edición (anglófona) en Brenner, N. & Elden, S. (eds.). (2009).

vi Cf. Especialmente: La production de l’espace, Éd. Anthropos, ya citado, pero también: Le Droit à la ville (id.) y el filme que lleva este título; filme que ya tiene toda una historia. Prácticamente prohibido en Francia, ha causado escándalo hasta el día de hoy donde las “verdades” que proclama se han vuelto evidentes y triviales, es decir oportunidades para los políticos (sin la menor fórmula de cortesía, por supuesto). Cf. También La révolution urbaine (Gallimard) donde la palabra “revolución” desgina una transformación global en múltiples aspectos y no sólamente una operación política violenta.

vii Ejemplo célebre de verdades triviales respaldadas por un número colosal de hechos, de constataciones, de estadísticas: un sociólogo estableció antes, con un gran aparato científico, que el número de personas saliendo del metro era igual –salvo accidente– al de las personas que entraban.

viii Resumidos en D. Forcle: African Worlds, Londres, 1954; y A. Tzonis: Toward a non repressive environment, Nueva York, 1974, Cap. II, p. 22 & sq.

ix Según la mitología griega, el ónfalo es la piedra dejada por Zeus en el centro (ombligo) del mundo. [N. del Trad.].

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