«La victoria de Trump: un peligroso, abiertamente racista y misógino giro del capitalismo»: Peter Hudis
Estimados camaradas,
Para los movimientos emancipatorios de los Estados Unidos, en realidad de todo el mundo, la elección de Donald Trump como nuevo Presidente ha supuesto un durísimo revés. Mientras asimilamos las implicaciones del desarrollo de los hechos recientes y nos preparamos para responder a ellos en base a unos firmes principios de marxismo humanista, hay una serie de cuestiones que creo debemos tener muy presentes.
En primer lugar, no debemos subestimar el hecho de que ahora, aquellos racistas, machistas y anti-izquierdistas furibundos que se envalentonaron, se desencadenaron, durante la campaña de Trump, puedan pasar directamente a encararse con todo aquel, sea quien sea, con el que disientan- desde activistas antirracismo hasta feministas y de defensores de los derechos LGTB hasta aquellos que impugna la agenda procapitalista. Es señal de ello el gran número de seguidores y simpatizantes de Trump- muchos de los cuales tal vez no habrían mostrado su tendencia política antes de las elecciones- que ahora se están dirigiendo a hispanoamericanos, musulmanes y otros en términos del estilo “parece que ha llegado la hora de que empecéis a hacer las maletas”. Los que infligen semejante acoso verbal no dudarán en llevarlo más lejos, a una expresión más virulenta, especialmente cuando se trate de afroamericanos, activistas en favor de los derechos de los inmigrantes, feministas y otros que han levantado sus voces (y continuarán haciéndolo) frente a todo lo que Trump y sus seguidores representan. La percepción que tienen muchos inmigrantes y minorías después de las elecciones – “ya no somos bienvenidos en este país”- no hay duda que se irá haciendo más y más evidente a lo largo de los siguientes meses.
Segundo. Aunque Trump no es la primera figura en que el mal se encarnaba en llegar al poder- recordemos por ejemplo al Nixon de la campaña de 1968, con su “olvido benigno” de los afroamericanos o la victoria de Reagan en 1980, que dio paso a una generación entera de retroceso político-, aquél dispone de muchas herramientas que éstos no tenían al alcance, como el control republicano de ambas cámaras del Congreso y un ejército (literalmente, dada la elevadísima tasa de posesión de armas entre ellos) de abnegados seguidores. Trump procederá de forma rápida al desmontaje de todo decreto promulgado o fragmento de ley con carácter progresista que quede en las actas –desde terminar con la DACA (la reglamentación que protegía a cientos de miles de jóvenes indocumentados de la deportación) y el Obama Care (que a pesar de sus muchos defectos proveía cobertura médica a 20 millones de personas). Y esto será sólo el principio, pues Trump puede abarrotar la Corte Suprema de los sujetos más reaccionarios que se puedan imaginar mientras promueve “reformas impositivas” que harán que las inequidades económicas generadas durante las últimas décadas (mayormente debidas a la perfidia de los Demócratas) parezcan un juego de niños en comparación. No os sorprendáis si uno de sus primeros actos en el gobierno es impulsar un estatuto acerca del “derecho al trabajo”. Después de todo, a pesar de cualesquiera recelos pudieran tener para con Trump algunos líderes republicanos, ahora se acercan a él porque lo ven como el pararrayos bajo el cual desmantelar lo que pueda quedar de los derechos de los trabajadores y del Estado del bienestar.
El impacto que pueda tener Trump en el desarrollo de los acontecimientos internacionales merece una vigilancia atenta. No será difícil que se alié abiertamente con Putin para mantener a Assad en el poder- después de todo, esa es la dirección que habían tomado ya la diplomacia estadounidense con Obama, que no parecía preocuparse demasiado por el número de sirios asesinados por el régimen de Assad. Nada indica que Trump vaya a tener una mayor consideración que cualquiera de antecesores en la Casa Blanca por la situación de los palestinos, mientras que sí hay muchos indicios de que rezuma veneno contra todo lo musulmán. Por ejemplo, su proclama de abandono del pacto nuclear entre EUA e Irán (algo que será calurosamente recibido por Netanyahu) amenaza con renovar las hostilidades y podría perfectamente llevar a los EUA a una nueva guerra en Oriente Medio.
En tercer lugar, lo que acaba de ocurrir es de tal magnitud que trae a nuestra mente algunos acontecimientos inesperados del pasado que pusieron a prueba a los revolucionarios- como aquel 4 de agosto de 1914 en que el voto a favor de los créditos de guerra por parte de la Segunda Internacional ayudó a desatar la más horrible guerra conocida hasta entonces en la historia de la humanidad; enero de 1933, cuando Hitler subió al poder en Alemania (por aquel entonces considerado el país con la sociedad más culta y sofisticada de Europa); o agosto de 1939, cuando el pacto entre Hitler y Stalin dio luz verde a una carnicería todavía mayor: la Segunda Guerrra Mundial. No quiero decir que la victoria de Trump sea equiparable a tales eventos, pero sí que creo que se nos pondrá duramente a prueba, tanto como se les puso a aquellos que vivieron los hechos en ese 1914, 1933 o 1939. Esta historia ya no tiene que ver con el pasado. Se ha llegado a un punto a partir del cual se podría producir un cambio gigantesco, no sólo en la políticas estadounidense sino en la de muchos países de todo el mundo (debe tenerse en cuenta que la elección de Trump supone un espaldarazo para el Frente Nacional en Francia, la UKIP en Gran Bretaña, el BJP en la India, y los otros muchos partidos de la derecha nacionalista y racista que están ganando terreno en Europa y otros lugares).
Atendiendo a estas consideraciones, debemos tener presente lo que nos enseña el marxismo humanista acerca de cómo responder a semejantes conmociones. La primera medida que deberá llevarse a cabo es comprender la situación, para poder analizar de forma paciente y cuidadosa cómo y por qué se ha producido, en lugar de apresurarse a emitir respuestas rápidas y facilonas. Lo último que debemos permitirnos es caer en la desesperanza absoluta, así como no debemos pasar por alto la seriedad de la situación. Por supuesto, debemos mantenernos firmes y OPONER RESISTENCIA- algo que aquellos que han abarrotado las calles de todo el país para protestar por el resultado de las elecciones parece que han entendido muy bien. Al mismo tiempo, la trayectoria ascendente de Trump reclama una reorganización del pensamiento- incluyendo EL NUESTRO. Debemos ir a las raíces del fenómeno que explican cómo el sujeto más reaccionario que jamás se ha postulado a Presidente haya obtenido una victoria tan clara. Dilucidar este punto será sin duda doloroso y difícil de superar, pero es lo único que nos puede situar en condiciones de situar las circunstancias del momento. Responder simplemente con otro grito más aduciendo que los hechos dan cuenta del “atraso de las masas” no nos lleva a ningún lado.
No hay duda de que la capacidad que ha tenido Trump para obtener una victoria incontestable tiene mucho que ver con el patético fracaso de Clinton para articular una oposición efectiva. No es sólo que llevase a cabo una campaña incoherente que no consiguió producir una sola idea o eslogan que pudiera explicar claramente a cualquiera por qué debía votar por ella (creyó que sencillamente ganaría enfatizando su “experiencia” y “temperamento” en comparación con los de Trump). Más condenable incluso es que se presentara como la defensora del status quo y de las políticas neoliberales que tanto daño han causado a lo largo de las pasadas décadas- a pesar de sus esfuerzos de apartarse tímidamente de estos aspectos al adoptar las posturas de Sanders con respecto al TTIP o las tasas universitarias. Que aparentemente no considerase importante dedicarle el suficiente tiempo a estados como Michigan y Wisconsin y dejase pasar las oportunidades de abordar de frente las preocupaciones de los votantes de clase trabajadora viene a definir perfectamente todo el cuadro. Sin embargo, a todos aquellos que depositan toda la culpa de la victoria de Trump en Clinton se les escapa una cuestión crucial. El machismo fue un claro pivote que explica ampliamente los resultados electorales. Que Trump consiguiera aumentar sus apoyos incluso después de que se evidenciara y se conociera ampliamente su historia de abusos sexuales, es un signo muy preocupante de que el sexismo es endémico en nuestra sociedad.
Hay una no menos significativa lección derivada de estas elecciones. La derrota de Clinton puede ser un signo de que el neoliberalismo está en crisis, pero ello no implica de ninguna manera que se esté debilitando la hegemonía del capitalismo. De hecho, se pone de relieve cuán errado fue que muchos en la izquierda centraran sus políticas en las últimas décadas a atacar el “neoliberalismo”- sin ni siquiera llegar a oponerse de forma explícita a la lógica del capital como un todo y articular una alternativa al mismo. Trump forma parte de un rechazo global al neoliberalismo por parte de fuerzas reaccionarias, que sienten que les ha fallado al no mantener su promesa. No obstante, el actual colapso del neoliberalismo no representa un paso adelante, sino un giro reaccionario hacia un nacionalismo atávico, racista y misógino. El capitalismo podría estar saliendo de su fase neoliberal de forma tan convencida como antes abandonó el keynesianismo. Pero esta vez la situación es mucho más grave, dado que este rechazo estatista al mercado libre y la integración global – basándose en su agenda racista y misógina- claramente cuenta con un apoyo masivo. En este sentido, aquellos en la izquierda que celebran los acontecimientos recientes como una señal de la muerte del neoliberalismo parece que no se dieran cuenta que lo que obtendremos a cambio será un capitalismo corporativo de tonos neofascistas. Han estado obsesionados con el neoliberalismo por tanto tiempo que no parecen capaces ni siquiera de reconocer lo que implica desafiar al capitalismo.
La victoria de Trump muestra de forma clara que los oponentes al neoliberalismo desde la derecha han hallado una forma de dirigirse a aquellos segmentos desencantados de la clase trabajadores vistiendo su crítica al neoliberalismo con proclamas racistas y misóginas- todo ello forma parte de su forma de asegurarse, a su vez, de que el capitalismo sigue sin ser cuestionado. Ello pone sobre la mesa un desafío enorme para los revolucionarios, pues señala que el atractivo populista de Trump no puede ser combatido en términos económicos o de clase solamente. Puesto que la animosidad racista es la estrategia que usan de forma evidente tales fuerzas reaccionarias para congregar a aquellos que se han sentido una creciente desafección hacia lo que el neoliberalismo entraña, debemos empezar y terminar nuestra oposición con un firme y comprometido rechazo a cualquier programa, tendencia o iniciativa que engarce – no importa cuán indirectamente- con sentimientos racistas y/o antiinmigración. Cualquier otra postura sencillamente llevará al fracaso a la hora de distinguir una verdadera crítica de la inequidad de clase de los meros acuerdos mercantiles, la globalización y las actitudes reaccionarias.
Traducción para Marxismo Crítico de Juan Manuel Pericas
Fuente: http://www.internationalmarxisthumanist.org/