«¿Por qué nos conviene estudiar la revolución rusa?»: Josep Fontana
Hay varias razones que hacen necesario que estudiemos de nuevo la historia de la revolución rusa. La primera de ellas, que nos hace falta hacerlo para dar sentido a la historia global del siglo XX. Una historia que, tal como la podemos examinar ahora, desde la perspectiva de los primeros años del siglo XXI, nos muestra un enigma difícil de explicar. Si utilizamos un indicador de la evolución social como es el de la medición de las desigualdades en la riqueza, podemos ver que el siglo XX comienza en las primeras décadas con unas sociedades muy desiguales, donde la riqueza y los ingresos se acumulan en un tramo reducido de la población. Esta situación comienza a cambiar en los años treinta y lo hace espectacularmente en los cuarenta, que inician una época en que hay un reparto mucho más equitativo de la riqueza y de los ingresos. Una situación que se mantiene estable hasta 1980: es la edad feliz en que se desarrolla en buena parte del mundo el estado del bienestar, un tiempo de salarios elevados y mejora de los niveles de vida de los trabajadores, en el que un presidente norteamericano se propone incluso iniciar un programa de guerra contra la pobreza.
Todo esto se acabó en los años ochenta, a partir de los cuales vuelven a crecer los índices de desigualdad, que superan los del inicio del siglo, hasta llegar a un punto que ha llevado a Credit Suisse a denunciar hace pocos meses que el setenta por ciento más pobre de la población del planeta no llega hoy a tener en conjunto ni el tres por ciento de la riqueza total, mientras el 8,6 por ciento de los más ricos acumulan el 85 por ciento.
¿Qué ha pasado que pueda explicar esta evolución? Thomas Piketty sostiene que la desigualdad ha sido una característica permanente de la historia humana. Os leo sus palabras: “En todas las sociedades y en todas las épocas la mitad de la población más pobre en patrimonio no posee casi nada (generalmente apenas un 5% del patrimonio total), la décima parte superior de la jerarquía de los patrimonios posee una neta mayoría del total (generalmente más de un 60% del patrimonio total, y en ocasiones hasta un 90%)».
La desigualdad de los patrimonios, que se traduce en una desigualdad de los ingresos, marca, según Piketty, el curso entero de la historia, en la que las tasas de crecimiento de la población y de la producción no han pasado generalmente del 1% anual, mientras el «rendimiento puro» del capital se ha mantenido entre el 4% y el 5%. Estas consideraciones le llevan a una interpretación formulada rotundamente: «Durante una parte esencial de la historia de la humanidad el hecho más importante es que la tasa de rendimiento del capital ha sido siempre menos de diez a veinte veces superior a la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso. En eso se basaba, en gran medida, el fundamento mismo de la sociedad: era lo que permitía a una clase de poseedores consagrarse a algo más que a su propia subsistencia». Que es tanto como decir que la civilización, la ciencia y el arte son hijos de la desigualdad.
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Fuente: Sin Permiso
Los efectos revolucionarios de 1917 se sustentaban en la carencia de conquistas sociales que beneficien a los trabajadores. En la Rusia zarista, muchos vivían en las propias fábricas en condiciones infrahumanas, es decir, dichas fábricas eran el todo en sus vidas. Sin embargo hay que tener en cuenta que gradualmente a lo largo de casi todo el siglo xx, como consecuencia del movimiento obrero, conquistas en favor de la clase trabajadora se lograron a costa de muchos sacrificios. Las ocho horas de trabajo, seguridad social, pensión de jubilación, etc. hicieron que los ánimos revolucionarios aminoren. Si se dieron algunos hechos revolucionarios en algunas partes del mundo como en América Latina (Cuba), Asia (China y Corea del Norte) y un sin número de países africanos, estos hechos se suscitaron por el nivel de desarrollo y caudillismos que destacaron en esos países. El siglo xxi comenzó dentro de un esquema neoliberal en donde todos los sectores sociales, incluyendo los menos favorecidos, caen indiscutiblemente dentro de este consumismo voraz que nos permite ser un engranaje de toda esta maquinaria que a generado todo este movimiento económico. La Revolución de 1917, cierto es tuvo su inspiración en una política decadente por parte del zarismo, también tenemos que reconocer que el socialismo marxista del estado ruso dirigido por Lenin, indudablemente cayó una ideologización buscando que se reconozca el socialismo como una alternativa viable hace la construcción de una sociedad justa. No se acuerdan uds. como en latinoamérica por la apertura intelectual, mucho se exportó de esta ideología a través de libros o revistas que la antigua Unión Soviética nos enviaba. Los estudios históricos sobre el socialismo ruso se hizo con la única finalidad de justificar intelectualmente sobre la efectividad de dicho sistema.
Por tanto es absolutamente necesario la praxis. Sí, es importante la elocuencia pero se debe ir más allá, a concretar y plasmar el cambio desde el Estado. Que éste último enfrente la burguesía y le ponga contra la pared de igual forma como ha puesto a los pueblos por siglos.