«La tercera cultura en la obra de Francisco Fernández Buey. Para los (y las) que aman por igual la ciencia, el arte y las humanidades»: Salvador López Arnal
Para Charo Fernández Buey, para Nieves Fernández Buey
Hay que notar que junto a la más superficial infautación por la ciencia existe en realidad la mayor de las ignorancias respecto de los hechos y de los método científicos… lo que conviene es que el trabajo de divulgación de la ciencia lo hagan los propios científicos y estudiosos serios. Antonio Gramsci (1932), Cuadernos de la cárcel.
- Un joven palentino enamorado del saber
Francisco Fernández Buey [FFB] fue un estudiante de bachillerato apasionado por la literatura, la filosofía y el arte. Los grandes clásicos rusos, a los que tantas veces volvió, estaban entre sus lecturas preferidas con apenas 17 o 18 años. Tras finalizar sus estudios preuniversitarios en Palencia llegó a Barcelona a principios de los años sesenta para cursar Filosofía y Letras. Su activa (arriesgada y castigada) militancia antifranquista, su pasión política nunca interrumpida, sus atentas lecturas marxistas (y no marxistas), su permanente compromiso con los más desfavorecidos, sus iniciales trabajos de editor y colaborador editorial, su consistente lucha por una Universidad democrática, sus primeros escritos sobre Fourier, Gramsci, Lenin, los consejos obreros y las luchas de la clase obrera en Cataluña, su Marx sin ismos y sin ceguera ni fervor religioso, su aproximación crítica a Della Volpe y al marxismo cientificista, su ecosocialismo transformador, su sólido interés por Brecht y John Berger, su fructífera aproximación al pacifismo antimilitarista de Gandhi y a las corrientes cristianas de base, sus reconocidas aportaciones en temáticas afines, pueden hacer pensar en un filósofo marxista y de la praxis, original sin duda, nada talmúdico, muy centrado en la propia cultura política (sin olvido de las tradiciones libertarias próximas) en sus aristas más heterodoxas (Korsch y Rubel por ejemplo), con interesantes y reconocidos trabajos en el ámbito más general de la filosofía política, pero sin apenas incursiones en territorios alejados de este eje filosófico-político vertebrador como serían, por ejemplo, los de la metodología, la filosofía o la historia de la ciencia.
Pero no fue así, y no lo fue desde su juventud. La influencia de su maestro, amigo y compañero Manuel Sacristán [1] jugó aquí un papel decisivo. Einstein, por ejemplo, fue uno de sus referentes esenciales, y sus escritos científicos, políticos y filosóficos una de sus temáticas centrales de estudio. FFB empezó a trabajar la obra del amigo y compañero de Leo Szilard, como comentó en el prólogo de su retrato [2], mientras enseñaba metodología de las ciencias sociales en la Universidad de Valladolid. Le interesaban entonces dos cosas del creador de la teoría de la relatividad: su consideración filosófica de la ciencia y la ambivalencia de su pacifismo. “Eran aquellos años en los que, por una parte, la filosofía de la ciencia se separaba inequívocamente del positivismo y del neopositivismo y, por otra, sentíamos la posibilidad de una guerra librada con armas nucleares como una espada de Damocles sobre nuestras cabezas”. La singular concepción einsteniana de la ciencia, al igual que su antimilitarismo, constituían una excelente brújula “para orientarse en tiempos de perplejidades ideológicas y de tinieblas”.
No fue, por supuesto, el sabio alemán el único caso de aproximación, estudio y cercanía a un científico-filósofo. Wolfgang Harich, Barry Commoner, Nicholas Georgescu-Roegen, Ettore Majorana, Alexandre Zinoviev y Stephen Jay Gould, entre otros muchos, son nombres que no deben ser olvidados. La pasión por las humanidades del gran lector de Platónov y Tolstoi no fue nunca incompatible con su amor por la ciencia ni con su conocimiento en absoluto empobrecido de las grandes teorías científicas contemporáneas [3].
La necesidad de una tercera cultura, la urgencia cívica de una instrucción pública no demediada, formativa, las diversas problemáticas que rodean a esta aspiración filosófico-cultural, y también política, fue una de sus preocupaciones centrales a lo largo de su trayectoria filosófica y, especialmente, en sus últimos años. Dar sucinta cuenta de sus reflexiones y de algunas de sus tesis y conjeturas en este ámbito es el objetivo de estas páginas. Para la tercera cultura, un libro claro e intelectualmente poderoso en palabras de Antonio Izquierdo, nos servirá de referencia básica. Empero, un escrito de 2004, muy próximo a las ideas vertidas en este libro póstumo, puede servirnos de introducción. También aquí el filosofo moral que declinó la presidencia de Estado de Israel le sirvió de guía e inspiración. Así escribía en su retrato del científico alemán:
En 1917, el propio Einstein publicó una exposición de la teoría de la relatividad (especial y general) que prescindía en lo esencial de su aparato matemático. La exposición estaba pensada para un público con estudios secundarios y con intereses científicos o filosóficos, aunque, eso sí, dispuesto a tener mucha paciencia a la hora de leer, imaginar y seguir la ilación deductiva. Dice entonces sacrificar, en su exposición, la elegancia a la claridad y cita expresamente una frase del teórico Ludwig Boltzmann (1844-1906), cuya obra había estudiado años antes: “La elegancia es cosa de sastres y zapateros”.
Con el tiempo, concluía el autor de La gran perturbación, Einstein iba a dar cada vez más importancia a la comunicación de los resultados de las investigaciones científicas en un lenguaje claro y sencillo, asequible para un público amplio, para toda la ciudadanía sin exclusiones, alejado de toda perspectiva de élites y minorías. Este era el punto, ésta era la cuestión [4].
Publicado en Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, n° 126,