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«Comprender, luchar, amar: la vida y el pensamiento de Paco Fernández Buey (1943-2012)»: Jorge Riechmann

Solo un breve instante aquí

Paco Fernández Buey es el autor de La barbarie: de ellos y de los nuestros, así como de ese impresionante «discurso del indio metropolitano» titulado La gran perturbación. Pocos autores españoles han indagado tan lúcidamente como él en la obra del gran Bartolomé de las Casas, aquel fraile dominico del siglo XVI que, con inigualable radicalidad, formuló la primera gran autocrítica del eurocentrismo –y su deriva genocida– en los albores de la modernidad. Por eso, a alguien tan cercano a las culturas de los vencidos como nuestro Paco no le hubiera disgustado que al comienzo de estas palabras de evocación recordásemos unos versos amerindios. Un poema indígena de la altiplanicie de México dice:

¿Acaso es verdad que se vive en la tierra?/

¿Acaso para siempre en la tierra? ¡Sólo un breve instante aquí!// Hasta las piedras finas se resquebrajan,/
hasta el oro se destroza, hasta las plumas preciosas se desgarran//
¿Acaso para siempre en la tierra? ¡Sólo un breve instante aquí!

(Garibay, A. M., 1962, p. 132).

Solo un breve instante aquí. Unos versos de Catulo, el poeta romano, dicen: «Los soles pueden ponerse y salir de nuevo…./ Pero para nosotros, cuando esta breve luz se ponga/ no habrá más que una noche eterna, que debe ser dormida.

» La lumbre que puede encenderse en esa «noche eterna» es la memoria de quienes testimonian que los esfuerzos del muerto no fueron baldíos. La generosa y fecunda vida de Paco ha durado desde el 4 de junio de 1943 hasta el 25 de agosto de 2012. Apenas un año antes, en el verano de 2011, había muerto Neus Porta, su excepcional esposa, a quien Paco estuvo unido durante decenios por el vínculo sagrado de compañeros de vida.

«Con cantos cortaron el flujo de la sangre», dice un verso de la Odisea –en el canto XIX–, la sangre que manaba de la herida infligida por un jabalí al niño Ulises. Ojalá los cantos de los poetas, a quienes Paco tanto amaba, a quienes ha seguido leyendo hasta el final de sus días –los versos de Ernesto Cardenal o Antonio Gamoneda le acompañaron en el tramo final de su enfermedad–, hubieran podido cortar el flujo de la sangre. Ojalá hubieran podido auxiliar más decisivamente a las quimioterapias y radioterapias, con algo más que esa débil invencibilidad que es propia de los poemas. Pero no estamos para siempre en la Tierra, como decía el cantor amerindio: solo un breve instante.

Era un sabio

Paco Fernández Buey pertenecía a esa rara clase de personas a quienes uno puede acudir para recibir un buen consejo, tanto si tiene problemas de pareja como si busca orientación política para los esfuerzos de los movimientos sociales que tratan de transformar este, nuestro mundo, cada vez más «grande y terrible», por emplear el lúcido par de adjetivos de Antonio Gramsci (uno de los pensadores marxistas que Paco nos enseñó a leer mejor)1. En tres palabras: era un sabio, este pensador español nacido en Palencia (de padre gallego y madre castellana) y luego recriado en Barcelona (con maestros como Manuel Sacristán, José María Valverde o Emilio Lledó). Y cuando murió estaba en la plenitud de su inteligencia –de sus diversas clases de inteligencia–. Por eso, la pérdida que hemos sufrido desde el pasado 25 de agosto de 2012 nos abruma… Paco Fernández Buey era una persona verdaderamente insustituible: como profesor, como intelectual, como militante, como crítico cultural, como amigo.

Una de las primeras personas que me habló directamente de Paco Fernández Buey –a quien yo seguía, como otra gente en España, a través de sus artículos en Mientras tanto y en otras publicaciones–, a mediados de los años ochenta, fue el sociólogo Antonio Izquierdo Escribano, el único redactor de la revista rojiverdevioleta que vivía entonces en Madrid. Recuerdo las palabras que nos dijo –a algunos amigos y a mí– en su vivienda de Las Matas, alguna noche de 1986 o 1987: «es que Paco… es mucho Paco». No se trata solo de un intelectual brillante, venía a decir Antonio, si se me permiten traducirle un poco, tanto tiempo después; no es solo un pensador profundo; no es solo un analista y dirigente político capaz; es además una de esas muy escasas personas cuya integridad moral nos da testimonio de lo que el ser humano puede llegar a ser, aunque la mayoría de nosotros, casi siempre, no estemos a la altura de nosotros mismos.

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