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«Tlatelolco: Las claves de la masacre»: Carlos Mendoza

Dirección: Carlos Mendoza   
Guión: Carlos Alberto Mendoza Aupetit 
Producción: Nancy Ventura Ramírez
Música: Benito Espinoza, David Mora
Fotografía: Eliseo Morales,Francisco Javier Zarco 
Montaje: Roberto Vázquez Rojas 
Productora: La Jornada, Canal 6 de Julio. 
Páis de producción: México
Año: 2003
Duración: 57 min.
«Futo de la investigación de Carlos Mendoza y del equipo del Canal Seis de Julio, A.C., este video es un documental que reúne todos los testimonios cinematográficos que se conocen sobre los sucesos del 2 de octubre y que La Jornada ha decidido poner al alcance de sus lectores a partir del 27 de septiembre en los puestos de periódicos Quizá porque se nos advierte cuando empieza a correr la cinta que el sonido que acompaña a las escenas no es una ambientación a modo, sino el silbar de las balas y el bullicio angustioso que se escuchó la tarde del 2 de octubre de 1968 en la plaza de las Tres Culturas, es precisamente ese rumor de descargas una de las cosas que más impresionan de Tlatelolco, las claves de la masacre.»
Algunas notas previas a la masacre del 68:
  • La palabra Tlatelolco proviene del náhuatl tlatelli o xaltiloll que significa “terraza o lugar del montón de arena”. Era el hogar de los Chichimecas  hasta que en 1473 formó parte del Imperio Mexica gracias al emperador Axayácatl
  • En el México originario, Tlatelolco era la 2a ciudad más importante después de Tenochtitlan y fue muy famosa porque tenía el mercado más importante de toda la región.
  • El 13 de agosto de 1521, Tlatelolco es testigo de la derrota del último emperador azteca Cuauhtémoc en la batalla decisiva contra los mexicas y donde se calcula que murieron más de 40,000 indígenas.*2
¡CONTRA LA PARED HIJOS DE LA CHINGADA! ¡AHORITA LES VAMOS A DAR SU REVOLUCION! (frase histórica de los altos mandos del ejército mexicano al cargar contra los manifestantes)
Hoy se cumplen los cuarenta (actualizando, son 42) años de la matanza de estudiantes en Tlatelolco, siguen pasando los años y las conmemoraciones pero el juicio histórico y político, aunque parezca mentira, está aún por hacerse. Los culpables amparados en un sistema que premia con la impunidad han logrado escapar al cerco de la justicia. Lo cierto es que el presidente de entonces Díaz Ordaz desde un primer momento asumió la responsabilidad en dicha tragedia que según sus propias palabras “fue provocada por los estudiantes comunistas que dispararon contra la tropa”. La democracia y el estado de derecho estaban en peligro y había que cortar de raíz ese fermento subversivo.Díaz Ordaz no es más que un perverso matarife de guante blanco y levita sólo comparable al conquistador Hernán Cortés que también en la misma plaza de Tlatelolco un día 13 de agosto de 1521 inició el genocidio del pueblo Azteca. Para mayor ironía semanas después de la matanza el verdugo de Díaz Ordaz inauguró los Juegos Olímpicos del 68 con una suelta de palomas de la paz tras encomendarse a la protección de la virgen de Guadalupe. Lo más curioso es que ningún país se retiró de la olimpiada o hizo una declaración de protesta por la masacre La comunidad internacional, muy por el contrario, felicitó al presidente por la valentía y el arrojo que demostró en este “infausto” episodio.El año 1968 será recordado en la historia de la humanidad como un año de revueltas y agitación social: el mayo del 68, la primavera de Praga o el movimiento hippie, las panteras negras en EE UU y las manifestaciones en contra de la guerra del Vietnam. También fue marcado por el asesinato de Martín Luther King y el de Robert Kennedy, y como, no Tlatelolco, que es lo que más nos atañe a los latinoamericanos.
El movimiento estudiantil mexicano se declaraba antiimperialista y libertario resuelto a protestar contra del orden establecido, a protestar contra el autoritarismo y la represión policial propiciada por el gobierno, la inviolabilidad la autonomía universitaria y un sin fin de reformas sociales necesarias para consolidar un sistema plural y democrático. En esos años gobernaba el PRI que ejercía un poder omnímodo, monolítico sin apenas oposición, en donde no existían errores y el jefe máximo era glorificado por la camarilla oficialista. Cada una de sus palabras se consideraban sagradas y todos los medios de comunicación y la elite intelectual tenían que hacerle venias a su majestad todopoderosa.No existía la posibilidad de hablar mal del presidente, caricaturizarlo y menos demostrar como él y sus secuaces desfalcaron millones de pesos del erario público. Lo más natural era que los grandes dignatarios y su cortesanos salieran multimillonarios del palacio de gobierno. Bala, cañonazos y bayoneta calada fueron las órdenes impartidas por el sicario y sucesor de Díaz Ordaz, Luís Echevarria, en ese entonces Secretario de Gobernación, con el fin de reprimir las protestas estudiantiles. Estos dirigentes corruptos, asesinos a sueldo de los norteamericanos, en los libros de historia siguen siendo renombrados como próceres beneméritos del orden y al progreso.

¡Qué frágil y efímera es la memoria! Hoy el presidente mexicano Felipe Calderón no es más que el sucesor de esos genocidas pues continúa utilizando la represión para acallar los movimientos sociales, sin olvidar a los cachorritos de la Madrid, Salinas de Gortari, Cedillo y el zorro de Fox.Díaz Ordaz ante la multitudinaria marcha del silencio el 13 de septiembre de 1968, en la que participaron alrededor de 200.000 jóvenes que tomaron el zócalo capitalino, dijo: hasta donde estemos obligados a llegar llegaremos. Fue tal la demostración de fuerza que los estudiantes amenazaron con ocupar el Palacio Nacional si el presidente no accedía a negociar un pliego de peticiones. En respuesta fueron desalojados a la brava con tanques militares y arrestados varios de sus dirigentes.
Pero lo peor estaba por venir. Fue ese día aciago del dos de octubre del 68 cuando los estudiantes de la UNAM y del Instituto Politécnico junto al Consejo Nacional de Huelga se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas o Tlatelolco para conminar al gobierno a aceptar sus reivindicaciones. Pero Díaz Ordaz iracundo dio la orden de disolver el motín pues se acercaban las olimpiadas y para él los insurgentes pretendían boicotearlas. La reputación de México estaba en peligro. Uno de los lemas más coreados por los estudiantes no dejaba dudas de sus intenciones: no queremos olimpiada, queremos revolución. Ésta fue su sentencia de muerte.Inmediatamente el régimen priísta los acusó de traidores a la patria y de estar financiados, entrenados y armados por los soviéticos y los cubanos. “Los Estudiantes no tenían otra intención que la de desestabilizar la institucionalidad”-titulares de la prensa-Esos son los instigadores de un golpe bolchevique Testigos de la matanza dicen que a las 18 horas 15 minutos vieron acercarse a un helicóptero militar que dio varias vueltas sobre la plaza lanzando una bengala. Esta era la señal para iniciar el combate. Los estudiantes cercados en Tlatelolco fueron presa fácil del “heroico” cuerpo de Granaderos y el batallón Olimpia del ejército mexicano que al grito de “a todos estos cabrones se los llevo la chingada” dispararon a mansalva -dizque en defensa propia- al verse atacados por francotiradores (que no eran otros que agentes infiltrados del propio Batallón Olimpia) Luego se demostró que la mayoría de las víctimas tenían heridas de bala en la espalda, los glúteos o en las piernas. En medio del caos fueron cobardemente fusilados a traición.A los oficiales que participaron en la operación de la Plaza de las Tres Culturas se les premió con ascensos, autos LTD ultimo modelo y viajes a Disneylandia. Díaz Ordaz de carácter autoritario y déspota, colaborador de la CIA como tantos otros gobernantes latinoamericanos, hoy yace enterrado en el pabellón de próceres ilustres. Incluso fue nombrado a finales de los años setentas embajador en España por ser uno de los estadistas mejicanos de mayor prestigio. Siempre se vanaglorió de que él había salvado a México de la catástrofe y así lo contaba la historia oficial hasta hace muy pocos años pruebas más contundentes salieron a relucir sentando en el banquillo de los acusados a los inductores de la masacre. Díaz Ordaz junto a sus esbirros Luís Echevarría, Secretario de Gobernación y Marcelino García Barragán, Secretario de Defensa son los directos responsables del asesinato, desaparición y tortura de cientos de estudiantes a los que hoy 40 años después homenajeamos como mártires de la libertad. No podemos cejar en el empeño de perseguir a los asesinos hasta que sean condenados porque estos crímenes de lesa humanidad jamás prescriben y el ordenamiento jurídico de los tribunales internacionales está presto a castigarlos. El estado mexicano es el directo culpable de este genocidio y debe pagar una justa reparación moral y económica a todas las víctimas. Ese día sangriento en medio de la balacera nació un nuevo México, un México que a pesar de todo se ha reafirmado en la lucha revolucionaria que inspiraron sus héroes populares Pancho Villa y Emiliano Zapata.*1 
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Tlatelolco, las claves de la masacre

De cómo la crítica del autoritarismo fue acallada por bayonetas y tanques

Fruto de la investigación de Carlos Mendoza y del equipo del canalseisdejulio, este video es un documental que reúne todos los testimonios cinematográficos que se conocen sobre los sucesos del 2 de octubre y que La Jornada ha decidido poner al alcance de sus lectores a partir del 27 de septiembre en los puestos de periódicos

MIREYA CUELLAR

Quizá porque se nos advierte cuando empieza a correr la cinta que el sonido que acompaña a las escenas no es una ambientación a modo, sino el silbar de las balas y el bullicio angustioso que se escuchó la tarde del 2 de octubre de 1968 en la plaza de las Tres Culturas, es precisamente ese rumor de descargas una de las cosas que más impresionan de Tlatelolco, las claves de la masacre.

El video es también el primer material de una serie de tres documentales sobre episodios que han marcado la historia reciente de México, que La Jornada, en asociación con el canalseisdejulio, pondrán, a partir de este viernes, en sus manos. Tlatelolco es un capítulo especialmente ominoso aún no resuelto, y la intención es que la recopilación de escenas, acompañada de la investigación y el análisis, sea una aportación en momentos en los que el tema ha vuelto a la agenda nacional con la apertura de los archivos y la creación de una fiscalía especial que investiga el lado oscuro de los movimientos sociales y políticos de esa época.

Los testimonios e imágenes recogidos en Tlatelolco, las claves de la masacre son evidencia clara que en éste, como en otros capítulos no menos dolorosos, la justicia está aún por venir. Pero este documental es también, y ante todo, una persistente búsqueda de las claves que explican la matanza de la plaza de las Tres Culturas; una minuciosa descripción del esquema represivo puesto en marcha por el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz a partir del 28 de agosto de ese año.

La búsqueda de estas claves tuvo como antecedente los videos Batallón Olimpia y Operación Galeana, dos trabajos que Carlos Mendoza y su equipo, apoyados por el escritor Carlos Montemayor -quien ha dedicado varios textos al tema, sobre todo a desmenuzar lo que al fondo de ciertas revelaciones deja ver el general Marcelino García Barragán en sus memorias-, hicieron en 1999 y 2000.

En esos trabajos se muestra la presencia de los hombres del «guante blanco» en distintos escenarios de la matanza: la explanada, el tercer piso del edificio Chihuahua, la iglesia de Santiago Tlatelolco y en varios departamentos de los distintos inmuebles del complejo habitacional. También son un esbozo de cómo se cerró la pinza sobre los estudiantes.

Tlatelolco, las claves de la masacre, va más allá: identifica a jefes militares y de fuerzas especiales que participaron en los hechos y presenta un panorama de aquel complot. Reconstruye los movimientos del Ejército aquella tarde y la actuación del Batallón Olimpia y de otro grupo de hombres también vestidos de civil que usan la misma contraseña, el guante o pañuelo blancos en la mano izquierda a lo largo de todo el movimiento estudiantil.

El Batallón Olimpia, cuya participación en el movimiento estudiantil algunos llegaron a considerar parte del mito por la escasa información oficial que había sobre sus actividades, fue uno de los comandos que actuaron en el fuego cruzado. Su participación en esos sucesos fue plenamente reconocida por la Secretaría de la Defensa Nacional 25 años después, es decir, en 1993. Sin dar mayores detalles, informó que sus integrantes tenían la misión de detener a los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga.

Operación Galeana fue el nombre que los militares le dieron a la actuación que se preparó para la tropa uniformada el 2 de octubre. La tesis que el escritor Carlos Montemayor plantea en textos como Rehacer la historia, y que recoge el documental, es que si como dice García Barragán, el Batallón Olimpia sólo tenía la orden de detener a «los cabecillas» del movimiento, hubo otro comando, también vestido de civil y con «guante blanco», que actuó bajo las órdenes del Estado Mayor Presidencial (EMP) y que tuvo como móvil provocar en el Ejército regular una escalada de violencia, al agredir a sus miembros.

Una narración y un análisis es lo que nos entrega Tlatelolco, las claves de la masacre, cuando describe el recorrido que siguen los tres contingentes del Ejército que tomaron posiciones en las inmediaciones de la zona; nos ubica en el lugar exacto desde donde se hicieron los primeros disparos y el desconcierto de los militares uniformados que, ante el ataque, quieren proteger a algún niño, se colocan en posición de ataque desde pecho a tierra… buscan ubicar el origen de las ráfagas.

Las claves de los sucesos del 2 de octubre -nos muestra el documental- están ocultas en decenas de episodios de un conflicto que durante más de dos meses enfrentó al gobierno mexicano con una multitudinaria organización estudiantil que tenía como bandera la crítica al autoritarismo del gobierno y de la sociedad.

Una semana después del pleito entre preparatorianos que tuvo como respuesta la violenta intervención de la policía -y que dio origen al conflicto el 22 de julio de 1968-, Luis Echeverría Alvarez, en ese momento secretario de Gobernación, solicitó la intervención de las fuerzas armadas para enfrentar a los inconformes.

El 27 de agosto se rompería la línea que seguía el conflicto. Una enorme manifestación que desemboca en el Zócalo tiene como corolario el toque de las campanas de la Catedral y el izamiento de una bandera rojinegra en el asta central de la plaza, todo a manos de los estudiantes, quienes intentan quedarse ahí hasta que el gobierno esté dispuesto al diálogo público con ellos, pero son desalojados por el Ejército en la madrugada.

El estandarte rojinegro es el pretexto para un acto de desagravio al día siguiente, en el que participaron los burócratas y que se volvió una batalla campal cuando un contingente de estudiantes se agrupó también en la Plaza de la Constitución. Volvió a intervenir la tropa con tanquetas, para dispersar a estos últimos. Durante la persecución, francotiradores hicieron fuego desde el tercer piso del hotel Majestic, los edificios ubicados en Madero 77, en Madero y Palma, y desde algunos inmuebles de la avenida Pino Suárez.

El video documenta los disparos que se hacen desde la sede de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Es imposible que en este lugar se hubieran apostado francotiradores sin la autorización de funcionarios del más alto nivel. Dos sospechosos fueron detenidos en la zona, sin embargo nunca fueron entregados a las autoridades.

El 28 de agosto, el embajador de Estados Unidos en México, Fulton Freeman, envió un telegrama al Departamento de Estado de su país en el que informó: «El presidente Gustavo Díaz Ordaz decidió que ha llegado el momento de poner punto final a los desórdenes estudiantiles. El se mostró profundamente ofendido por la toma de la catedral y por el izamiento de un estandarte rojinegro en el asta bandera del Zócalo».

Freeman informó también que el «conocido comunista» Heberto Castillo sería arrestado tan pronto saliera del campus de la universidad. Esa misma noche, Castillo, integrante de la coalición de maestros, logró escapar de una violenta tentativa de detención ilegal a las puertas de su casa.

El 29 y el 31 de agosto, estudiantes de la Vocacional 7, del Instituto Politécnico Nacional (IPN), fueron atacados por individuos vestidos de civil. Se trató del primero de 10 asaltos armados que se realizaron contra vocacionales y preparatorias. Después el Ejército entró a Ciudad Universitaria (CU) y soldados y granaderos tomaron el Casco de Santo Tomás, del IPN. Los informes militares que dan cuenta de la ocupación de CU y del casco consignaban la participación de un agrupamiento llamado Batallón Olimpia. En las filmaciones y fotografías de los distintos ataques a vocacionales y la ocupación del casco aparecen los hombres con la contraseña blanca en la mano izquierda.

Cinco días antes de los sucesos, ocho sujetos fueron detenidos cuando transportaban armas y municiones dentro de la unidad habitacional de Tlatelolco; luego de identificarse como empleados de distintas dependencias oficiales, los sospechosos fueron liberados.

Hay sustento suficiente para afirmar -se establece en el documental- que en 1968, desde el EMP y las altas esferas del gobierno se auspició la operación de grupos clandestinos que ejercieron la violencia y perpetraron actos de provocación contra el movimiento estudiantil.

Son varios los nombres de miembros del Ejército y del EMP que brincan en el recuento: capitán Héctor Careaga Estrambasaguas; mayor Carlos Humberto Bermúdez Dávila; dos de los mandos del Batallón Olimpia; general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del EMP de Gustavo Díaz Ordaz, y el del entonces jefe del Estado Mayor de la Defensa, general Mario Ballesteros Prieto, entre otros.

El general Marcelino García Barragán, entonces secretario de la Defensa Nacional, dejó unas memorias en las que deslinda al Ejército y a sí mismo de lo ocurrido en Tlatelolco y responsabiliza al presidente Díaz Ordaz y al general Luis Gutiérrez Oropeza.

Treinta y cuatro años después, es decir, este año, Luis Echeverría fue el primer servidor público citado a declarar en relación con la matanza. En Tlatelolco, las claves de la masacre, el equipo del canalseisdejulio incluyó la filmación de los momentos en que el ex presidente sale de la fiscalía especial que investiga esos hechos, sobre avenida Juárez. Envuelto por un enjambre de reporteros, fue obligado a escuchar la ráfaga de preguntas que se convirtieron en gritos. Un Echeverría con rostro crispado, descompuesto, suplicó con la mirada a su equipo de seguridad que lo rescatara y de su boca salió una única frase: «¡diles que se callen!, ¡diles que se callen!, ¡cállenlos!»

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68E68F68C Imágenes tomadas de diversos archivos fílmicos que registraron el nacimiento del movimiento estudiantil de 1968, su crecimiento e intento de expansión hacia otros sectores de la sociedad, hasta la represión militar que culminó con la matanza en la Plaza de las Tres Culturas

Categorías: Lucha de clases, Multimedia

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