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«Sobre el tiempo del trabajo abstracto»: Werner Bonefeld

Marx aborda el tema del trabajo abstracto en el capítulo I de El capital, y apenas se refiere a él en los posteriores. Su concepto de trabajo abstracto es ambivalente. Lo define en términos fisiológicos, sin vincularlo con lo social, e insiste en que es una forma de trabajo específicamente capitalista. Sostiene que el trabajo abstracto es una “realidad puramente social” que sólo puede aparecer en las relaciones sociales “entre mercancías” (Marx, 1983: 54), y lo define también en términos fisiológicos como “el gasto productivo de cerebro, nervios y músculos del hombre” (ibíd.: 51). Las consecuencias políticas de estas definiciones particulares son tremendas. La tradición marxista ortodoxa desde la segunda y la tercera internacionales hasta los intentos actuales por convertir la crítica de la economía política de Marx en una ciencia económica marxista en general acepta la definición fisiológica de trabajo abstracto. En cambio la tradición crítica marxista, que se guía por el redescubrimiento post 1968 de la teoría del valor hecho por Rubinstein, considera que el trabajo abstracto es una forma de trabajo específicamente capitalista. Sostengo que la categoría de trabajo abstracto es histórica. Las conclusiones que se derivan de esta postura tienen implicancias políticas

Trabajo abstracto como categoría fisiológica

Louis Althusser, a quien se debe la transformación del marxismo soviético en una rama académicamente viable de marxismo occidental, sostuvo que la crítica de la economía política no es una crítica al capitalismo como proceso de vida sino que, más bien, “desarrolla el sistema conceptual” del marxismo científico (Althusser, 1969: 7). Esto significa que El capital analiza la anatomía capitalista de leyes de “necesidad económica” que se conciben de manera transhistórica (Althusser, 1996, Haug, 2005). Desde esta perspectiva, Althusser considera El capital como una crítica a las apariencias fetichizadas de las estructuras permanentes de la necesidad económica. La naturaleza económica aparece en distintos modos de producción. Según este punto de vista no es posible encontrar en la historia “manifestaciones puras” de la necesidad natural, dado que la historia es concebida como una esfera de múltiples sobredeterminaciones históricas. Así, descifrar las bases naturales del modo de producción capitalista requiere una atención microscópica, requiere abstraer las estructuras permanentes de la necesidad económica de su modo sobredeterminado de apariencia histórica, de su anatomía capitalista. Las categorías económicas capitalistas son consideradas, por lo tanto, como algo más que puras categorías de relaciones sociales capitalistas. Cada forma social “puede ser reducida a procesos naturales”, afirma Haug. En lo que al trabajo abstracto respecta, es tanto una categoría transhistórica, natural, como una categoría específicamente capitalista. De esta manera, la versión ortodoxa del trabajo abstracto tiene que revelar la sobredeterminación capitalista del trabajo abstracto.

En este contexto, el trabajo abstracto se concibe como un gasto de energía corporal en la producción, en el intercambio con la naturaleza indiferente a propósitos particulares; se entiende como un mero gasto de “fuerza corporal” (Starosta, 2008:31). Al ser considerado como tal, el trabajo abstracto efectivamente se puede definir sin más vueltas con precisión fisiológica, esto es, en términos transhistóricos, naturales: “músculos que queman azúcar” (Haug 2005: 108). Los músculos han quemado azúcar desde tiempos inmemoriales y seguirán haciéndolo sin tener en cuenta el desarrollo histórico , y de esta manera el gasto de energía corporal se manifiesta con indiferencia de propósitos concretos y de distintos modos de producción. Para el pensamiento ortodoxo, esta determinación fisiológica es la única definición significativa de fuerza de trabajo. Es una categoría natural. La definición fisiológica caracteriza la fuerza de trabajo como “una forma puramente material, que no cuenta con especificidad histórica” (Kicillof y Startosta, 2007: 34-5). Es el gasto de la energía corporizada en lo abstracto.

El trabajo abstracto, entonces, denota una “ocurrencia fisiológica” que en la modalidad capitalista es “productora de valor”. Al concebirlo haciendo abstracción de su apariencia capitalista, el trabajo abstracto es en esencia una categoría de “igualdad y generalidad”. Supone igualdad porque su actividad quema azúcar sin importar la persona concreta; y generalidad porque es trabajo sin determinar, indiferente de contenidos específicos, es decir, abstracto respecto del trabajo. En tanto el trabajo abstracto es indiferente respecto de la persona concreta, de la tarea y del contenido material, la natural “generalidad del trabajo abstracto se realiza de manera equivalente” como dice Haug. Así, su carácter natural revela la posibilidad del socialismo: contiene en sí mismo la “posibilidad objetiva de una sociedad basada en la solidaridad”.

En el capitalismo, entonces, la igualdad del trabajo humano es la maldición de los que no poseen propiedad, cosa que no sucede en el socialismo. Para el pensamiento ortodoxo, el socialismo revoluciona el antagonismo de clase entre trabajador y no trabajador transformando a los no trabajadores en trabajadores, logrando la igualdad sobre la base del trabajo generalizado. El trabajo abstracto, por lo tanto, “pierde su forma capitalista antagónica” y funciona, en cambio, como un “medio de distribución y asignación” por el cual “todos reciben según su contribución”.[1] De esta manera, el trabajo abstracto se convierte meramente en un instrumento de planificación económica: el gasto de energía humana se planifica de manera racional y ya no está gobernado por la anarquía del mercado, que favorece a una clase en detrimento de otra. En lugar de regular la socialidad asocial del capitalismo, la modalidad socialista del trabajo abstracto opera proporcionando apoyo al estado, que se concibe como planificador económico racional y conciente. Por lo tanto, la forma capitalista del trabajo abstracto es fundamentalmente “progresiva” porque desarrolla “la laboriosidad general” del trabajo. Esto es, su modalidad capitalista fuerza a tal extremo el desarrollo de las potencialidades productivas del trabajo que la transición al socialismo llega a ser una “posibilidad objetiva”.

La forma social del trabajo: una perspectiva

Según Marx, los puntos salientes de su libro son: 1) el doble carácter del trabajo, según el cual se expresa en valor de uso o valor de cambio (fundamental para comprender todos los hechos) abordado en el Capítulo 1; 2) el tratamiento del plusvalor de manera independiente de sus formas particulares beneficio, interés, renta, etcétera (Marx, 1987b: 407). De manera similar en El capital, el fetichismo de las mercancías “tiene su origen… en el peculiar carácter social del trabajo que las produce” (Marx, 1983: 77). El peculiar carácter social del trabajo en el capitalismo comprende la existencia del trabajo privado como “directamente social en su carácter”. En este contexto, Marx sostiene que el “valor de una mercancía representa el trabajo humano en abstracto” (ibíd.: 51), que comprende “una realidad puramente social”. Efectivamente, si hacemos abstracción del trabajo útil que se gasta en un producto no descubrimos la “materialidad genérica” del trabajo abstracto, es decir, calorías quemadas. Lo que encontramos es materia, algo para ser usado, proporcionado por la naturaleza como, por ejemplo, una manzana.

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Bonefeld, Werner. Profesor en el Departamento de Ciencias Políticas en la Universidad de York, Reino Unido.

Revista Herramienta 44

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